Ahora que pasó un tiempo puedo contarles
lo que me sucedió. Faltaban dos días para la Navidad. Ese 22 de diciembre, de
un tórrido verano, no lo olvidaré jamás. Nunca pensé que me pasaría a mí.
Hacía calor, como siempre pasa en Buenos
Aires y sus alrededores, en el mes de diciembre. Como siempre digo es mejor
tomarse una sidra helada que comerse un turrón de Alicante. Pero nuestros
ancestros inmigrantes trajeron sus tradiciones desde Europa. Algún día cambiará,
algún día.
Venía tranquilamente con mi querido
Renolito, así llamo a mi Renault 4 GTL, cuando veo una inmensa figura humana al
lado de una Peugeot Partner. Me hacía señas en esa ruta secundaria que suelo
tomar por tener muy poco tránsito.
El tipo era Papá Noel. Claro que era un
tipo vestido como Papá Noel y me hacía desesperadamente señas con ambos brazos.
Parecía más grande todavía. Desaceleré y me detuve frente a su magnitud humana.
“¡Gracias viejo! Se me quedó la camioneta
y tengo que llegar al Hospital de Niños”, casi que gritó en la ventanilla del
acompañante. “Bueno subí que te llevo”, le respondí algo resignado porque debía
apartarme de mi recorrido. “Esperá que traigo los juguetes”, me dijo y se fue
para la Partner.
¿Juguetes?, pensé para mis adentros. Pero
fueron unos segundos para darme cuenta que Papá Noel llevaba una montaña de
juguetes para los pibes internados en el hospital. Y literalmente tenía la
Partner repleta con bolsas con juguetes. Pensé que era su trineo del siglo XXI…
Tanto que la Partner era de color rojo,
igual que Renolito. Lo mismo que el traje de Papá Noel, gracias a una famosa
gaseosa, sino sería de color verde, como lo fue en la antigüedad. Pero a quién
le importa eso. Papá Noel es de color rojo y vivos blancos. Así estaba vestido
el tipo de la Partner averiada.
“Todas esas bolsas no van a entrar”, le
dije en un tono espantado. “Sí, si volcás el asiento trasero”, me dijo como si
Renolito fuera de él. Tenía razón y volcamos el asiento. Cuando terminamos de
cargar todas las bolsas no había lugar para nada más.
“¡Vamos que llegamos tarde!”, rugió
mientras se acomodaba, cómo podía, en el asiento del acompañante. Renolito
había descendido en varios centímetros en su altura. Ni qué decir con el peso
de Papá Noel. Era como tener a Moby Dick sentada al lado mío.
Tanto que la dirección de Renolito
buscaba incesantemente la banquina de la ruta. Esto me va a costar una
alineación pensaba mientras el tipo no paraba de hablar. Me contaba que se le
había quedado la camioneta, “¡justo hoy que tengo que llevarles los juguetes a
los pibes del hospital!”.
“Y encima me están esperando”, terminó
por decir. Ahí comprendí que había ilusión en esos chicos internados y que
estaban ansiosos esperando los juguetes que les llevaría él. Me decidí definitivamente
a darle una mano y llegar tarde a mi destino. Eso podía esperar, los chicos no.
No paraba de hablar y gesticular adentro
de Renolito. Era un personaje total ese tipo disfrazado. Ya estaba un poco
crecidito para creer en este personaje de leyenda. Pero lo tenía sentado al
lado mío y hablando sin parar.
El Hospital de Niños quedaba un tanto
lejos de dónde se había quedado con la Partner, así que el viaje nos demandaría
casi una hora de viaje. En eso que ya se había calmado un poco sonó su celular.
“¡Cómo! ¡Qué te pasó! ¡La puta madre!”, gritó. “Veo cómo me arreglo, pero es
otra cagada más en esta tarde de mierda con un calor de la reputísima madre que
lo parió”, se descargó con su interlocutor del celular.
Que no eran buenas noticias ya lo tenía
claro. Que serían peores, no lo sabía. Pero siempre algo puede empeorar cuando
sale mal y eso que no me considero una persona negativa. Cuando pasa parece que
todas las ondas negativas del planeta se alinean en una persona. Ese 22 de
diciembre le había tocado a Papá Noel.
