domingo, 15 de diciembre de 2019

Cross Country de navidad

Estaba detenido en el semáforo cuando de la nada apareció una Rambler Cross Country roja con el techo blanco y adentro Papá Noel. Sí, Papá Noel en medio de la ciudad. Lo miro y el tipo me saluda con una sonrisa. ¿Será el calor de esta tarde de diciembre?, pensé, porque la temperatura se había pasado de los 35º y seguía camino a los 40º grados con toda tranquilidad.


En mi Renault 4 GTL me estaba calcinando como corresponde en un verano ciudadano. No era la primera vez y no sería la única. Encima el color rojo de mi Renocito era indicio que todo estaba a punto de arder en la ciudad. “Ciudad calcinada”, sería el título de esta película.

Pero a Papá Noel no parecía importarle, como si hubiera llegado hacía tan solo cinco minutos del Polo Norte. Hasta parecía que estaba más fresco que yo, que vestía bermudas, musculosa y sandalias. El tipo no parecía ni siquiera transpirar… Yo en cambio me estaba abrasando esperando la luz verde.

Luz que cambió en el preciso momento que estaba divagando desde el lugar de donde había llegado Papá Noel. El tipo arranca con su Cross Country y ahí reparé que tenía un tráiler, o batán, o como mierda quieran llamarlo con un trineo y hasta un reno. ¡Sí! Un reno. Tuve que parpadear unos segundos porque creía que el agobiante calor me estaba nublando el poco cerebro que tenía activo en esa bochornosa tarde de diciembre.

Pero era cierto, la Cross Country arrastraba un acopladito con un trineo rojo con adornos navideños y un reno. No estaba soñando y ni alucinaba. Al menos eso me hizo sudar menos. En un instante de estupidez humana me puse a seguir a esa Cross Country. El hombre tropieza dos veces con la misma piedra…

Ahora todo venía a mi memoria. Fue un verano de hace tres años. Pero la situación no era la misma. Me había topado con este personaje pero en un camino casi apartado, y no en medio de la ciudad. Otra vez me cruzaba con Papá Noel, al menos en este caso el vehículo le funcionaba y llevaba un trineo detrás…

Lo seguí. Y como dije antes, fue una estupidez de mi parte, pero el calor no dejaba que mis neuronas funcionaran bien. No sé si por falta de oxígeno, o azúcar, o las dos cosas juntas. Así que comencé a seguir a la Cross Country roja no muy de cerca.

Cuando giró a la izquierda para entrar al Hospital de Niños supe que mi suerte estaba echada. Pero lo seguí igual por pura curiosidad. Lento, pero lo seguí a Papá Noel, a la Cross Country, al tráiler, al trineo y al reno. ¡Cómo olvidarme del reno! Mi cabeza trataba de recordar los sucesos de tres veranos atrás. Ya casi lo había olvidado, pero ese puto semáforo me hizo toparme, nuevamente, con Don Noel…

Sí, Don Noel, porque parece que nos comenzábamos a cruzar más de lo que era mi intención. Cuando entré al estacionamiento del hospital el tipo se había bajado de la Cross Country y tenía el tamaño de un oso. Un oso vestido de rojo y blanco. Era tan inmenso como el otro tipo que me había topado. ¿No sería el mismo?

Preguntas que me hacía mientras estacionaba debajo de la sombra de un frondoso árbol. Apagué el motor y me quedé mirando que hacía Don Noel. El calor del habitáculo hizo que me bajara y dejara la puerta abierta para que entrara algo del fresco de la sombra del árbol. Di la vuelta y abrí la puerta del lado del acompañante.

Después me senté y me apoyé en el viejo árbol. Seguía mirando el trabajo de Papá Noel. En ese instante reparé en las bolsas de terciopelo rojo que tenía en la parte de atrás de la Cross Country. Llena estaba la rural, incluso tenía rebatido el asiento trasero. Toda la parte de atrás estaba ocupada con esas bolsas.

Ni me molesté en pensar en el contenido de las bolsas. Lo sabía de antemano. Era como estar en un “deja-vu”. Solo esperaba una cosa, que pronto sucedería. Y eso fue cuando el oso vestido de rojo me vio sentado debajo del frondoso árbol. “¿No me das una manito con el trineo?”, dijo con un vozarrón que estucharon en Ushuaia.

Si me niego quedo como un hijo de puta y por ayudarlo sé que me estoy metiendo en un quilombo. Pero sabía que pasaría, creo que lo supe desde el momento que apareció en el semáforo la Cross Country roja. He dejado de creer en las casualidades desde hace décadas y Papá Noel, este Papá Noel, lo confirma.

A pesar mío y del calor reinante, me paré y fui a darle una “manito” para bajar el trineo. “Gracias viejo. Mi ayudante no llegó y tengo que preparar el trineo y a Rodolfo”, me dijo el tipo. Ni pregunté quién era Rodolfo porque ya lo sabía… Entre los dos bajamos el trineo y ahí el tipo me comenzó a contar la historia de cómo armaron el trineo y que era eléctrico. Por un momento veía mover su boca pero no escuchaba las palabras. El calor me está matando pensaba.

