Lo recuerdo muy bien, eran las ocho y
media de un jueves de enero. Del otro lado del teléfono estaba mi amiga de toda
la vida, Amalia, “murió mamá”. “¿¡Qué!?”, solo atiné a decir. Mi amiga lloraba
en el teléfono y me pedía ayuda. Por suerte estaba levantado y desayunado.
Corrí las tres cuadras que separaban muestras casas.