Estaba detenido en el semáforo cuando de la nada
apareció una Rambler Cross Country roja con el techo blanco y adentro Papá
Noel. Sí, Papá Noel en medio de la ciudad. Lo miro y el tipo me saluda con una
sonrisa. ¿Será el calor de esta tarde de diciembre?, pensé, porque la
temperatura se había pasado de los 35º y seguía camino a los 40º grados con
toda tranquilidad.
En mi Renault 4 GTL me estaba calcinando como
corresponde en un verano ciudadano. No era la primera vez y no sería la única. Encima el
color rojo de mi Renocito era indicio que todo estaba a punto de arder en la
ciudad. “Ciudad calcinada”, sería el
título de esta película.
Pero a Papá Noel no parecía importarle, como si
hubiera llegado hacía tan solo cinco minutos del Polo Norte. Hasta parecía que
estaba más fresco que yo, que vestía bermudas, musculosa y sandalias. El tipo
no parecía ni siquiera transpirar… Yo en cambio me estaba abrasando esperando
la luz verde.
Luz que cambió en el preciso momento que estaba
divagando desde el lugar de donde había llegado Papá Noel. El tipo arranca con
su Cross Country y ahí reparé que tenía un tráiler, o batán, o como mierda
quieran llamarlo con un trineo y hasta un reno. ¡Sí! Un reno. Tuve que parpadear
unos segundos porque creía que el agobiante calor me estaba nublando el poco
cerebro que tenía activo en esa bochornosa tarde de diciembre.
Pero era cierto, la Cross Country
arrastraba un acopladito con un trineo rojo con adornos navideños y un reno. No
estaba soñando y ni alucinaba. Al menos eso me hizo sudar menos. En un instante
de estupidez humana me puse a seguir a esa Cross Country. El hombre tropieza
dos veces con la misma piedra…
Ahora todo venía a mi memoria. Fue un verano de
hace tres años. Pero la situación no era la misma. Me había topado
con este personaje pero en un camino casi apartado, y no en medio de la ciudad. Otra vez me
cruzaba con Papá Noel, al menos en este caso el vehículo le funcionaba y
llevaba un trineo detrás…
Lo seguí. Y como dije antes, fue una estupidez
de mi parte, pero el calor no dejaba que mis neuronas funcionaran bien. No sé
si por falta de oxígeno, o azúcar, o las dos cosas juntas. Así que comencé a
seguir a la Cross
Country roja no muy de cerca.
Cuando giró a la izquierda para entrar al
Hospital de Niños supe que mi suerte estaba echada. Pero lo seguí igual por
pura curiosidad. Lento, pero lo seguí a Papá Noel, a la Cross Country , al
tráiler, al trineo y al reno. ¡Cómo olvidarme del reno! Mi cabeza trataba de
recordar los sucesos de tres veranos atrás. Ya casi lo había olvidado, pero ese
puto semáforo me hizo toparme, nuevamente, con Don Noel…
Sí, Don Noel, porque parece que nos comenzábamos
a cruzar más de lo que era mi intención. Cuando entré al estacionamiento del
hospital el tipo se había bajado de la Cross Country y tenía el tamaño de un oso. Un oso
vestido de rojo y blanco. Era tan inmenso como el otro tipo que me había
topado. ¿No sería el mismo?
Preguntas que me hacía mientras estacionaba
debajo de la sombra de un frondoso árbol. Apagué el
motor y me quedé mirando que hacía Don
Noel. El calor del habitáculo hizo que me bajara y dejara la puerta abierta
para que entrara algo del fresco de la sombra del árbol. Di la vuelta y abrí la
puerta del lado del acompañante.
Después me senté y me apoyé en el viejo árbol.
Seguía mirando el trabajo de Papá Noel. En ese instante reparé en las bolsas de
terciopelo rojo que tenía en la parte de atrás de la Cross Country.
Llena estaba la rural, incluso tenía rebatido el asiento
trasero. Toda la parte de atrás estaba ocupada con esas bolsas.
Ni me molesté en pensar en el contenido de las
bolsas. Lo sabía de antemano. Era como estar en un “deja-vu”. Solo esperaba una cosa, que pronto sucedería. Y eso fue
cuando el oso vestido de rojo me vio sentado debajo del frondoso árbol. “¿No me das una manito con el trineo?”,
dijo con un vozarrón que estucharon en Ushuaia.
Si me niego quedo como un hijo de puta y por
ayudarlo sé que me estoy metiendo en un quilombo. Pero sabía que pasaría, creo
que lo supe desde el momento que apareció en el semáforo la Cross Country roja.
He dejado de creer en las casualidades desde hace décadas y Papá Noel, este
Papá Noel, lo confirma.
A pesar mío y del calor reinante, me paré y fui
a darle una “manito” para bajar el trineo. “Gracias
viejo. Mi ayudante no llegó y tengo que preparar el trineo y a Rodolfo”, me
dijo el tipo. Ni pregunté quién era Rodolfo porque ya lo sabía… Entre los dos
bajamos el trineo y ahí el tipo me comenzó a contar la historia de cómo armaron
el trineo y que era eléctrico. Por un momento veía mover su boca pero no
escuchaba las palabras. El calor me está matando pensaba.
Acomodamos el trineo y a Rodolfo. Acto seguido
Don Noel comenzó a sacar las bolsas de los regalos. Le suena el celular, sí
Papá Noel tiene teléfono móvil. “¿Cómo
decís? No puede ser la puta madre que lo parió”, dijo totalmente
transformado el tipo. Pensé que era el segundo Papá Noel que conocía que
puteaba como un camionero enojado, muy enojado. ¿Será el laburo, o será el
calor? No era tiempo, ni lugar para hacer una investigación al respecto.
