Hacía
varios días que intentábamos, con Beto, arrancar el Kaiser Carabela del año
1958 de los primeros que se fabricaron. Lo había encontrado en un garaje casi
olvidado. Después de 45 años de estar sin funcionar tratábamos de ponerlo en
marcha. “El Bote” como lo bautizó mi amigo Beto, mi mecánico de cabecera.
Nada
de lo que habíamos hecho sirvió para arrancarlo y eso que mi amigo se da maña
con los autos clásicos. Pero no había caso El Bote no quería marchar. Al menos
no ese día. Ambos no lo sabíamos, como tantas cosas en la vida. Si supiéramos
todo creo no nos levantaríamos por la mañana de nuestras camas.
Me
levanté como todos los días a las ocho de la mañana para encarar mi día de
trabajo. Por la tardecita pasaría por el taller de Beto para ver si El Bote
había arrancado. Un día más en mi vida. Hasta ahí todo rutinario.
Al
sentarme a desayunar por la radio dieron una noticia de un robo en un banco del
microcentro porteño que me sonó conocida. ¡Qué raro, esa noticia ya la escuché!
Pero rápidamente esa idea abandonó mi cabeza. Al robo no le di importancia. En
el transcurso del día volvería a tener que cruzarme con la misma noticia, una y
otra vez. En la noche ese robo parecería que fueron cien…
Salí
de mi casa rumbo a mi trabajo en la oficina de hace años. Al caminar las
cuadras que me separaban de la estación de subte. Noté algo raro. Un choque de
un auto con una camioneta que me parecía conocido. Esto ya lo viví, pensé para
mis adentros, pero nuevamente no le di importancia.
Cuando
el subte se detuvo en la tercera estación y no arrancó. Algo dentro de mi mente
me dijo que en unos instantes por los altavoces dirían que había un accidente fatal
en la estación siguiente. Justo en la que me tenía que bajar. Bueno, tendría
que caminar las seis cuadras que me faltaban más las cuatro que me separaban de
mi oficina.
También
sabía de antemano que al salir a la superficie pasaría junto a mí, cerca de la
vereda, una Rambler Ambassador Cross Country como salida de una vieja
publicidad. ¿Cómo sabía todo eso? ¿Lo habré soñado? No podía dilucidarlo y eso
me estaba carcomiendo mi mente.
Seguí
caminando disfrutando de la hermosa y templada mañana en un invierno que
lentamente nos dejaba por este año. La primavera estaba a un tiro de piedra
como dicen en el campo. Campo que estaría brotando por todas partes. Arrancando
con el tiempo cálido y los días más largos. Arrancar esa era mi preocupación
principal. Que arrancara El Bote era en ese momento de mi vida el tema crucial.
Lo
demás me parecía sin mucha importancia. Estaba enamorado de ese Kaiser Carabela
del año 1958. O mejor dicho apasionado. Pero más estaba mi amigo Beto que le
metía mano y no lograba que el sonido de sus seis cilindros inundara su taller.
Al
llegar a mi oficina, con el retraso por el accidente en el subte, me topé con
mi jefe. Antes que me hablara sabía que me iba a pedir que lo acompañara a un
almuerzo de trabajo. “De eso no va a salir nada en limpio”, le dije. Mi jefe me
miró con sorpresa. La misma que tenía por dentro al pronunciar esas palabras
sin pensarlas.
Algo
dentro de mí me decía que ese almuerzo de trabajo no sería productivo en ningún
aspecto. A esa altura de la mañana y solo dentro de mi oficina me puse a pensar
qué estaba pasando. Eran muchas cosas que ya parecía que las había vivido de
alguna forma y el almuerzo de trabajo fue la luz roja del tablero.
Había
que parar y ver qué cuernos estaba pasando. Estaba en eso cuando los nudillos
de Elvira, mi compañera de trabajo de la oficina lindera, golpearon la puerta.
Sabía que me iba preguntar por el almuerzo de trabajo antes que abriera la
boca. “No tengo idea que saldrá de esa reunión”, le dije casi en forma
automática.
Ya
era preocupante y no mejoró hasta la hora del almuerzo. Todo absolutamente todo
me parecía que lo había vivido antes. En la comida de trabajo fue peor porque
hasta me conocía los diálogos. Ajenos y propios. Necesitaba estar solo
nuevamente en mi oficina para entender qué estaba pasando conmigo, o con el
día.
