Siempre salía a caminar por las tardes luego de su
trabajo de artesano. Eran muchas horas de pie o sentado. Eso dependía,
fundamentalmente, en que etapa se encontraba en su trabajo. Muchas tareas las
realizaba en su taller, de pie, en cambio en otras fases del desarrollo de una
de sus piezas lo pasaba sentado.
Por lo tanto salir a caminar era una parte del día
importante para él. No solo para estirar sus piernas y distender su cuerpo,
sino para aclarar su mente. Muchas tardes pudo resolver un trabajo que le
habían encargado, porque también realizaba piezas a medida y por pedido de los
clientes.
Como aquella vez que las caminatas de la tarde, de
una semana, dieron forma a un cajón de un pequeño mueblecito que estaba diseñando.
Así, que en cierta forma, caminar era parte de su trabajo de artesano. Tal vez
la parte intelectual de su trabajo manual.
Pero aquella tarde de primavera no tenía nada en
mente. Solo era caminar para disfrutar de la espléndida tarde y despejar la
mente y las cansadas manos de su trabajo creativo.
Sin saber muy bien porqué dobló por una calle que
no solía tomar. “Hoy vamos a cambiar”, se dijo para sus adentros y eso lo puso
de muy buen humor. Como si explorar esa nueva calle le trajera novedades impensadas.
Y vaya que las encontró en la cuadra siguiente.
Cruzó la bocacalle y a media cuadra lo vio.
Estacionado se encontraba un Torino de color rojo, tal vez un modelo 1972, por
sus faros traseros. El rojo sangre resplandecía en la calle en aquella tarde
primaveral sin nubes. El sol resaltaba todos los cromados y el intenso color
rojo producía cierto calor en las venas.
Como si el Torino estuviese pintado con sangre. Con
pura sangre. Esa que puede rugir dentro de nosotros y llevarnos a lugares
inesperados e insólitos. “Qué cosas que se me ocurren pensó” mientras
lentamente caminaba, porque su paso no era rápido, como casi todas las tardes, la
idea era distenderse de su trabajo diario de artesano.
Cuando se estaba acercando al Torino rojo escuchó
que estaba en marcha. Eso lo desconcertó un poco. Pensó que solo estaba
estacionado nada más. No que su dueño lo dejara en marcha. El Torino estaba
impecable. Tal vez producto de una excelente restauración o mejor aún tal vez todo
era original, como cuando salió de fábrica.
Pero sería muy raro y no estaría estacionado en una
calle cualquiera con el motor en marcha. Al menos su propietario estaría
vigilándolo sin dejarlo a sol, ni sombra. Pero por lo visto su dueño no estaba
cerca, al menos eso parecía mientras se acercaba al Torino y la rumorosidad del
caño de escape se oía con mayor intensidad.
El Torino estaba a su izquierda con los vidrios de
las puertas bajos y en marcha. Miró para un lado y otro buscando al dueño pero
sin éxito. La calle parecía desierta. Ni siquiera circulaba ningún auto. Ahora
que lo recordaba no había visto pasar a ningún auto por esa calle desde que
dobló. Una cuadra y media sin tránsito. “Qué raro” pensó. El tránsito en estos
años transcurridos había aumentado notablemente, aunque las automotrices se
quejaban de lo poco que ganaban. “Siempre se quejan aunque la junten con pala”
era la frase que resonaba en su cabeza.
Se detuvo un instante y miró a derecha e izquierda
buscando un ser vivo que fuera el dueño del Torino rojo, pero no tuvo éxito.
Pero seguramente, desde una ventana, de las casas de la cuadra lo estaban
observando y pronto acudirían hacia el Torino rojo. “Debe haber bajado a dejar
algo y vuelve” se consoló en pensar.
Reanudó su marcha con el motor del Torino rojo a
sus espaldas. El sonido del Torino era como un canto de sirena que lo obligaba
a caminar más lento. En su cabeza una idea comenzó a rondar lentamente. “Y si
subo al Torino”. “No. Es una locura”. Con esos pensamientos en su cabeza dio
unos pasos más adelante y se detuvo. Giró lentamente hacia el Torino y lo miró
unos instantes.
“Van a pensar que me lo quiero robar”. “Pero la
culpa es del dueño”. “¡Cómo lo deja en marcha y con las puertas sin seguro!”
Todas esas frases disparadas en segundos mientras observaba parado el Torino
como embelesado. “No”. Nuevamente giró y reanudó su marcha mientras los pájaros
cantaban desde los reverdecidos árboles de las veredas. Un coro de pajaritos
para la música del motor del Torino rojo.
Otra detención. Giró y esta vez reanudó la marcha
hacia el Torino rojo con decisión. Caminó hacia él y bajó de la vereda en busca
de la puerta del conductor. Sin pensarlo abrió la puerta y la cerró suavemente.
En un instante puso primera giró el volante y salió lentamente casi en susurro
por la calle desierta.
Al llegar a la esquina giró a la izquierda en el
sentido de circulación de la calle transversal. Ya para entonces había pasado a
segunda como si nada. Pero todo el tiempo con un ojo en el espejo retrovisor
esperando ver al dueño corriendo detrás y agitando los brazos. Nada de eso
sucedió. También esta calle estaba desierta.
