Mi
padre tuvo un Peugeot 404 modelo 1976 con el cual hicimos varios viajes de
vacaciones a la Costa Atlántica.
Muchos años tuvo ese 404 y la verdad fue uno de los mejores autos que compró mi
viejo. A comienzos de la década del ’80 decidió ponerle un enganche para
remolcar una casa rodante que le prestaron.
Así nos fuimos de vacaciones a Mar de Ajó.
Extracto de una publicidad de la revista Gente del 10 de octubre de 1974. |
Ya
habíamos tenido una experiencia con una casa
rodante, en unas vacaciones en la Costa Atlántica. Aquellas
vacaciones fueron bastante accidentadas. Mi viejo quiso reincidir con otra casa
rodante que le prestó mi tío Alberto. La característica de esta casa rodante
era que se plegaba.
La
parte inferior y la superior eran de fibra de vidrio. Las cuatro paredes de la
casa rodante eran de lona. Por medio de un sistema de tijeras y gusanos se la
podía elevar hasta formar una especie de tienda con techo y piso de plástico. La
casa rodante no era nueva y la habían usado bastante. Mal usado sería el mejor
término para describirla. No estaba en las mejores condiciones, pero serviría
para el uso que le daríamos en ese enero en las playas de Mar de Ajó.
Al
poner en condiciones la casa rodante notamos, con mi viejo, que la suspensión
del lado derecho estaba muy inclinada. Sospechamos que tendríamos problemas en
el viaje. No estábamos equivocados y el tiempo nos daría la razón. Salimos por
la noche, como le gustaba viajar a mi padre por aquellos años. No hicimos cinco
kilómetros cuando la rueda derecha, de la casa plegable, explotó. Porque el
resorte helicoidal rozaba la banda de rodamiento del neumático.
Cambiamos
la rueda, por la de auxilio, y nos encaminamos a la casa de mi tío Alberto. Por
un momento pensé que las vacaciones en la playa se habían acabado allí en San
Miguel. Sacamos de la cama a mi tío. Bajo una serie de protestas logró reparar
la mala inclinación de la rueda derecha. No sin antes reprocharnos el exceso de
equipaje que llevábamos en la casa plegable. La verdad que nuestras idas de
vacaciones eran pequeñas mudanzas. Más cuando acampábamos en la playa.
Reparada
la casa plegable partimos nuevamente hacia la costa bonaerense. En aquellos
años ya estaba asfaltada la Ruta
11. Así que fuimos por la Ruta
2 hasta empalmar con la Ruta
36 y seguir camino hasta Pipinas. Ese nombre siempre a tenido reminiscencias de
parada técnica en una estación de servicio. Raro era llegar a las 4 de la
madrugada, todavía de noche, y el playero te recibía con un cordial: “buenos
días”.
Cargado
el combustible y vaciadas nuestras vegijas partimos rumbo a General Conesa,
donde al doblar a la izquierda, ya el olor a mar estaba en nuestras cabezas. El
viaje no presentó ningún inconveniente. Salvo que al llegar a la entrada de San
Clemente del Tuyú, donde debíamos girar a la derecha, para tomar la Ruta Interbalnearia , hasta Mar
de Ajó, la policía de la provincia de Buenos Aires nos indica que paráramos.
Les
recuerdo que todavía estábamos en plena dictadura cívico-militar, la última que
supimos conseguir. Al volante del Yeyo iba el que escribe estas líneas. Por esa época tenía unos
20 años. Ante la señal de detenerme mi viejo me dice: “poné las balizas”. Lo
hago y comienzo a bajar la velocidad del auto, que venía arrastrando la casa
plegable.
Sorpresivamente
el policía ante la visión que venía con una casa rodante y toda la familia
arriba del auto me indica que siga. El temor en aquellos oscuros años era que
te detuvieran y te revisaran todo el auto y la casa rodante. Situación que
habían soportado algunas personas que fueron de vacaciones a la playa. Mi padre
y mi madre de solo pensar lo que nos llevaría la revisión de la casa rodante,
imaginaron que las vacaciones se podían acabar allí mismo. Por suerte nada de
eso sucedió.