Nada
pude entender. Llegó la tardecita y enfilé para el taller de Beto. Al entrar le
dije a mi amigo: “no me digas nada. No arrancó”. Este asintió con la cabeza
como derrotado por El Bote. Literalmente había naufragado con ese auto sin
encontrar una tabla de salvación. Y eso que le había hecho todo lo que tenía a
su alcance.
“¿No
será el carburador?”, le dije para sacarlo del pozo en que estaba. “Puede ser.
Pero lo desarmé todo y está bien. No le falta nada”, me respondió completamente
abatido. Le dije que no se preocupara, que trataría de conseguir un carburador
nuevo. Me respondió que costaría caro. Por dentro pensé que habría que afrontar
el gasto.
Me
fui a cenar al Bar La Amistad, que queda en el barrio del taller de Beto, ya
que no tenía ganas de cocinarme. Ahí vi por la tele que había salido a la
cabeza de la quiniela nacional el número 1958. Justamente el año de El Bote.
¡Qué coincidencia! Pero eso no lo recordaba. Lo que sí recordaba era el robo de
la mañana en la radio. Por enésima vez en el día lo estaban difundiendo en el
noticiero de la noche por la tele del bar.
Cuando
regresé a la paz de mi hogar me puse a buscar en Internet el valor del dichoso
carburador. Antes de encontrarlo sabía el precio. ¿Cómo podía ser? Todo el día
me estuve preguntado por qué tengo la sensación de haber vivido todo lo que me
sucede.
Con
ese pensamiento me dormí hasta el otro día. Al despertarme sabía de antemano que
la noticia repetitiva a lo largo del día sería el robo en el banco. El choque
en la calle. Sabía que el subte me dejaría a una estación antes de mi descenso.
La Cross Country pasaría a mi lado. El
almuerzo sería de trabajo y que una vez más El Bote no arrancaría. Todo
absolutamente, todo, lo conocía de antemano. Como la cabeza de Elvira asomándose
y preguntándome sobre el almuerzo que iría.
Lo
que no sabía era que pasaba, pero recordaba que ya lo había vivido. En la noche
cuando buscaba por Internet, una vez más el precio del carburador me acordé de
algo que había visto. Unos 20 años antes una película me resultó curiosa: “Hechizo del tiempo”. Ese estancamiento
en el tiempo parecía estar pasándome a mí y solo yo me estaba dando cuenta de
lo que sucedía.
Ni
siquiera podía contar con mi amigo de toda la vida, Beto, que no recordaba nada
del día anterior. Que por supuesto era igual a este y a los que vendrían por el
resto de nuestras vidas. Y lo peor de todo: El Bote que no arrancaba. Eso creo
que me preocupaba más que nada en el mundo. Locura fierrera diagnosticaría mi
doctora de cabecera.
Pero
si pedía un turno y hablaba de este rulo en el tiempo terminaría ingresado en
un hospital psiquiátrico. Y sin poder cambiar el tiempo, no solo para mí sino
para el resto del mundo que me rodeaba. Que parecía estar en el más completo
desconocimiento de esta rara situación.
Al
cuarto día de repetir, y recordar, los mismos acontecimientos decidí modificar
algo para que todo cambie. No sé bien porque me desperté con una frase del
Einstein en la cabeza: “es inútil pretender cambiar algo si siempre hacemos lo
mismo”. O algo parecido. Pero había comprendido el mensaje de mi mente o vaya a
saber de quién.
Tomé
cartas en el asunto y no encendí la radio para escuchar el robo en el banco.
Tampoco me tomé el subte. Saqué mi bicicleta verde que suelo usar los fines de
semana. Iría al trabajo pedaleando y hasta llegaría antes de hora. Tanto que
llegué temprano y esperé a mi jefe con la noticia del almuerzo de trabajo.
En
la comida le hice una pregunta a mi interlocutor que lo puso en alerta y mi
jefe se dio cuenta que nada bueno saldría en ese mediodía. ¡Vamos que lo tenemos
pensé por adentro! No por el acuerdo comercial de mi jefe sino para cambiar
algo en el rulo temporal.