Dos cuadras más y giró a la derecha. Repitió muchas
veces eso de girar en un sentido u otro. Como si tratara de perder a un perseguidor
que no existía. Las constantes miradas del retrovisor se fueron distanciando
hasta llegar a lo normal. Nada había pasado. Incluso el temor afloró cuando se
cruzó con un patrullero en la avenida de doble mano. Sin novedad en el frente.
El tiempo pasaba y el Torino funcionaba de
maravillas. Combustible tenía de sobra, el tanque estaba lleno. Todos los
indicadores en posición normal. Una pinturita y el motor ronroneando allí
delante de él. Comenzó a relajarse y la idea de aventurarse un poco más lejos
lo asaltó. Sabía de donde había tomado prestado el Torino rojo, porque no era
un robo. Simplemente lo estaba usando un rato.
Incluso pensó que hasta de regreso le llenaría el
tanque de nafta como lo había encontrado. Como si un amigo se lo hubiera
prestado para dar una vueltita y se sacara el gusto de manejar el Torino rojo.
Sin darse cuenta estaba llegando a la autopista. “¿Tengo plata para el peaje?”
se preguntó. “Si. Tengo”. Y encaró hacia la subida de la autopista. Llegó a la
cabina de peaje. La chica que cobraba le dijo “¡qué lindo auto que tiene!”. “No
me tuteó” pensó en un instante. “Gracias”. Mientras la chica no dejaba de
apreciar el Torino rojo.
“Si fuera mío la llevo a dar una vuelta” pensó.
También pensó que la chica podría ser su hija. Pero él no tenía una hija, ni
siquiera un hijo. Tampoco estaba casado. Soltero, aunque un tanto maduro como
para hacer boludeces como robar un auto ajeno encontrado en una calle desierta.
“No es un robo, es un préstamo” se trató de
convencer. Pero la idea del robo, más policía, cárcel y problemas judiciales
ensombreció el mágico momento de poner a más de 100 kilómetros por hora el
Torino por la autopista. La verdad que andaba de mil maravillas. Se volvió a
calmar lo suficiente para encender la radio original de fábrica, según se
percató.
La estación sintonizada emitía una canción conocida
para él. Era esa de Pappo que describía la famosa Ruta 66 de Estados Unidos.
“¡Qué apropiado para el Toro!”. Comenzó a seguir el ritmo con los dedos sobre
el volante mientras apretaba lentamente el pie sobre el acelerador. La aguja
comenzó un lento movimiento. Primero pasó los 120 kilómetros por hora. Luego un
poco más. Los autos de los carriles
vecinos comenzaron a quedar rezagados. La aguja del velocímetro que se movía
más hacia la derecha y abajo.
Ya faltaba poco para llegar a los 150. La canción
de Pappo seguía sonando. El velocímetro acusaba casi 180. A penas faltaba un
poco para llegar a esa cifra. El calor primaveral se hacía sentir dentro del
auto en esa tarde. Al finalizar la canción de Pappo la voz de la locutora que
dice “es una espléndida mañana de primavera”.
“¿Cómo mañana?”, se equivocó o el programa está grabado.
“Ahora son las ocho y cuarto y la temperatura ya es de 20 grados con 85% de
humedad”. “Hay un embotellamiento en la autopista del sur”. “¿Qué embotellamiento?”
pensó si casi no hay autos y voy a más de 180. Ahora el calor en su rostro se
hacía sentir. No solo el calor sino una fuerte luz.
“Para hoy se espera que el tiempo desmejore con
probabilidades de lluvias hacia la tarde” anunció la locutora por la radio.
Mientras él sentía el calor del sol en sus piernas. “¿Cómo en las piernas?” La
luz de la mañana era intensa e invadía todo el dormitorio. En eso, él, se
despierta y dice en voz alta “la puta madre otra vez tuve el mismo sueño con el
Torino rojo”.
La realidad de su cama, en esa calurosa mañana de
primavera, lo trajo de nuevo a este cruel mundo que nos toca vivir. “Voy a
tener que ir al médico”. “No puede ser que todas las noches me pase lo mismo
con este sueño”. Esto se lo decía mientras se lavaba la cara, con agua fría, en
el baño tratando de bajar el ritmo de su corazón, luego de su onírico viaje con
el Torino rojo. La locutora, ahora, estaba dando los titulares de los
principales diarios matutinos por el
radio-reloj, que lo había despertado.
Se vistió lentamente ya que otro día de artesanías
lo esperaba en el taller del fondo. Se preparó el desayuno, nadie lo hacía por
él, ya que vivía solo desde mucho tiempo atrás. Cuando tomaba su taza de café
con leche corrió la cortina de la cocina para ver si era cierto que, tal vez,
lloviera por la tarde. En la vereda estaba estacionado el Torino rojo, ese que
lo atormentaba en las noches. Allí estaba estacionado frente a la puerta de su
casa, como siempre, estaba impecable listo para dar una vuelta.
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Mauricio Uldane
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Chapeaux! Muy linda lectura para un domingo a la mañana. Gracias.
ResponderBorrarAlejandro:
BorrarMe pone contento que mi relato te sirviera en la mañana de domingo.
Gracias por leerlo.
Mauricio Uldane