Mi padre fue chofer buena parte de su vida laboral
y entre los trabajos que tuvo fue manejar un camión carne. Y hoy les contaré
algunas de las anécdotas, que de tanto en tanto, menciona sobre ese trabajo y
que vengo escuchando de cuando era un chico como mi sobrino de cinco años.
Nació en, la hoy ciudad, de Tres Lomas en el oeste
de la provincia de Buenos Aires. Nombre que recibió el pueblo por tener tres
lomas en su geografía. Ya que la localidad era José María Blanco y por aquellos
años, 1930, era parte del partido de Carlos Pellegrini.
Allá se crió y siendo un joven emigró, por falta de
trabajo en la zona, con toda su familia al sur de conurbano bonaerense, para
ser preciso a Avellaneda, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Ese
inmenso monstruo para cualquiera que venga de un pueblo chico de cualquier
provincia de la
Argentina. Pasó por algunos trabajos y las cosas de la vida
lo llevaron, a él, y su familia a San Miguel en el noroeste del Gran Buenos
Aires y de donde escribo estas líneas.
Ya estando radicado en San Miguel le ofrecieron ser
conductor de un camión de reparto de carne para abastecer las carnicerías de la
zona norte del Gran Buenos Aires. Para ubicarnos en el tiempo hablamos de
mediados de los años cincuenta cuando el conurbano bonaerense, en pleno
gobierno peronista, se encontraba en plena expansión. Hasta llegar a ser un
gran conglomerado de población como sucede hoy en pleno siglo XXI.
El tema es que por aquel entonces no había frigoríficos
de carne en la zona de San Miguel, así que la carne había que traerla desde la
ciudad de Pergamino al norte de la provincia de Buenos Aires. El viaje era
diario. Todos los días ida y vuelta de Pergamino a San Miguel, más el reparto
de carne. Ahí es donde comienzan las anécdotas que escuchaba de chico.
El mal dormir era una cuestión a diario. Además de
tener los horarios cambiados y dormir en el día. El padre de mi padre, mi
abuelo paterno, era mecánico, como ya conté en alguna ocasión, así que durante
el día en la casa, donde estaba el taller había ruido. Pero mi viejo dormía a
pata suelta dado el cansancio que tenía acumulado por las horas de manejo diario.
Dormir era el tema de muchas anécdotas como en la
curva pronunciada del arroyo Pinazo, donde luego estaría el frigorífico de
pollos San Sebastián, la curva de San Sebastián para los que conocen la vieja
Ruta 8 camino a Pilar. Allí el camino hace una especie de rulo. Por ese
entonces la línea de colectivos 141 iba de Pilar hasta Chacarita en la ciudad
de Buenos Aires. Mi padre conocía a un chofer de uno de los colectivos que
realizaban el recorrido mencionado.
Más tarde se encontró que este amigo que le dijo:
“¡te vas a matar!”. Cuando mi padre le requirió porque le decía eso, el amigo,
le contestó que era porque en la curva de San Sebastián lo vio como la iba a
tomar con el camión de carne, viendo desde Pergamino. Derecho venía mi viejo.
Ante esta situación el colectivero amigo se cruzó de mano y lo dejó que
“enderezara” la curva. Mi viejo tomó la curva totalmente dormido y nunca vio al
colectivo que venía de frente. Hoy tomar esa curva de esa forma implica no solo
un accidente sino muertos.
Otra vez se despertó justo delante de la barrera
del ferrocarril San Martín en la estación José C. Paz. La barrera bajaba recién
y por aquellos años no había barreras automáticas sino que un guardabarrera la
operaba. Todavía al día de hoy no sabe cómo dobló en la vieja Ruta 8 y el cruce
con la, que por entonces era la
Ruta 197, hoy Ruta 24. Después de décadas hoy ese cruce tiene
semáforos y está ensanchado en la
Ruta 24. Doblar dormido en ese lugar produciría una tragedia
para que los canales cables de noticias se hagan el festín macabro por días.
