A Don Pedro lo conocía desde siempre. Del
barrio y de pibe. Vi con mis propios ojos cuando trajo de la concesionaria al
504. Era una belleza y me enamoré desde ese primer momento que lo vi. Un día le
dije a Don Pedro: “cuando sea grande me voy a comprar un auto como el suyo”.
Don Pedro me sonrió. Nunca me imaginé la historia que vendría detrás.
Pasaron los años y fui creciendo. Pero
siempre veía al 504 de Don Pedro impecable como el primer día que lo trajo al
barrio. Los años habían pasado para todos, menos, para el 504. Porque siempre
fue 504. Ni Yeyo o Peugeot o 54, siempre, para todos los pibes del barrio fue
el 504. Y decir El 504 hacía inmediata referencia al auto de Don Pedro. No
había otro. Ni lo habrá.
Claro eso lo sé ahora que conozco toda la
historia pero no en esa época de juegos en las calles del barrio. Se podía
jugar a la pelota, al poliladron o a la bolita. La calle era el patio de
nuestras casas. Barrio periférico de la ciudad alejado del mundanal ruido.
Ahora todo cambió, pero El 504 sigue igual que cuando aquella tarde Don Pedro
dio vuelta en la esquina de su casa.
Un día me fui para la casa de Don Pedro y
le dije que le compraba el auto. Me miró y me dijo que pasara. Ya era un hombre
grande, anciano, diríamos. Pero lúcido como cualquiera de nosotros. Me dijo que
me sentara en una de las sillas de su mesa diaria en la cocina, donde él se
sentía más cómodo. “El living es para las visitas, vos sos como de la casa”, me
dijo mirándome a los ojos y ofreciéndome un mate recién cebado y espumoso.
Ahí fue cuando me sentí un hombre maduro.
Y eso que apenas tenía 20 años de edad. “Pibe, a vos te lo vendo”, fueron las
palabras de Don Pedro. Siempre me había dicho pibe desde que comencé a ir los
sábados a ayudarle a lavar El 504. Era la excusa para que más tarde me llevara
a dar una vuelta por el barrio.
A ningún otro pibe del barrio lo llevó
nunca en El 504. Siempre tuve ese privilegio. Por eso pibe era yo, y solo yo.
Me sentía como un elegido. En realidad lo era pero no lo sabía. Nunca lo supe
hasta mucho tiempo más tarde. Pero, antes, hay más historia para contar.
Esa tarde tomando mates con Don Pedro
acordamos el precio y cómo pagárselo. Yo no tenía el dinero al contado. Así que
fijamos un plan de pago que con la última cuota El 504 sería mío. Durante ese
tiempo de pago en mensualidades, como se decía antes, fue un entrenamiento
sobre los cuidados de El 504. Me preparaba sin que yo lo supiera.
Llegó el día que completé el total de la
suma del valor El 504, luego de muchos meses. No solo me dio las llaves sino
que me acompañó para hacer la transferencia. “Todo tiene que ser legal”, me
dijo Don Pedro. Y así fue. Pero puso una condición. “Ahora que El 504 es tuyo
lo que te pido es que los sábados me vengas a buscar para dar una vuelta. Yo ya
estoy viejo para manejar y otro auto no voy a comprar”, fue la petición de Don
Pedro.
No me podía negar. Fueron muchos años
donde muchas personas quisieron comprarle El 504. Por el estado de originalidad
y porque parecía que el tiempo no le hacía mella. Hasta vino un coleccionista
de Francia que se enteró de la existencia El 504. Le ofreció una suma increíble
para rechazar. Pero Don Pedro se negó a venderlo y menos aún que se fuera del
país. Así que sin saberlo era el elegido. Pero durante muchos años no lo supe.
Todos los sábados por la mañana, ya que ese
día no trabajaba, lo pasaba a buscar a Don Pedro por su casa y salíamos a
pasear. Nos íbamos lejos de la ciudad para regresar al caer la tarde. De
nochecita volvíamos al barrio con El 504. Fueron días inolvidables. Hasta que
un sábado me lo dijo.
