domingo, 21 de agosto de 2016

¡No arranca!

Hacía varios días que intentábamos, con Beto, arrancar el Kaiser Carabela del año 1958 de los primeros que se fabricaron. Lo había encontrado en un garaje casi olvidado. Después de 45 años de estar sin funcionar tratábamos de ponerlo en marcha. “El Bote” como lo bautizó mi amigo Beto, mi mecánico de cabecera.



Nada de lo que habíamos hecho sirvió para arrancarlo y eso que mi amigo se da maña con los autos clásicos. Pero no había caso El Bote no quería marchar. Al menos no ese día. Ambos no lo sabíamos, como tantas cosas en la vida. Si supiéramos todo creo no nos levantaríamos por la mañana de nuestras camas.

Me levanté como todos los días a las ocho de la mañana para encarar mi día de trabajo. Por la tardecita pasaría por el taller de Beto para ver si El Bote había arrancado. Un día más en mi vida. Hasta ahí todo rutinario.

Al sentarme a desayunar por la radio dieron una noticia de un robo en un banco del microcentro porteño que me sonó conocida. ¡Qué raro, esa noticia ya la escuché! Pero rápidamente esa idea abandonó mi cabeza. Al robo no le di importancia. En el transcurso del día volvería a tener que cruzarme con la misma noticia, una y otra vez. En la noche ese robo parecería que fueron cien…

Salí de mi casa rumbo a mi trabajo en la oficina de hace años. Al caminar las cuadras que me separaban de la estación de subte. Noté algo raro. Un choque de un auto con una camioneta que me parecía conocido. Esto ya lo viví, pensé para mis adentros, pero nuevamente no le di importancia.

Cuando el subte se detuvo en la tercera estación y no arrancó. Algo dentro de mi mente me dijo que en unos instantes por los altavoces dirían que había un accidente fatal en la estación siguiente. Justo en la que me tenía que bajar. Bueno, tendría que caminar las seis cuadras que me faltaban más las cuatro que me separaban de mi oficina.

También sabía de antemano que al salir a la superficie pasaría junto a mí, cerca de la vereda, una Rambler Ambassador Cross Country como salida de una vieja publicidad. ¿Cómo sabía todo eso? ¿Lo habré soñado? No podía dilucidarlo y eso me estaba carcomiendo mi mente.

Seguí caminando disfrutando de la hermosa y templada mañana en un invierno que lentamente nos dejaba por este año. La primavera estaba a un tiro de piedra como dicen en el campo. Campo que estaría brotando por todas partes. Arrancando con el tiempo cálido y los días más largos. Arrancar esa era mi preocupación principal. Que arrancara El Bote era en ese momento de mi vida el tema crucial.

Lo demás me parecía sin mucha importancia. Estaba enamorado de ese Kaiser Carabela del año 1958. O mejor dicho apasionado. Pero más estaba mi amigo Beto que le metía mano y no lograba que el sonido de sus seis cilindros inundara su taller.

Al llegar a mi oficina, con el retraso por el accidente en el subte, me topé con mi jefe. Antes que me hablara sabía que me iba a pedir que lo acompañara a un almuerzo de trabajo. “De eso no va a salir nada en limpio”, le dije. Mi jefe me miró con sorpresa. La misma que tenía por dentro al pronunciar esas palabras sin pensarlas.

Algo dentro de mí me decía que ese almuerzo de trabajo no sería productivo en ningún aspecto. A esa altura de la mañana y solo dentro de mi oficina me puse a pensar qué estaba pasando. Eran muchas cosas que ya parecía que las había vivido de alguna forma y el almuerzo de trabajo fue la luz roja del tablero.

Había que parar y ver qué cuernos estaba pasando. Estaba en eso cuando los nudillos de Elvira, mi compañera de trabajo de la oficina lindera, golpearon la puerta. Sabía que me iba preguntar por el almuerzo de trabajo antes que abriera la boca. “No tengo idea que saldrá de esa reunión”, le dije casi en forma automática.

