Los
que conocieron a Don Moyano podrán aseverar lo que estas líneas tratan de
pintar, sobre la personalidad de este hombre que vivió en San Miguel, provincia
de Buenos Aires. Tomás Moyano fue amigo de mi papá y les contare algunas
anécdotas que le ocurrieron con algunas autos que supo tener.
El Ford Mercury 1939 que mi papá le vendió a Don Moyano. La foto fue tomada en el fondo de la casa de mi abuela paterna. |
Una
vez decidió venderlo. Lo había usado hasta el hartazgo a ese Jeep carrozado,
que era de chasis largo. Lo pintó a pincel, porque estaba un poco caída la
pintura. Para venderlo y que no se notara que estaba caído de un lado, lo
mostró al interesado de nochecita y en una calle de tierra. Esto era para que
no se vieran las pinceladas y la calle elegida para compensar la inclinación
del chasis.
El
taller de mi abuelo José tenía una serie de personajes que pasaban cada tanto,
como una especie de club social de barrio. Entre los habitúes había uno muy
curioso, que también era amigo de Don Moyano, Don Botto. Don Moyano le hizo
creer que le iba a poner ducha al Jeep.
Un
día se encontró con una lluvia de baño y ni bien apareció Don Botto hizo el
teatro de buscar lugar para colocar el regador de lluvia en el techo del Jeep,
en la parte trasera. Don Moyano tenía la costumbre de ir a pescar. Cuando Don
Botto le pregunta que estaba haciendo Don Moyano le responde “acá estoy viendo
donde coloco la lluvia”.
Obviamente
que la pregunta fue para qué. “Para lavarme los pies cuando termino de pescar”
fue la respuesta de Don Moyano. “¿Y de donde va sacar el agua caliente?”
preguntó Don Botto. A lo que Don Moyano respondió “del radiador del motor”. Así
era Don Moyano un tipo de un gran sentido del humor y también un gran conocedor
del carácter humano.
Pescar
era uno de sus pasatiempos predilectos y solía ir a una isla en el río Paraná
de las Palmas en las cercanías de Zárate en la provincia de Buenos Aires. Una
vez arregló con sus amigos en ir a “tirar la caña” al Paraná.
Don
Moyano les dijo sus amigos que él iría en su Jeep. “No llegas más” le
respondieron y se fueron en sus autos nuevos. Les hizo una apuesta: “yo llego
primero y los espero con el fuego prendido”. Por supuesto que los amigos se le
rieron en la cara.
En
aquellos años todavía existía la balsa para cruzar el río Paraná y las colas se
hacían interminables. Don Moyano se adelantó en la cola y los pasó a sus amigos
que no lo vieron. Llegó hasta la zona de embarque y se presentó. Aquí tengo que
decirles que la fisonomía de Don Moyano era la de un gendarme. Alto, gordo y
bastante morocho.
Además
había sido bombero voluntario de San Miguel. Uno de los que fundó el cuartel de
bomberos, allá por 1945. Tenía una medalla que atestiguaba ese honor y que
portaba siempre encima. Cuando llegó a la balsa le mostró la medalla al
prefecto y este le dijo que en la balsa que salía había justo un lugar libre.
Ahí
acomodó el Jeep y partió rumbo a la isla del Paraná dejando atrás a sus amigos
en la cola interminable de autos esperando abordar la balsa. Cuando los amigos
de Don Moyano llegaron a la isla este tenía las cañas tiradas, el fuego
encendido y estaba tomando mate. ¡Ah! los amigos llegaron dos horas más tarde.
Mi
padre le vendió un Ford Mercury modelo 1939 de cuatro puertas al que le había
recortado los guardabarros y lo pintó de azul y blanco. El Mercury tenía el
motor original V8 y andaba bien. Don Moyano se caracterizaba por pertenecer a
la orden de los pies de plomo. Su zapato 45 no escatimaba acelerador. Un viaje
con él al volante no dejaba de ser muy divertido. Sobretodo si ibas de copiloto
en un auto con dirección a la derecha.
También
supo tener un Chevrolet 1951 color blanco que estaba muy lindo. Don Moyano
tenía tres hijos, dos varones tan corpulentos como él y una hija más menuda.
