domingo, 16 de marzo de 2014

El taxi de mi padre

Mi padre se compró un Chevrolet modelo 1951 usado para usarlo como taxi. Pero no lo conducía él sino que tenía un chofer. Algunas anécdotas de ese “negocio” de mi padre que tuvo sus sinsabores.

El taxi Chevrolet 1951 de mi padre. 
La foto fue tomada el 5 de septiembre de 1965.
No recuerdo el taxi de mi padre era muy chico cuando compró ese usado Chevrolet 1951 para poner a trabajar como taxi. Mi padre por aquel tiempo era chofer de un abogado en la ciudad de Buenos Aires, donde vivíamos con mi familia. Así que pensó que era un buen negocio poner a trabajar el taxi con un chofer contratado, o peón como se le decía por esos años.

Pero las cosas no siempre salen como uno desea. No se si fue el primer chofer que tuvo mi padre el que logró sacarlo de quicio. Como corresponde el auto estaba a nombre de mi padre y comenzaron a llegar las multas por diferentes faltas.

Más de 20 infracciones eran por pasar semáforos en rojo. A principios de los años sesenta Buenos Aires comenzó a ser invadida por los semáforos en varias esquinas porteñas. El tránsito comenzaba a aumentar por la explosión de la industria automotriz local y cada vez había más autos en la calle circulando. ¿Les suena de algún otro lado?

Allá tuvo que ir mi viejo al Tribunal de Faltas de la ciudad de Buenos Aires, que si no recuerdo mal, ya estaba ubicado en el edificio del ex Mercado del Plata en la calle Carlos Pellegrini a pocos metros del Obelisco de la Avenida Corrientes, todo un símbolo porteño.

El juez le recriminó su conducta frente a los nuevos semáforos violados. Mi padre tu que explicar que si bien el auto, taxi al fin, estaba a nombre de él, no era él que estaba frente al volante a la hora de cometer las infracciones. Igual tuvo que pagar porque las multas estaban hechas y además era veraces.

Para los que tienen algunos años recordarán a los “zorros grises” que asolaron la ciudad de Buenos Aires. Lo que no oyeron hablar les cuento que esos “zorros grises” no eran otra cosa que la Policía de Tránsito de la ciudad de Buenos Aires. No portaban armas, pero su arma era el talonario de actas que solían usar a discreción. Diríamos que eran un claro ejemplo de “boleta fácil”, remedando aquello de “gatillo fácil” de muchos cuerpos policiales de Argentina.

Tuve la suerte de criarme a la vera de una avenida muy transitada, Las Heras. En una época donde todavía estaban los refugios del tranvía, ubicados en el centro de la avenida, se podía ver a los “zorros grises” desplegar sus artimañas. Uno de esos refugios estaba ubicado en la intersección de la Avenida Las Heras con la calle Agüero. Por aquel tiempo solo una garita, mobiliario porteño olvidado, era la manera de controlar el tránsito de esa esquina. En ese refugio se colocaban los “zorros grises” para realizar su tarea.

En especial los veía por la tarde de los días hábiles en la semana, luego de venir de clase. Los “zorros grises” tenían una costumbre que hoy sería severamente castigada por toda la sociedad y hasta por las propias autoridades. Se escondían detrás de un árbol para sancionar a un automovilista que había pasado un semáforo en rojo, cuando sacaron la garita. O detener automóviles en la calle para pedirle toda la documentación reglamentaria sin tener puesto su uniforme identificatorio.

El tema de las coimas y la corrupción en la Dirección de Tránsito de la ciudad de Buenos Aires de los años sesenta nos llevarían más de una nota en Archivo de autos. Solo quería recordar como los “zorros grises” asolaron las calles porteñas durante años hasta que el cuerpo fue disuelto y puesto en manos de la Policía Federal. Lo cual no se si fue mejor el remedio para la enfermedad.

Pero no todos fueron sinsabores en la vida de patrón de taxi para mi padre. Tuvo un chofer que si le rendía y no solo cuidaba el auto sino que no cometía infracciones por doquier. Porque alguno de los chóferes que tuvo mi viejo se quedaban con una parte de la recaudación. Deshonestos hay en todas partes, de este lado y del otro de la ley.

Al final mi viejo se cansó y vendió el Chevrolet 1951 que había comprado para usarlo como taxi. Imagino que habrá vendido el auto con la licencia. La verdad que no quería saber nada con el taxi. Creyó que iba a ser una diferencia para sumar a su empleo cotidiano y se dio cuenta que lo que agregaba eran dolores de cabeza.

La nota de color la da la vieja fotografía del Chevrolet 1951 que se encuentra estacionado al lado de un microauto Heinkel y es un fiel reflejo para que apreciemos la diferencia de tamaños entre los dos autos. Autos que circulaban por la ciudad de Buenos Aires por los años ’60. La foto la tomó mi padre José Lorenzo Uldane el 5 de septiembre de 1965, justo el día de su cumpleaños donde cumplía 35 años de vida.

Una época donde los taxis no tenían su número de licencia estampado en las puertas delanteras, ni carteles luminosos, ni en el techo, ni en el interior. Tampoco existían los radio-taxi, eso era ciencia-ficción o para las películas yanquis.

Solo el viejo reloj con su clásica banderita roja anunciando que al estar levantada el taxi estaba libre. Los que tuvimos la suerte de vivir en aquellos años tenemos en nuestras cabezas el sonido, clac-clac, de esos relojes que nos marcaban las fichas que caían y nos indicaban el valor a pagar. Valor que no siempre era el que indicaba el reloj, por inflación o mejor dicho hiperinflación reinante, los taxistas tenían en el asiento delantero una tablita con la “traducción” del valor marcado y precio real a cobrarle al pasajero transportado.

Llegó la electrónica, para el Mundial de 1978, un dato para los futboleros, y los viejos relojes pasaron a ser piezas de museo. No todo tiempo pasado fue mejor. Esos viejos relojes eran muy fáciles de “perrear” y hacerle caer la fichas más rápido, sobretodo si el pasajero iba distraído leyendo el diario, por ejemplo. Porque, por suerte, en aquellos años no había teléfonos celulares.

Así y todo el clac-clac todavía, cada tanto, suena en mi cabeza y eso que no era fácil que me subieran a un taxi cuando era chico. Tenía que estar muy enfermo para que mi madre tomara uno. Para la clase trabajadora el taxi en los ’60 era un lujo. Pero el clac-clac sigue sonando en mi cabeza. No creo que lo pueda olvidar. Clac-clac.


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Mauricio Uldane

Creador y editor de Archivo de autos

 

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