Ya era preocupante y no mejoró hasta la hora del almuerzo. Todo absolutamente todo me parecía que lo había vivido antes. En la comida de trabajo fue peor porque hasta me conocía los diálogos. Ajenos y propios. Necesitaba estar solo nuevamente en mi oficina para entender qué estaba pasando conmigo, o con el día.

Nada pude entender. Llegó la tardecita y enfilé para el taller de Beto. Al entrar le dije a mi amigo: “no me digas nada. No arrancó”. Este asintió con la cabeza como derrotado por El Bote. Literalmente había naufragado con ese auto sin encontrar una tabla de salvación. Y eso que le había hecho todo lo que tenía a su alcance.

“¿No será el carburador?”, le dije para sacarlo del pozo en que estaba. “Puede ser. Pero lo desarmé todo y está bien. No le falta nada”, me respondió completamente abatido. Le dije que no se preocupara, que trataría de  conseguir un carburador nuevo. Me respondió que costaría caro. Por dentro pensé que habría que afrontar el gasto.

Me fui a cenar al Bar La Amistad, que queda en el barrio del taller de Beto, ya que no tenía ganas de cocinarme. Ahí vi por la tele que había salido a la cabeza de la quiniela nacional el número 1958. Justamente el año de El Bote. ¡Qué coincidencia! Pero eso no lo recordaba. Lo que sí recordaba era el robo de la mañana en la radio. Por enésima vez en el día lo estaban difundiendo en el noticiero de la noche por la tele del bar.

Cuando regresé a la paz de mi hogar me puse a buscar en Internet el valor del dichoso carburador. Antes de encontrarlo sabía el precio. ¿Cómo podía ser? Todo el día me estuve preguntado porqué tengo la sensación de haber vivido todo lo que me sucede.

Con ese pensamiento me dormí hasta el otro día. Al despertarme sabía de antemano que la noticia repetitiva a lo largo del día sería el robo en el banco. El choque en la calle. Sabía que el subte me dejaría a una estación antes de mi descenso. La Cross Country pasaría a mi lado.  El almuerzo sería de trabajo y que una vez más El Bote no arrancaría. Todo absolutamente, todo, lo conocía de antemano. Como la cabeza de Elvira asomándose y preguntándome sobre el almuerzo que iría.

Lo que no sabía era que pasaba, pero recordaba que ya lo había vivido. En la noche cuando buscaba por Internet, una vez más el precio del carburador me acordé de algo que había visto. Unos 20 años antes una película me resultó curiosa: “Hechizo del tiempo”. Ese estancamiento en el tiempo parecía estar pasándome a mí y solo yo me estaba dando cuenta de lo que sucedía.

Ni siquiera podía contar con mi amigo de toda la vida, Beto, que no recordaba nada del día anterior. Que por supuesto era igual a este y a los que vendrían por el resto de nuestras vidas. Y lo peor de todo: El Bote que no arrancaba. Eso creo que me preocupaba más que nada en el mundo. Locura fierrera diagnosticaría mi doctora de cabecera.

Pero si pedía un turno y hablaba de este rulo en el tiempo terminaría ingresado en un hospital psiquiátrico. Y sin poder cambiar el tiempo, no solo para mí sino para el resto del mundo que me rodeaba. Que parecía estar en el más completo desconocimiento de esta rara situación.

Al cuarto día de repetir, y recordar, los mismos acontecimientos decidí modificar algo para que todo cambie. No se bien porque me desperté con una frase del Einstein en la cabeza: “es inútil pretender cambiar algo si siempre hacemos lo mismo”. O algo parecido. Pero había comprendido el mensaje de mi mente o vaya a saber de quién.

Tomé cartas en el asunto y no encendí la radio para escuchar el robo en el banco. Tampoco me tomé el subte. Saqué mi bicicleta verde que suelo usar los fines de semana. Iría al trabajo pedaleando y hasta llegaría antes de hora. Tanto que llegué temprano y esperé a mi jefe con la noticia del almuerzo de trabajo.