Llegamos
a Mar de Ajó sin otro inconveniente. Solo que al entrar en el pueblo el
enganche de la casa rodante comenzó a rozar el pavimento en las esquinas con
las cuentas pronunciadas. Cuando se asfaltó la mayoría de las calles de Mar de
Ajó se realizaron profundas cunetas en las esquinas, para que el agua de lluvia
drenara al mar.
Pero
sorteando este nuevo pequeño escollo llegamos al Mar Argentino. Ingresamos a la
playa y comenzamos a buscar el lugar que sería nuestro hogar por los próximas
dos semanas. En ese ínterin un pequeño niño le grita a su padre: “mirá una
heladera gigante”. La mejor descripción de la casa rodante plegable, vista de
perfil, era la que dio ese chico en la costa de Mar de Ajó: una heladera
gigante. Pintada de blanco en su parte superior y celeste en su parte inferior,
realmente parecía una heladera portátil tan usual y vista en las vacaciones en
la playa bonaerense.
La
playa bonaerense tiene sus cosas en cuanto a lo climático y la verdad que
algunas las conocíamos y otras no. Como sufrir una de las primeras sudestadas
que nos toco vivir. Creo que fue con esa casa rodante. El mar comenzó a crecer
hasta llegar a la casa plegable. Ingenuamente empezamos a cavar una zanja en la
arena para detener el agua.
Cuando
estábamos en la tarea de zanjear pasó un carrito tirado por un caballo, que en
alguna época supieron ser los taxis de Mar de Ajó. El tipo de arriba nos grita:
“así no van a parar la sudestada”. Por supuesto que tenía razón. Como subió el
agua bajó normalmente. Amenizamos la situación comiendo huevos de pascuas del
año anterior que había hecho mi madre.
También
soportamos una lluvia torrencial con viento que obligó a mi madre y mi padre
pasarse la tormenta sosteniendo los caños de la carpa totalmente ensopada por
la lluvia. Habíamos llevado una carpa en la cual dormían mis viejos y en la
casa rodante estábamos mi tía abuela, mi abuela, mi hermana y yo. La casa
rodante tenía un ante comedor donde comíamos y pasábamos nuestro tiempo a la
sombra.
Antes
de regresar a casa mi viejo quiso reparar la inclinación de la suspensión
derecha de la casa rodante. Averiguamos quién podía realizar el trabajo para
tener un feliz viaje a casa. Nos indicaron que el que podía ayudarnos era el
Alemán.
Así
conocimos a ese personaje y artesano de la chapa de Mar de Ajó. Nos reparó la
suspensión en la calle y hasta nos ofreció bebidas frías, porque estábamos
todos, los 6 integrantes del campamento, con todos los bártulos cargados listos
para partir a casa para retornar a nuestras actividades. No sería la última vez
que usaríamos los servicios del Alemán. Nos arreglaría un tanque
de nafta y sería una persona a visitar, cada vez que recalábamos en Mar
de Ajó. El Alemán fue una institución en el pueblo de Mar de Ajó.
El
regreso de las vacaciones se desarrolló normalmente, salvo que cuando tomamos la Ruta 36 nos sorprendió una
lluvia en el camino a casa. Pipinas era nuestra parada obligada, también, al
volver a casa. Allí comimos rápido ante la mirada en el horizonte por una
tormenta que crecía rápidamente. “Comamos rápido que se viene la lluvia”
declaró mi padre y no se equivocó.
Al
salir a la ruta se desató una lluvia torrencial. Ya de noche vi por primera vez
sapos atravesar la ruta de un lado a otro. La situación se repitió varias veces
a lo largo de la Ruta
36. Llovió todo el regreso a casa y aún en San Miguel, donde tuvimos que dejar
el desembarco de los bártulos para cuando mejorara el tiempo. Pero, habíamos
ido de vacaciones a la playa y lo disfrutamos. Eso valió todos los
contratiempos.
Mauricio Uldane
Cuanto amor por los autos Mauricio,que hermosa narracion de tus vacaciones en familia,incluida la casa rodante
ResponderBorrarMuchas gracias por tus palabras, pero no se quién sos.
BorrarHabrás leído que estoy eliminando los comentarios sin firma, porque todo lo escrito en este blog lleva el nombre de alguien.
Por lo menos un nombre, porque anónimo la verdad que tanto los elogios como las críticas pierden su sentido.
Saludos y gracias por leer Archivo de autos.