lunes, 25 de diciembre de 2023

Sin Navidad

La verdad es que soy reacio a la Navidad, y todo lo que la rodea. La vida te da sorpresas, como la letra de una famosa canción. El accidente fue rápido. Un volantazo y la Kangoo roja ya estaba en la banquina con las ruedas para arriba.

 


Detuve la marcha de mi Rastrojo. Caminé hacia la Kangoo volcada y vi en el interior a una persona corpulenta que parecía desmayada. Me acerqué y lo toqué. Muerto no estaba.

 

Le hablé, pero no respondió. Lo zamarreé un poco, era como una bolsa de papas gigantesca. Encima estaba encajado en el asiento. Por más que lo movía parecía un muñeco de goma.

 

Un vehículo detuvo la marcha. En un instante dos muchachos, que parecían bomberos de una serie yanqui, estaban manipulando al inmenso conductor. Entre los tres logramos sacarlo. “Somos bomberos voluntarios”, me dijo el morocho. El colorado lo revisó. Estaba bien, pero seguía desmayado.

 

Llamaron por radio al hospital zonal. Tardaron unos quince minutos en llegar. En el interín la mole humana volvió en sí. “¿Dónde estoy?”, dijo mirándonos a las caras. “¿Quiénes son?”, agregó. Para desconcertarnos como un, “¿quién soy?”. Listo el golpe en la cabeza había sido fuerte, lo desmayó, y lo dejó amnésico.

 

Llegó la ambulancia y salieron para el hospital zonal. Me quedé un tanto aturdido. Ahí estaba la Kangoo volcada, y en el interior bolsas de color rojo, que no sé qué contenían.

 


Los frenos de un camión me hicieron girar la cabeza. De la cabina saltó un petiso con las manos en su cabeza. “¡No puede ser, no puede ser!”, repetía mientras iba hacia la Kangoo.

 

El tipito giró sobre sus pasos y me encaró: “¿Qué pasó?”, me dijo ahora que me registró. Le expliqué lo sucedido y que se habían llevado a la persona al hospital.

 

“Tenemos que ir para allá”, me dijo casi en una orden. “Pero antes ayúdame a cargar las bolsas con juguetes en tu Rastrojero”, otra orden y el petiso recién había aterrizado en la escena del accidente.

 

Lo miré, conté hasta diez, para no putearlo. “Decime qué pasa, y quién carajos sos”, lo dije en un tono tan elevado, que el camionero oyó.

 

“Perdón, tenés razón. Soy Diego el ayudante de Don Noel”, entendía menos. Me explicó que la mole era José Noel, así como lo leen, y todos los años se vestía de Papa Noel, el apellido ya lo tenía, para llevar juguetes a los hospitales.

 


Lo miré pensando que era una broma de cámara escondida, pero en ese desolado lugar no había nadie. Además de nosotros, la Kangoo volcada, llena de bolsas de juguetes, y el camión ronroneante a nuestras espaldas.

 

El petiso me midió con la vista y me dijo: “Con un poco de relleno podés hacer de Papal Noel. El transporte lo tenemos, y encima es de color rojo”, dijo eso mientras que con su regordete índice señalaba a La Gorda, como llamo a mi rural Rastrojero.

 

Mi asombro había llegado a un nivel nunca alcanzado antes. Lo ayudé con las bolsas que metimos en la parte de atrás de La Gorda. Mientras Diego despedía al camionero.

 

En el viaje al hospital zonal me contó que el micro que lo traía tuvo un problema mecánico, y no llegó a reunirse con Don Noel, en el anterior pueblo. El camionero venía para alcanzar a la Kangoo en la ruta.

 

Llegamos al hospital y preguntamos por el accidentado. Lo encontramos en una cama en observaciones. Entramos en la habitación y estaba diciendo: “Sin Navidad, sin Navidad”. Diego me miró con cara preocupada. “Hola José, como estás”, le tiró. Don Noel lo miró y le dijo: “¿Quién sos?”.

 


“Cagamos, perdió la memoria”, dijo el petiso mientras le daba un puñetazo a la mesita de luz. Me miró y la cara se le iluminó. “Vamos al Rastrojo”, me ordenó. Allí revolvió unas bolsas y sacó algo que parecía espuma de goma.

 

Mientras por otro lado tomó una funda. Me imaginé que era todo eso y un frío me corrió por la espalda. “Andá al baño y ponete el relleno y el traje”, me dijo. “Podemos arrancar por la sala de niños de este hospital. Era el último de la lista, pero lo hacemos al revés”.

 

Oficialmente había pasado a ser Papá Noel suplente. Me sentía como esos jugadores en el banco, casi sin precalentar ya estaba en la cancha. “Yo te ayudo, no es difícil. Lo que sí es emocionante”, dijo mientras me guiñó un ojo y me palmeó el hombro.

 

Las piernas me temblaron un rato, la emoción nunca dejó de estar presente. Pero por dentro nacía otra sensación. La cual se alimentaba de las caritas felices de esos chicos internados, al recibir un juguete.

 

“¡Viste pibe que no era tan difícil!”, me dijo Diego cuando salimos para el siguiente hospital en el pueblo vecino. Fueron dos hospitales más. Regresamos ya de noche al hospital donde estaba internado Don Noel.

 

Lo fuimos a ver. Estaba de gran charla con el médico y la enfermera. “¡Volviste Diego! ¿Cómo les fue con la entrega?”, el petiso puso los pulgares para arriba. “Un verdadero capo”, dijo señalándome.

 

“Este año elegiste muy bien”, le dijo al internado mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. “¡Muy bien pibe! Ya tengo reemplazo para retirarme”, dijo Don Noel mientras se acomodaba mejor en la cama.

 


Mauricio Uldane

Creador y editor de Archivo de autos

 

Les dejo los otros relatos fierreros navideños, de ficción, que escribí en años pasados: 

“Papá Noel, un bar y un clásico”: https://archivodeautos.blogspot.com/2022/12/papa-noel-un-bar-y-un-clasico.html

“De cómo ayudé a Papá Noel”: https://archivodeautos.blogspot.com/2021/12/de-como-ayude-papa-noel.html 

“La tarde que conocí a Don Noel”: https://www.taringa.net/+taringa_at_night/la-tarde-que-conoci-a-don-noel_4zdeq8 

“Cross Country de navidad”: https://archivodeautos.blogspot.com/2019/12/cross-country-de-navidad.html 

“La Navidad pasada”: https://archivodeautos.blogspot.com/2017/02/la-navidad-pasada.html 

 

Les recuerdo que hasta el domingo 31 de diciembre pueden descargar la app de Taringa y ayudarme en la monetización de contenidos de Archivo de autos. Les dejo el enlace para la descarga, que es totalmente gratuita: 

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Aniversario 12º / 2011-2023

 

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