Pero no todo era dormir arriba del camión de carne.
El viaje era duro, en especial por la frecuencia diaria, la vieja Ruta 9 era
angosta. Tanto que en un puente había que dejar paso al camión que venía en
sentido contrario. Porque los dos camiones no podían pasar juntos sobre el
puente. La niebla era otra de las dificultades como el humo de las quemas a la
vera de la ruta. Todo para llegar temprano al frigorífico de Pergamino para
estar primero en la cola de la carga de la carne.
No solo mi padre sufría las consecuencias del
cansancio crónico. Otro de los camioneros que iba a buscar carne a Pergamino
volcó dos veces en el mismo lugar de la ruta. Lo curioso es que volcó de ida… y
de vuelta. Nada le pasó porque como la caja para la carne era más ancha que la
cabina, no tocó el suelo.
Una vez la carne no tenía el suficiente frío así
que el roce que tuvieron las medias reses en el camino estropeó la carne. El
dueño del camión de carne le dijo a mi padre que tirara las medias reses en un
campo que tenía sobre la Ruta
9. Allí criaba chanchos y esas medias reses le servirían de alimento. El olor a
podrido estuvo presente en el lugar por semanas. Algo así hoy no sucedería.
Tampoco que las entrañas, ese exquisito corte que
solemos asar a la brazas, y que no es otra cosa que el diafragma de las vacas,
solían no estar incluidas en las medias reses. No todos los carniceros las
reclamaban. Una vez mi padre llevó a su primo hermano que luego sería mi
padrino, todavía mis padres estaban de novios en aquellos años, para que sacara
las entrañas de las medias reses cuando iba en marcha por la ruta. Los golpes
que recibió de las medias reses bamboleantes justificó el trabajo para saborear
las entrañas a la parrilla.
Mi viejo tuvo diferentes camiones a su mando, de
diferentes dueños, entre esos camiones se encontraba el Ford modelo 1940 que
está en la vieja fotografía tomada en la localidad de Grand Bourg, hoy partido
de Malvinas Argentinas, y por aquellos años partido de General Sarmiento. Al
fondo se ve la iglesia de Grand Bourg que ahora está en medio de la ciudad a
unas cuadras de la estación ferroviaria de Grand Bourg. Por supuesto que las
calles eran de tierra.
Como la calle de tierra de una de las carnicerías
de esa localidad que el día de lluvia, mi viejo y el camión, no podía ingresar.
Así que tenía que dejar el camión y caminar las cuadras para avisarle al
carnicero que enganchara el caballo al carro para acercarse hasta el camión
para volver con la carne a la carnicería. Faltaban décadas para el asfalto y
los teléfonos celulares. La vida en el conurbano bonaerense ha cambiado en los
últimos cincuenta años. Para bien o para mal.
Otro camión que manejó mi viejo fue uno de los
primeros Mercedes-Benz que se fabricaron en la planta de González Catán en la
provincia de Buenos Aires. Como camión cero kilómetro era una maravilla en comparación
de los otros camiones más viejos que le tocó manejar. Para no dejar a dudas de
la marca del camión mi viejo le hizo poner una “estrellita” en la trompa, como
se puede apreciar en la fotografía que fue tomada en el balneario de Quilmes,
en el sur del Gran Buenos Aires, allá por los cincuentas cuando estaba de novio
con mi madre.
Luego de ese trabajo de conductor de camiones de
carne se casó con mi vieja y consiguió trabajo como chofer de un abogado de la
ciudad de Buenos Aires, como les he contado en otros relatos dominicales. Ahí
las cosas cambiaron. Como todo tiene un lado malo y otro bueno, pero eso es
otra historia que nada tiene que ver con manejar un camión lleno de medias
reses bamboleantes.
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Mauricio Uldane
Creador y editor de Archivo de autos
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