Lentamente busqué el amparo de la sombra de otro
árbol. Pensando en volver a mi Renocito y abandonar el lugar sin hacer ruido.
Mientras Papá Noel seguía puteando a su interlocutor. Para ese momento su cara
blanca ya tenía casi el mismo tono que su ropa…
Comencé a encaminarme hacía mi auto, que tenía
ambas puertas delanteras abiertas. Cuando oí lo que no quería escuchar: “Viejo no te vayas. Voy a necesitar que me
des una mano”, me dijo Don Noel. Cagaste pensé. Te dije que no lo
siguieras, pero no me escuchaste. Eso lo dijo alguien en mi cerebro que no
logré saber quién carajos era. Pero seguro que alguien más sensato que yo.
Sabía lo que me iba a decir Papá Noel. Así que
caminé los pocos pasos que me separaban como un condenado a la horca. Me explicó que su
ayudante no iba a llegar porque se había intoxicado con algo que comió. No
podía apartarse mucho tiempo del baño. No solo por la diarrea, sino por los
vómitos.
¿Por qué me cuenta eso a mí? ¿Qué tengo que ver
en todo esto? ¿Será un karma? Eso debe ser un karma que me ocurre cada tanto en
el verano: cruzarme con Papá Noel y hacer de su asistente vestido de verde y
blanco. Porque de esos colores era el uniforme que blandía en su mano derecha
Don Noel. Encima era de mi talle.
Ahora se dan cuenta porque no creo en las
casualidades. Creo que si revisaba las etiquetas tendrían estampado mi nombre.
No lo quise hacer para no enloquecer por completo. Por los chicos que esperaban
sus regalos dentro del hospital, por eso no miré las etiquetas. Pegué media
vuelta y enfilé hacía Renocito.
“¿A
dónde vas?”, me espetó Papá Noel.
“A cambiarme a mi auto”, le dije sin
darme vuelta. La resignación se había apoderado de mí. Pero sabía que tendría
la recompensa en la alegría de los chicos internados. Eso valía el calor, el
uniforme de ayudante y bancarme al Papá Noel puteador.
Volví cambiado para enfrentar el nuevo reto. Ya
Don Noel estaba al mando de su trineo eléctrico con Rodolfo y comenzaba a enfilar
para la entrada del hospital. Personal médico y enfermeras se acercaban a
saludarlo, lo mismo que los de seguridad del hospital. Hasta de rebote recibía
saludos por ser el ayudante.
Incluso hasta ligué besos de enfermeras y
doctoras. Empezaba la actuación y había que seguir en el juego. Claro que ya
tenía entrenamiento y algunas cosas no me tomaron por sorpresa, aunque otras no
impidieron que me emocionara. Pero es lo que genera Papá Noel, con sus regalos,
el trineo y Rodolfo.
Todo salió bien. Los chicos recibieron sus
regalos de Navidad, Papá Noel se cansó que le sacaran fotos, incluso hasta
estoy en alguna, y la emoción estuvo todo el tiempo presente. Ver las caras de
esos pibes cuando Don Noel se aparecía con el trineo y Rodolfo me impactó. Y
eso que ya había pasado por una situación similar.
Salimos del hospital y lo ayudé a Don Noel a
subir el trineo y a Rodolfo. Le devolví el traje verde y blanco y me dio un
fuerte apretón de mano. “Muchas gracias,
viejo. Me sacaste de un apuro”, me dijo con una sonrisa que se reflejaba en
sus ojos azules. “Será hasta la próxima”,
agregó. Pensé que sería mejor que no se repitiera, pero no se lo iba a decir en
ese momento.
Se subió a su Cross Country y cuando se estaba
yendo me dijo, “me había dicho mi
compañero que eras macanudo”. Me quedé helado. No supe que responder.
Todavía me estaba reponiendo de las emociones y de los ojitos verdes de la
doctora pelirroja del tercer piso. Entre paréntesis voy volver con alguna
excusa para verla…
Cuando reaccioné a lo que me dijo Don Noel me
tiré adentro de Renocito y arranqué raudo. Quería ver adónde se iba Papá Noel.
Lo alcancé a ver que daba vuelta a la derecha en la primera esquina. Aceleré y
llegué justo que cambiaba el semáforo. Al dar la vuelta en la esquina la Cross Country roja y
el tráiler no estaban.
¿Adónde se metió? No lo sé, y creo que nunca lo
sabré. Por eso a los dos días volví para charlar con la doctora pelirroja y
hablar de Papá Noel. Claro que me recordaba vestido de verde y blanco, como el
ayudante. Fue la excusa para verla. Ahora estamos por vernos el sábado. Espero
que ella no trabaje, también, con Don Noel…
Dedicado a Eduardo Nolazco por toda su
generosidad.
Pueden leer todos los relatos, con
anécdotas o de ficción, publicados en el blog de Archivo de autos en esta
página: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
¿Te gustó este relato de ficción? Podés convidarme
un cafecito: https://cafecito.app/archivodeautos
#Archivodeautos, #Relatos,
#PapaNoel, #Navidad
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Aquellos comentarios que sean anónimos, y que no tengan un nombre, o un nick, o un apodo, como firma, no serán publicados y se los considerará como spam. Se eliminarán comentarios con enlaces publicitarios de cualquier tipo. Los comentarios con insultos o políticos se eliminarán directamente.