domingo, 21 de diciembre de 2014

El accidente que no fue

Marcos tiene a Los García que lo protegen cada vez que sale a pasear, o a un encuentro de autos, en su Ford Falcon rojo 1965, pero quién protegió a mi amigo Valentín en su viaje al sur del país. No lo sé, pero sí sé que algo o alguien, del más allá, lo cuidaron durante todo su periplo por la Patagonia, sino vean lo que le pasó.



En unas vacaciones de verano mi amigo Valentín y su hermano Carmelo se fueron en el Fiat 1500 modelo 1967 de su padre a visitar unos amigos que vivían en Bariloche. Llevaron a sus respectivas novias, ya que para aquella época todavía no se habían casado.

Sería a mediados de los setenta cuando partieron en ese viaje de vacaciones por el sur de Argentina. Todo un viaje para los que lo han realizado. Vuelven contando maravillas del paisaje. Esos lagos y esos caminos de ripio, que también son una aventura para los conductores.

Ahora hay muchos caminos asfaltados, pero hace más de cuarenta años atrás no era así. Había que andar con mucho cuidado. Mi amigo Valentín y su hermano tenían capacidad conductiva. Incluso Carmelo participó en algunas competiciones en alguna que otra categoría zonal en la provincia de Buenos Aires.

Ambos eran de andar fuerte cuando eran jóvenes, ahora prefieren tomarse las cosas con calma. Ya se sacaron el gusto por la velocidad cuando eran unos muchachos intrépidos al mando de sus bólidos. Cosas de la juventud que dicen los más viejos y se les pinta cierta melancolía en el rostro. Creo que recuerdan las picardías que solían cometer con sus muchachos de la barra, como se decía hace muchas décadas, cuando el punto de reunión era el bar de la esquina con su mostrador de estaño.

Pero Valentín y Carmelo no son tan viejos como para tener recuerdos de tan atrás en el tiempo. Son gente más joven que les tocó vivir otras épocas del siglo pasado, de donde venimos casi todos los que tenemos más de 15 años. A veces pienso que decir que nací en el siglo pasado tiene cierto olor a naftalina. Pero eso es solo una idea que da vueltas en mi cabeza de vez en vez.

Valentín, Carmelo y el Fiat 1500 partieron desde San Miguel, donde vivían, hacia la ciudad de Bariloche en la provincia de Río Negro, al sur de Argentina, en plena Patagonia. Un lugar que muchos han elegido como morada por los encantos naturales.

El viaje de ida fue normal lo mismo que la estadía en Bariloche. Al regreso es donde comenzaron los problemas que les traerían más de un dolor de cabeza. Valentín y Carmelo decidieron regresar a San Miguel luego de cenar en la casa de unos amigos que pasaron a saludar. Eran jóvenes como para tener problemas para viajar de noche.

Los saludos de rigor y a la ruta. Ruta de montaña, algo más que obvio en semejante geografía patagónica. Salieron a la ruta con el Fiat 1500 y comenzaron los inconvenientes. A poco de caminar por la ruta se encendió la luz roja de falta de presión de aceite en el motor. “¿Qué pasó?”, preguntó Valentín que iba al mando. “No sé”, le respondió Carmelo.

La luz seguía encendida y una estación de servicio en la ruta fue la solución. Al menos era un buen lugar para detener la marcha. Preguntaron en la estación de servicio por un mecánico, pero a las 11 de la noche es difícil conseguirlos en casi cualquier parte del planeta.

A esta altura debo contarles que Valentín y Carmelo son mecánicos y trabajan juntos desde hace más de treinta años en su propio taller. Así que no tenían problemas a la hora de meterle mano al Fiat 1500. El problema era encontrar un lugar apto para realizar la tarea.

Ese lugar estaba esperándolos en la misma estación de servicio a la vera de la ruta patagónica. Había una fosa donde poder bajar el cárter y averiguar por qué el motor se había quedado sin presión de aceite.

Ambos pusieron manos a la obra y comenzaron a desarmar el motor para ver qué cuernos le había pasado. Mientras sus novias esperaban a un lado. Una vez sin el cárter llegaron a la conclusión que todo estaba en orden. Ninguna avería se había hecho presente. Siguieron con el bulbo de presión de aceite. Tal vez la falla estaba ahí. Tampoco.