“Pibe me queda poco tiempo de vida. Tengo
cáncer y con suerte puedo tirar un año más”, me dijo Don Pedro. El alma se me
vino a los pies. Una profunda tristeza se apoderó de mí. Don Pedro se dio
cuenta y me dijo: “Pibe no te pongas triste yo te voy a acompañar siempre.
Además tenés al El 504 que te hará compañía”, dijo para calmarme.
Pero pensaba que una parte de mi vida se
iría con Don Pedro. Para mí era como mi abuelo. Ese que no tuve para que me
contara cuentos o me llevara a la calesita de la plaza del barrio. Cierto que
me había dejado comprar a El 504 y eso me hacía sentir muy feliz.
“Pibe tenés que saber todo sobre El 504”,
me dijo muy serio Don Pedro. Le dije que ya me lo había dicho todo. En especial
a lo largo de los años cuando iba a su casa a ayudarlo a lavarlo. “No pibe, no
sabes nada sobre El 504”, me dijo. En ese momento pensé que el cáncer lo hacía
desvariar. Pero no era así.
“Te lo voy a contar de a poco para que lo
puedas entender. A mí me llevó algún tiempo terminar de entenderlo. Pero lo que
te diga no podes decírselo a nadie. Salvo la persona que elijas para que cuide
El 504 cuando vos te vayas de este mundo”, dijo Don Pedro en una forma
enigmática que no entendí ese sábado de otoño.
Vino el invierno con su crudo clima.
Antes hacía frío en los inviernos, ¿se acuerdan de eso? Seguimos saliendo los
sábados pero con cierta tristeza de mi parte. Saber que Don Pedro no estaría
para el próximo invierno me estrujaba el corazón. Pero la vida tiene esas
cosas. A veces alegre, y otras no. Una tarde de finales del invierno me dijo
algo que fue trascendente.
“Pibe hoy te voy a contar la verdad de El
504”, me dijo muy serio mientras comíamos unos ricos sándwiches de salame y
queso. “Habrás notado que El 504 está como el primer día que lo traje al
barrio”, me dijo entre bocado y bocado de salame y queso. Le respondí que sí
que era mérito suyo por cuidarlo muy bien.
La revelación que oí ese día jamás la
olvidaré mientras viva. Entonces comenzó a contarme una historia, pero antes me
prohibió que lo interrumpiera. “Me llevó mucho tiempo asimilarla y sino te lo
digo de corrido creo que nunca se lo contaré a otro ser humano”, me dijo Don
Pedro. No me tranquilizó para nada porque inmediatamente pensé que había hecho
un pacto con el diablo o algo parecido.
Pero no era eso sino algo mucho más
complejo y raro, muy pero, muy raro. En uno de esos paseos que solía hacer
solo, porque Don Pedro enviudó muy joven, de hecho nunca conocí a su esposa,
solo por las fotos de su casa, vivió una situación paranormal o de otro mundo.
Estando alejado en el campo una tormenta
se perfiló en el horizonte y antes que atinara a subirse a El 504 y salir
corriendo al asfalto. Un rayo cayó sobre El 504. Don Pedro creyó que era un
rayo y pensó “adiós Peugeot”. Pero no fue un rayo lo que le cayó de ese cielo
negro, ni siquiera una gota de agua cayó de arriba.
Lo que le cayó al El 504 nunca lo supo.
Pero si que fue una descarga de algún tipo que no afectó en lo más mínimo al
auto, sino que lo preservó del tiempo. Sí, lo congeló a unos meses de haberlo
comprado. Tres para ser exactos. Lo único que seguía marcando los kilómetros, pero
el motor no sufría el paso del tiempo. Ni los tapizados se estropeaban o la
pintura se rayaba.