El
resto del día siguió como lo esperado y a la tardecita en el taller de Beto le
dije que le compraría el carburador nuevo. Ya había visto uno en un sitio on line de ventas y tenía el valor, algo
caro, pero tenía un as en la manga. O algo parecido. Lo invité a mi amigo a
cenar en el bar del barrio. En la tele apareció nuevamente el año de El Bote a
la cabeza.
“¡Mirá!”,
gritó Beto al ver en la pantalla el número 1958. Yo me hice el sorprendido con
una risa socarrona. Tenía la solución para mi carburador. En realidad, el
carburador para El Bote. Ya tenía decidido que haría en el mediodía del otro
día, el quinto del rulo temporal.
En
la mañana siguiente en la radio dieron la noticia del robo al banco. Para mis
adentros pensé que todo estaba en orden. Al almuerzo de trabajo no fui le dije
a mi jefe que tenía que ir al médico. Mentira me fui a la agencia de quiniela a
jugar a la cabeza, en el sorteo nocturno de la nacional, el 1958. Sabía de
antemano que ganaría. Solo jugué un peso. Si haría una trampa temporal no
quería abusar.
Con
3.500 pesos tenía suficiente para comprar ese carburador nuevo que había visto
en Internet para El Bote. Salí de la agencia con mi boleta y la puse a buen
resguardo. Quería encontrarla en la mañana siguiente dentro de la mesita de
luz. Si eso pasaba el rulo temporal habría desaparecido y tendría el dinero
para comprar el carburador.
En
la tardecita todo se repitió y en la noche en el Bar La Amistad el 1958 salió a
la cabeza y me gané los 3.500 pesos. Mañana los cobraría y El Bote tendría un
carburador nuevo. Eso siempre y cuando la boleta de la quiniela estuviera
dentro del cajón de mi mesita de luz.
Un
nuevo día llegó y todo fue más claro. Lo primero que hice fue abrir el cajón de
la mesita de luz y buscar la boleta de la quiniela. Ahí estaba. Con el 1958
jugado a la cabeza de la nacional. Tenía la plata para comprar el nuevo
carburador de El Bote. Salté de la cama y cerré la compra en Internet.
Arreglé
que al mediodía lo iría a buscar. Tendría que inventar una excusa para no ir al
almuerzo de trabajo. Al menos eso pensaba mientras encendía la radio para
conocer la temperatura y atormentarme un poco con las noticias de la mañana.
Nadie habló de un robo en un banco. Algo comenzaba a cambiar. Al menos eso
deseaba en lo más profundo de mí ser.
El
subte llegó a horario sin inconvenientes. Ningún accidente fatal que lamentar,
como dicen en las noticias. Mi jefe entró junto conmigo al ascensor del
edificio y no mencionó ningún almuerzo de trabajo. Mejor tengo el tiempo para
cobrar mi premio.
Así
fue, cobré el premio al mediodía y me fui a buscar el carburador para El Bote.
Regresé justo a la hora para recomenzar las tareas durante la tarde. A la
tardecita le di la sorpresa a Beto. Largó todo lo que estaba haciendo y se
dedicó a colocarle el nuevo corazón a El Bote.
Hicimos
la cuenta regresiva y le di arranque. Los seis cilindros del Continental
inundaron el taller de mi amigo. Él saltaba como un endemoniado alrededor del
Kaiser Carabela como si se tratara de una danza aborigen. Había arrancado luego
de mucho, pero mucho tiempo. Al menos a mí me pareció más de una semana.
Nunca,
pero nunca, nadie se dio cuenta de mi trampa temporal con la quiniela. Al menos
hasta el momento de escribir estas líneas. Espero que no me juzguen por esta
trampita que hice. Al menos logré que el rulo temporal se enderezara como si se
tratara de un alisamiento definitivo para el cabello…
Mauricio
Uldane
Este relato fue publicado por primera vez, en el blog de Archivo de autos, el domingo 21 de agosto de 2016: https://archivodeautos.blogspot.com/2016/08/no-arranca.html
A los lectores interesados, en leer más relatos fierreros de ficción, similares a esta historia les dejo estos dos enlaces:
Mi clásico: https://archivodeautos.blogspot.com/2015/06/mi-clasico.html
Vida moderna: https://archivodeautos.blogspot.com/2015/03/vida-moderna.html
Pueden leer todos los relatos publicados en el blog de Archivo de autos en este enlace: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
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