No había pérdida por ninguno lado. Pusieron nuevamente en marcha el Fiat 1500, luego de rearmarlo, y nuevamente la luz roja del tablero se manifestó en todo su esplendor. El desconcierto de los hermanos mecánicos era más que evidente. Ya habían perdido más de una hora en armar y desarmar. Aunque debo confesarles que los muchachos trabajaron rápido. No era cosa de pasar la noche tirados en una estación de servicio en medio de la inmensidad patagónica.

Carmelo se devanaba los sesos pensando dónde estaba el maldito problema que no los dejaba retornar a su hogar en San Miguel, a tantos kilómetros de distancia. Miraba el motor como buscando una señal que le dijera dónde estaba la avería. Una profunda investigación lo llevó hacia al distribuidor, luego de dejar de lado todo lo demás que seguía marcando de rojo el tablero.

El resto del motor funcionaba perfecto, como en el viaje de ida, sin fallas. Solo con las paradas habituales para cargar nafta y hacer pis, un dúo que suele acompañarnos cada vez que hacemos un largo viaje a cualquier parte del país.
El distribuidor estaba raro y eso le llamó la atención a Carmelo. Cuando lo toca nota que estaba más elevado que lo normal. Como si se hubiera desplazado hacia arriba. Efectivamente el eje del distribuidor estaba fuera de lugar. “Valentín, creo que encontré el problema”, dijo Carmelo a su hermano.

Aflojó el soporte del distribuidor y lo empujó hacia abajo para que engranara con la bomba de aceite. Ajustó el soporte de fijación y le dijo a Valentín que le diera arranque al Fiat 1500. La luz roja había desaparecido por completo del tablero y el motor nuevamente contaba con la presión necesaria de aceite para su lubricación.
Valentín, como les dije, tiene más de 30 años de trabajar de mecánico con su hermano y otros 10, más o menos, de ejercer el mismo oficio en otros empleos. Nunca a lo largo de su vida como mecánico le pasó algo similar con el distribuidor del motor de un Fiat 1500. El eje del distribuidor se corta, o el engranaje se desgasta, o se sale de punto, pero nunca, nunca se sube de su posición de trabajo.

Las gracias al empleado de la estación de servicio por el préstamo de la fosa y todos arriba para seguir la marcha en el retorno a casa. Todos contentos por haber solucionado el problema y poder continuar la marcha, luego de dos horas de trabajo, sin tener que volver a San Miguel detrás de una grúa. Todo muy lindo hasta que circulado unos kilómetros por la ruta patagónica, en esa noche, apareció un embotellamiento.

El tránsito se hizo más lento hasta que se detuvo totalmente la marcha. “¿Qué pasó?”, le preguntaron a las personas que se encontraban a la vera de la ruta. “Un alud sobre la ruta. Parece que arrastró un auto y hay muertos”, les respondieron a los hermanos mecánicos. Efectivamente un desprendimiento de una de las montañas volcó una gran masa de tierra sobre la ruta llevándose en su camino uno o dos autos que circulaban en ese preciso momento.

Momento que había ocurrido, más o menos, una hora y media antes que Valentín y Carmelo pasaran por el lugar a bordo del Fiat 1500 de su padre. Recuerdan el tiempo que los muchachos pasaron en la estación de servicio tratando de reparar la falla del motor. Y la falla que no era para nada habitual en los Fiat 1500. Saquen las conclusiones: algo o alguien impidió que los hermanos mecánicos estuvieran en la ruta en el preciso momento que un alud arrasaba con todo lo que encontraba a su paso. Incluso si era el Fiat 1500 en el que ellos iban.

Esto me lo contó Valentín hace muy poco tiempo rumbo a un encuentro de autos. Lo que Valentín jura y perjura que esa noche se salvó de morir junto a su hermano Carmelo en una ruta patagónica, cerca de la ciudad de Bariloche, producto de un alud en una montaña. ¿Habrán sido Los García?

Este relato está basado en hechos reales y como en las películas yanquis cambié los nombres de los protagonistas para resguardar sus identidades, ya que todos están vivitos y coleando.

Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos



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