Mi padre se compró un Chevrolet modelo 1951 usado
para usarlo como taxi. Pero no lo conducía él sino que tenía un chofer. Algunas
anécdotas de ese “negocio” de mi padre que tuvo sus sinsabores.
El taxi Chevrolet 1951 de mi padre. La foto fue tomada el 5 de septiembre de 1965. |
No recuerdo el taxi de mi padre era muy chico
cuando compró ese usado Chevrolet 1951 para poner a trabajar como taxi. Mi
padre por aquel tiempo era chofer de un abogado en la ciudad de Buenos Aires,
donde vivíamos con mi familia. Así que pensó que era un buen negocio poner a
trabajar el taxi con un chofer contratado, o peón como se le decía por esos
años.
Pero las cosas no siempre salen como uno desea. No
se si fue el primer chofer que tuvo mi padre el que logró sacarlo de quicio.
Como corresponde el auto estaba a nombre de mi padre y comenzaron a llegar las
multas por diferentes faltas.
Más de 20 infracciones eran por pasar semáforos en
rojo. A principios de los años sesenta Buenos Aires comenzó a ser invadida por
los semáforos en varias esquinas porteñas. El tránsito comenzaba a aumentar por
la explosión de la industria automotriz local y cada vez había más autos en la
calle circulando. ¿Les suena de algún otro lado?
Allá tuvo que ir mi viejo al Tribunal de Faltas de
la ciudad de Buenos Aires, que si no recuerdo mal, ya estaba ubicado en el
edificio del ex Mercado del Plata en la calle Carlos Pellegrini a pocos metros
del Obelisco de la Avenida Corrientes ,
todo un símbolo porteño.
El juez le recriminó su conducta frente a los
nuevos semáforos violados. Mi padre tu que explicar que si bien el auto, taxi
al fin, estaba a nombre de él, no era él que estaba frente al volante a la hora
de cometer las infracciones. Igual tuvo que pagar porque las multas estaban
hechas y además era veraces.
Para los que tienen algunos años recordarán a los
“zorros grises” que asolaron la ciudad de Buenos Aires. Lo que no oyeron hablar
les cuento que esos “zorros grises” no eran otra cosa que la Policía de Tránsito de la
ciudad de Buenos Aires. No portaban armas, pero su arma era el talonario de
actas que solían usar a discreción. Diríamos que eran un claro ejemplo de
“boleta fácil”, remedando aquello de “gatillo fácil” de muchos cuerpos
policiales de Argentina.
Tuve la suerte de criarme a la vera de una avenida
muy transitada, Las Heras. En una época donde todavía estaban los refugios del
tranvía, ubicados en el centro de la avenida, se podía ver a los “zorros
grises” desplegar sus artimañas. Uno de esos refugios estaba ubicado en la
intersección de la Avenida Las
Heras con la calle Agüero. Por aquel tiempo solo una garita, mobiliario porteño
olvidado, era la manera de controlar el tránsito de esa esquina. En ese refugio
se colocaban los “zorros grises” para realizar su tarea.
En especial los veía por la tarde de los días
hábiles en la semana, luego de venir de clase. Los “zorros grises” tenían una
costumbre que hoy sería severamente castigada por toda la sociedad y hasta por las
propias autoridades. Se escondían detrás de un árbol para sancionar a un
automovilista que había pasado un semáforo en rojo, cuando sacaron la garita. O
detener automóviles en la calle para pedirle toda la documentación
reglamentaria sin tener puesto su uniforme identificatorio.
El tema de las coimas y la corrupción en la Dirección de Tránsito de
la ciudad de Buenos Aires de los años sesenta nos llevarían más de una nota en
Archivo de autos. Solo quería recordar como los “zorros grises” asolaron las
calles porteñas durante años hasta que el cuerpo fue disuelto y puesto en manos
de la Policía Federal.
Lo cual no se si fue mejor el remedio para la enfermedad.
Pero no todos fueron sinsabores en la vida de
patrón de taxi para mi padre. Tuvo un chofer que si le rendía y no solo cuidaba
el auto sino que no cometía infracciones por doquier. Porque alguno de los chóferes
que tuvo mi viejo se quedaban con una parte de la recaudación. Deshonestos hay
en todas partes, de este lado y del otro de la ley.
Al final mi viejo se cansó y vendió el Chevrolet
1951 que había comprado para usarlo como taxi. Imagino que habrá vendido el
auto con la licencia. La verdad que no quería saber nada con el taxi. Creyó que
iba a ser una diferencia para sumar a su empleo cotidiano y se dio cuenta que
lo que agregaba eran dolores de cabeza.
La nota de color la da la vieja fotografía del
Chevrolet 1951 que se encuentra estacionado al lado de un microauto Heinkel y
es un fiel reflejo para que apreciemos la diferencia de tamaños entre los dos
autos. Autos que circulaban por la ciudad de Buenos Aires por los años ’60. La
foto la tomó mi padre José Lorenzo Uldane el 5 de septiembre de 1965, justo el
día de su cumpleaños donde cumplía 35 años de vida.
Una época donde los taxis no tenían su número de
licencia estampado en las puertas delanteras, ni carteles luminosos, ni en el
techo, ni en el interior. Tampoco existían los radio-taxi, eso era
ciencia-ficción o para las películas yanquis.
Solo el viejo reloj con su clásica banderita roja
anunciando que al estar levantada el taxi estaba libre. Los que tuvimos la
suerte de vivir en aquellos años tenemos en nuestras cabezas el sonido,
clac-clac, de esos relojes que nos marcaban las fichas que caían y nos
indicaban el valor a pagar. Valor que no siempre era el que indicaba el reloj,
por inflación o mejor dicho hiperinflación reinante, los taxistas tenían en el
asiento delantero una tablita con la “traducción” del valor marcado y precio
real a cobrarle al pasajero transportado.
Llegó la electrónica, para el Mundial de 1978, un
dato para los futboleros, y los viejos relojes pasaron a ser piezas de museo.
No todo tiempo pasado fue mejor. Esos viejos relojes eran muy fáciles de
“perrear” y hacerle caer la fichas más rápido, sobretodo si el pasajero iba distraído
leyendo el diario, por ejemplo. Porque, por suerte, en aquellos años no había
teléfonos celulares.
Así y todo el clac-clac todavía, cada tanto, suena
en mi cabeza y eso que no era fácil que me subieran a un taxi cuando era chico.
Tenía que estar muy enfermo para que mi madre tomara uno. Para la clase
trabajadora el taxi en los ’60 era un lujo. Pero el clac-clac sigue sonando en
mi cabeza. No creo que lo pueda olvidar. Clac-clac.
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Mauricio Uldane
Creador y editor de Archivo de autos
https://magic.ly/archivodeautos
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