Por lo que me había contado desde la
mañana de ese día era una sumatoria de problemas. Tenía el talonario completo
de infortunios para ese momento y todo recaía en él. Aunque ahora se había
topado con Renolito y conmigo para compartir, al parecer, sus ondas negativas
que le llegaban desde alguna parte. Lo único que esperaba que no fueran del
Polo Norte. Lo único que me faltaba era toparme con un oso polar…
“Mi amigo que iba hacer de duende
ayudante se quebró la pata. El boludo se cayó de la escalera cuando podaba el
cerco del vecino. ¡Pero mirá que será pelotudo! ¡Hoy se tenía que poner a
cortar ese cerco de mierda! ¡Justo hoy!”, me gritó al oído.
“Son cosas que pasan”, le dije en forma
inocente y me miró con los ojos incendiados de odio. Diría que los tenía rojos
como su traje, pero creo que solo fue mi imaginación. Al mismo tiempo su cara
se transformó de repente. “¿Qué talle tenés vos?”, me preguntó y temí lo peor.
“Mediano”, dije tímidamente. “¡Perfecto!”, volvió a gritar en mi oído.
Estábamos tan cerca que no era necesario, pero no parecía comprenderlo.
“¡Te nombro ayudante de Papá Noel!”, me
dijo y algo, que no sé explicar, recorrió todo mi cuerpo a la velocidad de la
luz. Sabía que esto tendría consecuencias que no olvidaría jamás. “Parate en aquel
arbolito”, me ordenó, como hace Papá Noel a uno de sus duendes ayudantes.
La parada bajo el árbol en la ruta era
para que me pusiera la ropa del amigo de él, perdón, del ayudante de Papá Noel.
Así cambiado en una ruta desolada de alguna parte del Gran Buenos Aires había
pasado a ser un duende. Y eso parecía al lado de su inmensidad, que tenía la
semejanza de un Oso Carolina.
“¡Te queda perfecto el traje de ayudante
mío! Ni que lo hubieran hecho a medida para vos”, dijo exultante. Algo dentro
de mí intuía que toda esta situación estaba preparada de antemano. Lo que no
atinaba a descubrir quién era el autor.
“¡Vamos que el tiempo vuela como el
trineo de Papá Noel!”, dijo este personaje, no sin cierta sorna en sus
palabras. Dudas, y más dudas. Ya miraba para todos lados buscando una cámara
oculta. Pero la verdad que estábamos los tres solos, Papá Noel, Renolito y yo.
Gracias a Renolito, ahora él, era el
trineo de Papá Noel pero manejado por el duende ayudante. Algo que visto desde
afuera parecía sacado de un libro de cuentos infantiles. Por un momento,
vestido de duende con Papá Noel a mi lado, y viajando por esa ruta desolada
pensé que Renolito remontaría vuelo hasta el Hospital de Niños.
Pero la realidad se interpuso en el
camino, o la ruta si prefieren, y seguimos viaje hasta el hospital como
cualquier ser mortal que habita este planeta. El humor del tipo había cambiado.
Se le veía en la cara y que no profería una serie de puteadas cuando hablaba.
Diría que tenía ascendencia tana esta versión local que me había tocado en
suerte.
Ya las cosas parecían que se habían
encaminado, para él, y estaba canturreando una especie de villancico, o algo
parecido. Todo era tan raro. O este tipo, del cual no sabía su nombre, se había
tomado a pecho el papel, o era Papá Noel…
El intenso calor de esa tarde del 22 de
diciembre estaba haciendo estragos en mi cerebro y el traje de duende no
ayudaba en nada. Lo bueno que faltaba poco para llegar al Hospital de Niños.
Estaba a solo nueve cuadras, como los renos de Papá Noel. Otra coincidencia, o
no…
Llegamos al portón de entrada y nos
recibió un policía de la provincia. “¡Ah, es Papá Noel! Pasen, pasen que los
chicos los están esperando”, dijo el tipo con una gran sonrisa y saludándonos
con la mano. Al menos el tipo decía la verdad con los chicos del hospital. Y
era cierto que nos esperaban estaban varios médicos, enfermeras y demás
esperándolos para llevar los juguetes a los pibes internados.