Acomodamos el trineo y a Rodolfo. Acto seguido Don Noel comenzó a sacar las bolsas de los regalos. Le suena el celular, sí Papá Noel tiene teléfono móvil. “¿Cómo decís? No puede ser la puta madre que lo parió”, dijo totalmente transformado el tipo. Pensé que era el segundo Papá Noel que conocía que puteaba como un camionero enojado, muy enojado. ¿Será el laburo, o será el calor? No era tiempo, ni lugar para hacer una investigación al respecto.

Lentamente busqué el amparo de la sombra de otro árbol. Pensando en volver a mi Renocito y abandonar el lugar sin hacer ruido. Mientras Papá Noel seguía puteando a su interlocutor. Para ese momento su cara blanca ya tenía casi el mismo tono que su ropa…

Comencé a encaminarme hacía mi auto, que tenía ambas puertas delanteras abiertas. Cuando oí lo que no quería escuchar: “Viejo no te vayas. Voy a necesitar que me des una mano”, me dijo Don Noel. Cagaste pensé. Te dije que no lo siguieras, pero no me escuchaste. Eso lo dijo alguien en mi cerebro que no logré saber quién carajos era. Pero seguro que alguien más sensato que yo.

Sabía lo que me iba a decir Papá Noel. Así que caminé los pocos pasos que me separaban como un condenado a la horca. Me explicó que su ayudante no iba a llegar porque se había intoxicado con algo que comió. No podía apartarse mucho tiempo del baño. No solo por la diarrea, sino por los vómitos.

¿Por qué me cuenta eso a mí? ¿Qué tengo que ver en todo esto? ¿Será un karma? Eso debe ser un karma que me ocurre cada tanto en el verano: cruzarme con Papá Noel y hacer de su asistente vestido de verde y blanco. Porque de esos colores era el uniforme que blandía en su mano derecha Don Noel. Encima era de mi talle.

Ahora se dan cuenta porque no creo en las casualidades. Creo que si revisaba las etiquetas tendrían estampado mi nombre. No lo quise hacer para no enloquecer por completo. Por los chicos que esperaban sus regalos dentro del hospital, por eso no miré las etiquetas. Pegué media vuelta y enfilé hacía Renocito.

“¿A dónde vas?”, me espetó Papá Noel. “A cambiarme a mi auto”, le dije sin darme vuelta. La resignación se había apoderado de mí. Pero sabía que tendría la recompensa en la alegría de los chicos internados. Eso valía el calor, el uniforme de ayudante y bancarme al Papá Noel puteador.

Volví cambiado para enfrentar el nuevo reto. Ya Don Noel estaba al mando de su trineo eléctrico con Rodolfo y comenzaba a enfilar para la entrada del hospital. Personal médico y enfermeras se acercaban a saludarlo, lo mismo que los de seguridad del hospital. Hasta de rebote recibía saludos por ser el ayudante.

Incluso hasta ligué besos de enfermeras y doctoras. Empezaba la actuación y había que seguir en el juego. Claro que ya tenía entrenamiento y algunas cosas no me tomaron por sorpresa, aunque otras no impidieron que me emocionara. Pero es lo que genera Papá Noel, con sus regalos, el trineo y Rodolfo.

Todo salió bien. Los chicos recibieron sus regalos de Navidad, Papá Noel se cansó que le sacaran fotos, incluso hasta estoy en alguna, y la emoción estuvo todo el tiempo presente. Ver las caras de esos pibes cuando Don Noel se aparecía con el trineo y Rodolfo me impactó. Y eso que ya había pasado por una situación similar.

Salimos del hospital y lo ayudé a Don Noel a subir el trineo y a Rodolfo. Le devolví el traje verde y blanco y me dio un fuerte apretón de mano. “Muchas gracias, viejo. Me sacaste de un apuro”, me dijo con una sonrisa que se reflejaba en sus ojos azules. “Será hasta la próxima”, agregó. Pensé que sería mejor que no se repitiera, pero no se lo iba a decir en ese momento.

Se subió a su Cross Country y cuando se estaba yendo me dijo, “me había dicho mi compañero que eras macanudo”. Me quedé helado. No supe que responder. Todavía me estaba reponiendo de las emociones y de los ojitos verdes de la doctora pelirroja del tercer piso. Entre paréntesis voy volver con alguna excusa para verla…

Cuando reaccioné a lo que me dijo Don Noel me tiré adentro de Renocito y arranqué raudo. Quería ver adónde se iba Papá Noel. Lo alcancé a ver que daba vuelta a la derecha en la primera esquina. Aceleré y llegué justo que cambiaba el semáforo. Al dar la vuelta en la esquina la Cross Country roja y el tráiler no estaban.

¿Adónde se metió? No lo sé, y creo que nunca lo sabré. Por eso a los dos días volví para charlar con la doctora pelirroja y hablar de Papá Noel. Claro que me recordaba vestido de verde y blanco, como el ayudante. Fue la excusa para verla. Ahora estamos por vernos el sábado. Espero que ella no trabaje, también, con Don Noel…

Dedicado a Eduardo Nolazco por toda su generosidad.

Mauricio Uldane

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