Nunca Don Pedro se pudo explicar lo que
pasó aquella tarde en el campo. Lo que sí sabía era que El 504 no era un auto
común y normal. Nunca, pero nunca envejecería. Siempre sería un auto como
salido de la concesionaria. Por eso no se lo podía vender a cualquiera. Me
eligió a mí porque notó que tenía un especial cariño por el auto.
Además me dijo “hay algo más. Dame las
llaves”. En forma automática se las di. Abrió la puerta y se sentó para
manejar. “Vení”, me invitó a que subiera junto a él. Lo puso en marcha,
primera, segunda y suelta el volante. Pensé, se volvió loco y nos vamos a
matar. Nada de eso pasó El 504 siguió por el camino como si lo conociera. Dobló
en la curva y tomó por el otro camino.
Dimos toda la vuelta al campo para
regresar a donde estábamos comiendo los sándwiches de salame y queso. No podía
creer lo que había vivido: El 504 andaba solo sin necesidad de manejarlo. “Y si
lo pones en la ruta podes dormir mientras el se maneja solo. Encima sabe a
dónde vas. No me preguntes cómo lo hace nunca lo supe y ya estoy viejo para
averiguarlo”, me dijo con una sonrisa en los labios.
Los demás sábados con Don Pedro fueron
los mejores, aunque su destino final estaba cada vez más cerca. La pasamos muy
bien y logramos conectarnos de una manera increíble. Incluso sabiendo que él
moriría. Eso no había forma de evitarlo. Tal vez si hubiera estado dentro de El
504 cuando cayó ese rayo…
El último pedido de Don Pedro fue que
llevara sus cenizas, no quería ni velorio, ni cortejo de ninguna clase, en El 504.
Le dije que sería un honor para mí hacerlo. Quería que sus cenizas las esparciera en el campo donde le cayó el
rayo a El 504. Fuimos un día a conocer el lugar y volvimos muchas veces más.
Ahora vuelvo seguido a ese lugar.
Cuando Don Pedro murió cumplí la promesa
de llevar sus cenizas al campo para esparcirlas. Me creerían que cuando fuimos
con El 504 a llevar las cenizas de Don Pedro, el auto hizo sonar la bocina a
modo de despedida. Tengo ese sonido dándome vueltas por la cabeza pese a los
años que han pasado.
Por supuesto que El 504 sigue igual que
el primer día que lo compré y son varios los que andan atrás de él. Pero a
todos les digo lo mismo: “no se vende”. Ahora ya tengo algunos años y me doy el
lujo de ir a encuentros de autos con El 504. Por supuesto casi siempre es el
mejor auto expuesto. Pero no lo hago por eso sino para despejarme un poco de
mis obligaciones. A veces extraño a Don Pedro.
No puedo olvidarme de lo que me dijo una
vez, varias veces en realidad: “tenés que encontrarle un nuevo dueño a El 504.
No lo puede tener cualquier persona”. Cada día que pasa pienso en ello y me
acuerdo de cómo me eligió Don Pedro entre todos los pibes del barrio.
Ahora las cosas cambiaron y mucho en este
siglo XXI que nos toca vivir. Así que he visto una pibita en el barrio, creo
que es nueva, que le encantan los autos clásicos. Cada vez que lavo El 504, los
sábados, se aparece para hacerme preguntas. No debe tener más de 11 años. Los
tiempos cambian. Me parece que la próxima dueña de El 504 vive cerca de casa. Espero
que Don Pedro no se enoje, esté donde esté.
Mauricio Uldane
Pueden
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pero que historia emocionante! te felicito hermano
ResponderBorrarMe alegra mucho que te gustara este relato de ficción.
BorrarSaludos.
Felicitaciones....excelente relato...lo que nunca entenderas es que eso fue cierto...lo hable varias veces con Don Pedro...claro,como yo ya tenia un Ford A el elegido serias vos!!!
ResponderBorrarHola Marcelo.
BorrarMuchas gracias por la lectura y por el elogio.
Saludos.