A partir de ese momento comencé a
sentirme como en una nube. Las emociones que viví en ese hospital son
indescriptibles. Todos nos saludaban y al llegar dónde estaban los primeros
chicos internados las piernas me temblaron. “No me abandone ahora ayudante”, me
dijo casi en un susurro al oído. ¡Podía hablar bajito el muy guacho!
Fuimos entregando los regalos y las
caritas de esos pibes lo decían todo. El agradecimiento, la alegría y la
inocencia estaban presentes. Alguna lágrima se acumuló en mis ojos y recibí un
suave codazo de Papá Noel para que tomara la compostura nuevamente. Era alegría
lo que tenía demostrar, no lágrimas, aunque fueran de una fuerte emoción.
Terminamos de repartir todos los juguetes
y ya me sentía otro hombre. Mejor dicho otro duende. Hasta se me había ido el
calor que tenía adentro de Renolito. Que nos esperaba custodiado por un policía
hasta que regresáramos a nuestro trineo.
“¡Ahora me voy hasta la otra Navidad con
mi ayudante y mi trineo!”, gritó a los chicos que estaban colgados de los
balcones del hospital. Así entre gritos y algarabías partimos. Aproveché a
tocar un par de bocinazo de la bocina de aire que le puse a Renolito. “¡Genial
lo de la bocina! Tocá más, tocá más”, me gritó, nuevamente al oído. Los
susurros se habían quedado dentro del hospital.
“Llevame hasta mi trineo”, me indicó.
“Pero si no funciona”, le dije. “Llevame igual”, sentenció y como ayudante
obedecí sin más trámite. En el camino siguió canturreando villancicos y
nuevamente me asaltó la idea de todo lo irreal que era la situación.
Llegamos a donde estaba estacionada la
Partner roja, su trineo según él. “Muchas gracias por todo. ¡Ah! Necesito el
traje de duende”, me dijo y otra vez a cambiarme en medio de la ruta desolada.
Esta vez sin sombra reparadora. El reparo estaba en mi interior con lo vivido
en el Hospital de Niños. Eso valía todo lo sucedido con Papá Noel.
Me dio la mano recogió las bolsas vacías,
el traje de duende y se cruzó a su Partner. Mientras lo hacía tomó su celular y
llamó a alguien. Ya no pude escuchar su conversación, habían retornado los
susurros, pese a lo desolado de la ruta bonaerense.
Arranqué y Papá Noel se volvió para
saludarme con la mano. Respondí con el gesto y fijé la mirada en la ruta. Debía
acudir a mi destino, aunque fuera atrasado. Por el espejo retrovisor vi como se
subía a su Partner y para mi sorpresa cómo se alejaba en sentido contrario con
total normalidad.
Desde la ventanilla la mano izquierda me
saludaba. En ese momento caí en la cuenta que nunca me dijo su nombre. Siempre
habló como si fuera Papá Noel de verdad. No sé si fue el calor de esa tarde del
22 de diciembre o que mi mente no estaba del todo clara, como sucede
habitualmente, pero tuve la sensación que todo había sido un especie de
ensoñación.
Al otro día me vi en un canal de
televisión como ayudante de Papá Noel, al menos eso decía en el videograph del
noticiero de la noche. Era la nota de color con los pibes del Hospital de
Niños. Ahí confirmé que había estado realmente con Papá Noel, que tiene por
trineo una Partner roja. Ahora todos ustedes lo saben.
Dedicado muy especialmente a Eduardo
Arturo Nolazco, él sabe bien porqué.
Mauricio Uldane
Pueden
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Archivo de autos en esta página: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
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tiene Internet propia financiada por sus seguidores y por publicidad en este
blog.
Como siempre Mauricio nos deleitás con tus relatos que uno lee con avidez hasta el final! Genial. Un abrazo.
ResponderBorrarMuchas gracias por el elogio y la lectura.
BorrarCuando uno logra atrapar al lector es todo un mérito.
Saludos y abrazo.