Mi padre compró una Ford F-100 doble cabina que era
modelo de 1960. Era de dos puertas de dos colores: celeste en la parte superior
y la inferior blanca. Recuerdos de esa vieja camioneta en los años ’60.
La foto fue tomada por mi padre el 31 de marzo de 1961. |
Esa vieja Ford F-100 era propiedad de dos hermanos
que vivían en la localidad de América en la provincia de Buenos Aires. Aquellos
dos hermanos no la pasaban de los 60 kilómetros por hora. Estaba bastante bien
salvo que como no la lavaban de abajo la carrocería estaba picada, como su caja
de carga.
Mecánicamente estaba óptima y mi viejo cuando la
compró notó que el velocímetro no quería abandonar la zona de los 60 kilómetros por
hora. Hasta que luego de varios kilómetros recorridos, a una velocidad superior,
el velocímetro se destrabó y marcó la velocidad real que desarrollaba la
camioneta.
Se ve que el velocímetro no conocía los números
superiores a 60 y se había acostumbrado a estar en esa zona. Ante el aumento de
la velocidad no tuvo más remedio que marcar los números reales al
desplazamiento de la camioneta en la ruta.
Recuerdo como mi padre reparó varias de esas
picaduras de la chapa, en especial en la caja de carga y en los zócalos de las
puertas. Por aquellos años, de principios de los años ’60, apareció en el
mercado argentino una masilla plástica llamada “Cintoplom”. Parecía un producto
mágico que permitía hacer reparaciones en las carrocerías de los automóviles en
forma muy sencilla y rápida. Incluso una vez secada, la masilla plástica, se
podía colocar un tornillo en el área donde se había reparado.
Aviso del Cintoplom aparecido en la
revista Parabrisas de septiembre de 1964.
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Para reforzar la acción del “Cintoplom”, mi viejo,
le colocaba un pedazo de alambre fiambrera. Así la picadura era grande le
agregaba un pedazo de alambre fiambrera y encima le colocaba la masilla plástica.
De esta forma no solo quedaba mucho más resistente sino que hasta soportaba un
tornillo en la superficie cubierta. Luego lijaba todo y quedaba impecable, sólo
faltaba pintar el área reparada.
Cuando mi padre compró esta camioneta doble cabina
tenía pocos kilómetros recorridos, pese a esa desidia, para el mantenimiento de
la carrocería. Pero mecánicamente estaba muy bien conservada y con muy poco
uso. Mi viejo llevó afinar el motor y quedó excelente. Tanto que, el V 8 de
Ford, gastaba menos que un 6 cilindros. No podía creer lo que gastaba cuando
salíamos a pasear por la ruta.
Uno de esos paseos nos llevó a Escobar, la
provincia de Buenos Aires. Allí fuimos a parar porque se disputaba una
competencia de doce horas de pesca. Y mi tío Máximo, hermano de mi madre, era
un aficionado a la pesca deportiva. Así que pasamos una noche junto al río
Paraná de las Palmas. Creo que la competencia arrancaba a las 19 horas hasta
las 7 horas del día siguiente o algo parecido. Era muy chico para recordar ese
detalle.
Pero no para no acordarme de los salvajes mosquitos
que me atacaron en la noche, dentro de la cabina de la camioneta. A la noche
los mosquitos tuvieron su cena multitudinaria con la cantidad de pescadores que
se dieron cita para la competencia. Se veía una hilera interminable de faroles
a lo largo de la ribera del río, que eran los pescadores que estaban
concursando en esas doce horas.
Los mosquitos de la zona siempre fueron casi como
un helicóptero, por su tamaño, y en cambio de picarte, te muerden. La cabina se
mantenía a salvo de los salvajes mosquitos del río. Un ámbito ideal para que
descansara un niño como era en esos años. Pero siempre hay un pero. Hasta que
la novia de mi tío, hoy su esposa Mirta y por ende mi tía política, se metió a
buscar no se que en el interior de la camioneta. No una sino varias veces, con
lo cual los mosquitos atacaron a ese niño pequeño, que era el autor de estas
líneas.
Los mosquitos me morfaron. Me dejaron ronchas como
para no olvidar por unos 50 años, esos mosquitos de Escobar en la noche junto
al río en un concurso de pesca. Y de todo eso, la
Ford F-100 doble cabina, fue un testigo
clave.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
Archivo de autos es armado en un
ciber por falta de recursos económicos, no por una política editorial.
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