Por supuesto su esposa Doña Coca. Su madre era tan grande como él. La conocí
porque me había hecho amigo de su hijo menor: Jorge. Con quien salíamos en
auto, porque era mayor que yo y ya tenía su registro de conductor.
Una
vez en Salto en la provincia de Buenos Aires, donde Don Moyano tenía parientes,
en realidad tenía parientes en todos lados, yendo por un camino de tierra los
seis, Don Moyano, su esposa, su madre y sus hijos, hizo dar una vuelta completa
al Chevrolet ’51.
Jorge,
el más chico, me juró y perjuró que el auto dio una vuelta completa en el aire,
luego de tomar un lomo de burro como venía. “Papá dimos una vuelta en el aire”
le dijo Jorge. “Te habrá parecido” fue la respuesta de Don Moyano. Iban tan
apretados los seis en el auto que ni siquiera se desacomodaron.
Con
el tiempo me convertí en su chofer. Don Moyano sufría de fuertes dolores en la
columna vertebral y eso le impedía manejar. Su trabajo de enfermero lo obligaba
a ir de un lado para otro. Además había estudiado para recibirse de podólogo,
no pedicuro. Porque así rezaba el título que le había otorgado.
Por
aquellos años ya había aprendido a manejar, pero no tenía edad para sacar la
licencia de conductor. Don Moyano venía a casa de mi abuelo, esto era en los
fines de semana o en el verano, y le decía a mi papá “Don Lorenzo me lo presta
a Mauricio”. Mi viejo siempre le recomendaba que se fijara por donde íbamos. “Quédese
tranquilo que todo el mundo me conoce” y era verdad en San Miguel era una
institución.
Mi
viejo tenía un Siam Di Tella color azul ceniza y con ese auto partimos hacia el
domicilio de un cliente. A donde Don Moyano le “cortaría los pies”, como solía
decir. Salimos y me dijo que fuéramos para José C. Paz, localidad vecina a San
Miguel.
Me
indica la calle y yo me pongo nervioso, porque era la de la comisaría de José
C. Paz. Para mi asombro total me hace parar casi en la puerta de la comisaría
1ª de José C. Paz. “Moyano esta es la comisaría”. “Sí, ahí vamos”, me dice. No
podía creer lo que estaba pasando. “Cerrá bien el auto y vení conmigo”.
Entramos a la comisaría él adelante y yo detrás. “Hola Moyano” le dicen los
policías de adentro. “Muchachos este chico es mi chofer” dice Don Moyano,
todavía escucho las risas de los policías.
Resulta
que Don Moyano venía a cortarle los pies al subcomisario García, que lo estaba
esperando en su oficina. Esa fue la primera vez que entré a una comisaría, como
chofer de un podólogo.
Más
tarde lo llevaría de un lado para otro en un Citroën 3 CV, con el que aprendí a
manejar definitivamente. Llevarlo era una especie de esfuerzo constante. Don
Moyano pesaba más de 120
kilogramos así que el Citroën tiraba todo el tiempo para
su lado. Debía compensar el peso sino el 3 CV se iba a para el cordón de la
vereda o a la zanja, si la calle era de tierra.
Hoy
quise recordar a Don Moyano ese ser que se metía en un almacén de campo y al
rato de no salir su hijo Jorge, que lo acompañaba a todos lados, sabía que su
padre se había encontrado con un nuevo pariente que no conocía.
Don
Moyano un tipo grande por fuera y por dentro un ser humano extraordinario, de
los que no se encuentran todos los días en cualquier lugar.
Mauricio Uldane
Excelente historia, me encantan las anecdotas y en especial cuando se trata de personajes de pueblo.
ResponderBorrarJuan:
BorrarMe alegro que te guste la historia de Don Moyano un ser especial.
Si te gustan las historias con autos te dejo este enlace: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html.
Gracias por leer los relatos.
Saludos.
que hermoso relato! felicitaciones
ResponderBorrarMe alegro que te gustara el relato. Don Moyano fue un ser muy especial.
BorrarSaludos.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos