La verdad es que soy reacio a la Navidad, y todo lo que la rodea. La vida te da sorpresas, como la letra de una famosa canción. El accidente fue rápido. Un volantazo y la Kangoo roja ya estaba en la banquina con las ruedas para arriba.
Detuve la marcha de mi Rastrojo. Caminé hacia la
Kangoo volcada y vi en el interior a una persona corpulenta que parecía
desmayada. Me acerqué y lo toqué. Muerto no estaba.
Le hablé, pero no respondió. Lo zamarreé un poco, era
como una bolsa de papas gigantesca. Encima estaba encajado en el asiento. Por
más que lo movía parecía un muñeco de goma.
Un vehículo detuvo la marcha. En un instante dos
muchachos, que parecían bomberos de una serie yanqui, estaban manipulando al
inmenso conductor. Entre los tres logramos sacarlo. “Somos bomberos
voluntarios”, me dijo el morocho. El colorado lo revisó. Estaba bien, pero
seguía desmayado.
Llamaron por radio al hospital zonal. Tardaron unos
quince minutos en llegar. En el interín la mole humana volvió en sí. “¿Dónde
estoy?”, dijo mirándonos a las caras. “¿Quiénes son?”, agregó. Para desconcertarnos
como un, “¿quién soy?”. Listo el golpe en la cabeza había sido fuerte, lo
desmayó, y lo dejó amnésico.
Llegó la ambulancia y salieron para el hospital zonal.
Me quedé un tanto aturdido. Ahí estaba la Kangoo volcada, y en el interior
bolsas de color rojo, que no sé qué contenían.
Los frenos de un camión me hicieron girar la cabeza.
De la cabina saltó un petiso con las manos en su cabeza. “¡No puede ser, no
puede ser!”, repetía mientras iba hacia la Kangoo.
El tipito giró sobre sus pasos y me encaró: “¿Qué
pasó?”, me dijo ahora que me registró. Le expliqué lo sucedido y que se
habían llevado a la persona al hospital.
“Tenemos que ir para allá”, me dijo casi en
una orden. “Pero antes ayúdame a cargar las bolsas con juguetes en tu
Rastrojero”, otra orden y el petiso recién había aterrizado en la escena
del accidente.
Lo miré, conté hasta diez, para no putearlo. “Decime
qué pasa, y quién carajos sos”, lo dije en un tono tan elevado, que el
camionero oyó.
“Perdón, tenés razón. Soy Diego el ayudante de Don
Noel”, entendía menos. Me explicó que la mole era José Noel, así como lo
leen, y todos los años se vestía de Papa Noel, el apellido ya lo tenía, para llevar
juguetes a los hospitales.
Lo miré pensando que era una broma de cámara
escondida, pero en ese desolado lugar no había nadie. Además de nosotros, la
Kangoo volcada, llena de bolsas de juguetes, y el camión ronroneante a nuestras
espaldas.
El petiso me midió con la vista y me dijo: “Con un
poco de relleno podés hacer de Papal Noel. El transporte lo tenemos, y encima
es de color rojo”, dijo eso mientras que con su regordete índice señalaba a
La Gorda, como llamo a mi rural Rastrojero.
Mi asombro había llegado a un nivel nunca alcanzado antes.
Lo ayudé con las bolsas que metimos en la parte de atrás de La Gorda. Mientras
Diego despedía al camionero.
En el viaje al hospital zonal me contó que el micro
que lo traía tuvo un problema mecánico, y no llegó a reunirse con Don Noel, en
el anterior pueblo. El camionero venía para alcanzar a la Kangoo en la ruta.
Llegamos al hospital y preguntamos por el accidentado.
Lo encontramos en una cama en observaciones. Entramos en la habitación y estaba
diciendo: “Sin Navidad, sin Navidad”. Diego me miró con cara preocupada.
“Hola José, como estás”, le tiró. Don Noel lo miró y le dijo: “¿Quién
sos?”.
“Cagamos, perdió la memoria”, dijo el petiso
mientras le daba un puñetazo a la mesita de luz. Me miró y la cara se le
iluminó. “Vamos al Rastrojo”, me ordenó. Allí revolvió unas bolsas y
sacó algo que parecía espuma de goma.
Mientras por otro lado tomó una funda. Me imaginé que
era todo eso y un frío me corrió por la espalda. “Andá al baño y ponete el
relleno y el traje”, me dijo. “Podemos arrancar por la sala de niños de
este hospital. Era el último de la lista, pero lo hacemos al revés”.
Oficialmente había pasado a ser Papá Noel suplente. Me
sentía como esos jugadores en el banco, casi sin precalentar ya estaba en la
cancha. “Yo te ayudo, no es difícil. Lo que sí es emocionante”, dijo
mientras me guiñó un ojo y me palmeó el hombro.
Las piernas me temblaron un rato, la emoción nunca
dejó de estar presente. Pero por dentro nacía otra sensación. La cual se
alimentaba de las caritas felices de esos chicos internados, al recibir un
juguete.
“¡Viste pibe que no era tan difícil!”, me dijo Diego
cuando salimos para el siguiente hospital en el pueblo vecino. Fueron dos
hospitales más. Regresamos ya de noche al hospital donde estaba internado Don
Noel.
Lo fuimos a ver. Estaba de gran charla con el médico y
la enfermera. “¡Volviste Diego! ¿Cómo les fue con la entrega?”, el
petiso puso los pulgares para arriba. “Un verdadero capo”, dijo
señalándome.
“Este año elegiste muy bien”, le dijo al
internado mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. “¡Muy bien pibe! Ya
tengo reemplazo para retirarme”, dijo Don Noel mientras se acomodaba mejor
en la cama.
Mauricio Uldane
Creador y editor de Archivo de autos
Les dejo los otros relatos fierreros navideños, de ficción, que escribí en años pasados:
“Papá Noel, un bar y un clásico”: https://archivodeautos.blogspot.com/2022/12/papa-noel-un-bar-y-un-clasico.html
“De cómo ayudé a Papá Noel”: https://archivodeautos.blogspot.com/2021/12/de-como-ayude-papa-noel.html
“La tarde que conocí a Don Noel”: https://www.taringa.net/+taringa_at_night/la-tarde-que-conoci-a-don-noel_4zdeq8
“Cross Country de navidad”: https://archivodeautos.blogspot.com/2019/12/cross-country-de-navidad.html
“La Navidad pasada”: https://archivodeautos.blogspot.com/2017/02/la-navidad-pasada.html
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ficción?
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