En la comida le hice una pregunta a mi interlocutor que lo puso en alerta y mi jefe se dio cuenta que nada bueno saldría en ese mediodía. ¡Vamos que lo tenemos pensé por adentro! No por el acuerdo comercial de mi jefe sino para cambiar algo en el rulo temporal.

El resto del día siguió como lo esperado y a la tardecita en el taller de Beto le dije que le compraría el carburador nuevo. Ya había visto uno en un sitio on line de ventas y tenía el valor, algo caro, pero tenía un as en la manga. O algo parecido. Lo invité a mi amigo a cenar en el bar del barrio. En la tele apareció nuevamente el año de El Bote a la cabeza.

“¡Mirá!”, gritó Beto al ver en la pantalla el número 1958. Yo me hice el sorprendido con una risa socarrona. Tenía la solución para mi carburador. En realidad el carburador para El Bote. Ya tenía decidido que haría en el mediodía del otro día, el quinto del rulo temporal.

En la mañana siguiente en la radio dieron la noticia del robo al banco. Para mis adentros pensé que todo estaba en orden. Al almuerzo de trabajo no fui le dije a mi jefe que tenía que ir al médico. Mentira me fui a la agencia de quiniela a jugar a la cabeza, en el sorteo nocturno de la nacional, el 1958. Sabía de antemano que ganaría. Solo jugué un peso. Si haría una trampa temporal no quería abusar.

Con 3.500 pesos tenía suficiente para comprar ese carburador nuevo que había visto en Internet para El Bote. Salí de la agencia con mi boleta y la puse a buen resguardo. Quería encontrarla en la mañana siguiente dentro de la mesita de luz. Si eso pasaba el rulo temporal habría desaparecido y tendría el dinero para comprar el carburador.

En la tardecita todo se repitió y en la noche en el Bar La Amistad el 1958 salió a la cabeza y me gané los 3.500 pesos. Mañana los cobraría y El Bote tendría un carburador nuevo. Eso siempre y cuando la boleta de la quiniela estuviera dentro del cajón de mi mesita de luz.

Un nuevo día llegó y todo fue más claro. Lo primero que hice fue abrir el cajón de la mesita de luz y buscar la boleta de la quiniela. Ahí estaba. Con el 1958 jugado a la cabeza de la nacional. Tenía la plata para comprar el nuevo carburador de El Bote. Salté de la cama y cerré la compra en Internet.

Arreglé que al mediodía lo iría a buscar. Tendría que inventar una excusa para no ir al almuerzo de trabajo. Al menos eso pensaba mientras encendía la radio para conocer la temperatura y atormentarme un poco con las noticias de la mañana. Nadie habló de un robo en un banco. Algo comenzaba a cambiar. Al menos eso deseaba en lo más profundo de mí ser.

El subte llegó a horario sin inconvenientes. Ningún accidente fatal que lamentar, como dicen en las noticias. Mi jefe entró junto conmigo al ascensor del edificio y no mencionó ningún almuerzo de trabajo. Mejor tengo el tiempo para cobrar mi premio.

Así fue, cobré el premio al mediodía y me fui a buscar el carburador para El Bote. Regresé justo a la hora para recomenzar las tareas durante la tarde. A la tardecita le di la sorpresa a Beto. Largó todo lo que estaba haciendo y se dedicó a colocarle el nuevo corazón a El Bote.

Hicimos la cuenta regresiva y le di arranque. Los seis cilindros del Continental inundaron el taller de mi amigo. Él saltaba como un endemoniado alrededor del Kaiser Carabela como si se tratara de una danza aborigen. Había arrancado luego de mucho, pero mucho tiempo. Al menos a mí me pareció más de una semana.

Nunca, pero nunca, nadie se dio cuenta de mi trampa temporal con la quiniela. Al menos hasta el momento de escribir estas líneas. Espero que no me juzguen por esta trampita que hice. Al menos logré que el rulo temporal se enderezara como si se tratara de un alisamiento definitivo para el cabello…

Mauricio Uldane

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