Durante
mucho tiempo fuimos un equipo con el Gordo Horacio. Ambos nos dedicábamos a
correr carreras de autos. Claro que éramos más amateurs que profesionales, pero
nos desempeñábamos bastante bien. Aunque nuestros autos eran diferentes
estábamos juntos en el mismo equipo. Algunas carreras las ganaba el Gordo
Horacio y otras yo. Muchas veces hicimos el uno-dos. Algunos pensaban que
éramos imbatibles.
Pero
a pesar de ser del mismo equipo las preparaciones de nuestros respectivos autos
eran muy diferentes. También nuestras habilidades a la hora de correr en pista.
El Gordo Horacio, a pesar de su tamaño, tenía mucha agilidad y podía sorprender
a los competidores rivales. Tenía la habilidad de hacerle creer a los demás que
no era nada bueno.
Todo
lo contrario, era un as cuando estaba inspirado y ganarle no era nada fácil. Su
cupé Chevy amarilla era famosa en todo el barrio y en los barrios linderos.
Había ganado tantas carreras que ya había perdido la cuenta. Pero la cuenta la
llevaba yo: 72 carreras ganadas desde que empezó a correr.
Su
Chevy estaba rellena de plastilina y en la punta usaba una cucharita que
siempre, pero siempre, le robaba a su vieja del cajón de los cubiertos. “Un día
vas a tener que regalarle una caja de cucharitas a tu vieja”, le decía cada
tanto. El Gordo Horacio me miraba y se cagaba de risa.
En
cambio mi cupé Torino blanca estaba rellena de masilla de vidriero, creía que
así tenía un mejor peso y balanceo. En la punta usaba una bolita de acero que
cambiaba según la pista que corriéramos. En el barrio era conocido por
manguearle la masilla al Tano Víctor. El era el vidriero del barrio, el único
que había en aquellos años.
Un
día, el Tano Víctor, cansado que le pidiera masilla para mi Torino me dijo que
no me iba a dar más. Entonces fue cuando se me iluminó la mente y le hice una
propuesta. Todavía no entiendo como el Tano Víctor aceptó. Yo era un pibe nada
más que corría con un autito relleno de masilla.
Pero
el Tano Víctor accedió a mi propuesta. No era otra cosa que publicidad, sí una
leyenda en la tapa del baúl de mi Torino. “Vidriería Víctor, la de confianza,
al mejor del barrio”. El Tano estaba enloquecido con tener publicidad en un
auto de carrera. Fui un precursor en eso de tener un sponsor a la hora de
correr.
Claro
era lo que veía en las revistas semanales de competición. Esa fue la imagen que
me vino a la mente cuando el Tano Víctor se había puesto remiso a darme la
masilla. El que me proveía de las bolillas de acero era Don Pepe, el mecánico
del barrio, también el único. El capot fue para el Taller Don Pepe: “Su
mecánico de cabecera en el barrio”, eso decía la leyenda en el capot.
Cuando
el Gordo Horacio vio las publicidades me dijo que era una buena idea y se
consiguió la publicidad de la Librería del Águila, la que le proveía la plastilina.
Y lo mejor fue el Bazar Cosme. Así dejó de robarle las cucharitas a la vieja. Y
le regaló una caja con 50 cucharitas. Nunca las llegó a usar todas.
Los
otros pibes primero se rieron de las publicidades, pero en poco tiempo la
mayoría de los negocios del barrio se veían reflejados en los autos de carrera.
Incluso alguno hasta tuvo equipo propio, claro eran los hijos de los
comerciantes.
A
veces ganaba el Gordo Horacio y otras yo. Otras aparecía un pibe nuevo en el
barrio y llegaba primero. Pero aquella tarde de primavera cayó un pibe alto y
flaco con un Falcon negro. Nos pidió correr a los pibes que manteníamos la
pista de la plaza. La comisión directiva, porque había una organización a esta
altura del partido, lo dejó correr como invitado.
El
Flaco Luis era nuevo en el barrio se había mudado a un departamentito con los
viejos y una hermanita más chica. La primera vez que corrió en la plaza, con el
Gordo Horacio, nos dimos cuenta que era una luz. Corrió y ganó. Sin fanfarronerías
de su parte en esa primera carrera se ganó la confianza de todos.
La
nuestra de inmediato y con el Gordo Horacio le propusimos que integrara nuestro
equipo. “¿Cómo se llaman?”, nos preguntó. Con el Gordo nos miramos porque nunca
se nos ocurrió un nombre. “¿Los tres?”, preguntó el Gordo al Flaco Luis. “Sí,
los tres. Cómo nos llamamos”, le dijo.
Ahí
fue cuando se me ocurrió que el nombre para el equipo era ese: “Los tres”. Al
Gordo Horacio y al Flaco Luis les pareció genial. Así que nos pasamos a llamar “Los
tres”. Hasta hicimos un logo que se lo pintamos a los tres autos. También le
dijimos al Flaco Luis que se consiguiera algunos auspiciantes. Lo ayudamos y
alguno del Gordo y otro mío, apoyaron al Flaco.
Ahora
éramos un equipo y el barrio empezaba a quedarnos chico. Así que comenzamos a
correr en los barrios linderos con buen éxito. El Flaco Luis tenía la inmensa
habilidad de hacer pasar a su Falcon por lugares que eran impensados. Por
adentro, por afuera o entremedio de dos autos rivales, el tipo se las ingeniaba
para seguir su ruta como si nada.
Corría
con su Falcon como si no les costara esfuerzo. Al menos no lo demostraba. En
cambio el Gordo Horacio transpiraba la camiseta en cada carrera. Gritaba, se
apasionaba y estallaba. Era un muestrario de estados de ánimo. El Flaco no
demostraba nada era como de mármol. Yo estaba a mitad de camino entre los dos.
Éramos el equilibrio de tres.
Por
eso el nombre del equipo no fue puesto en vano. Pasó hacer nuestra marca en el
orillo. En los barrios vecinos se nos comenzó a conocer como los “Imbatibles
tres”. Así que en poco tiempo los barrios linderos también nos comenzaron a
quedar chicos. Todo hasta que un día el Gordo Horacio vino con la noticia.
Había
visto en una revista de deportes, del viejo, que estaba por empezar un
campeonato de carreras de autos de masilla en el centro. “Nos van a comer el
hígado”, dijo el Flaco Luis en su parquedad habitual. En parte tenía razón.
Nosotros solo éramos unos pibes de barrio y esos tipos eran profesionales con
auspiciantes de verdad con guita para bancarlos.
“Pero
porqué no probamos. Total no tenemos nada que perder y mucho que ganar”, les
dije al Gordo y al Flaco. Se miraron y luego me asintieron. Así que nos íbamos
a inscribir en ese campeonato con la esperanza de al menos no hacer un mal
papel.
Una
tarde nos tomamos el colectivo hasta el centro y nos anotamos como equipo con
nuestro nombre. Nos dieron un formulario a cada uno para completar con una pila
de casilleros para llenar. Esto iba en serio y no eran carreritas de barrio.
Nos estábamos metiendo en las grandes ligas. Al menos nos dejaron esa sensación
en aquella tarde en una oficina del centro.
La
primera carrera fue el último sábado de febrero en un circuito con todas las
letras. Era perfecto. Nada de tiza en el suelo. No señor. Estaba pintado
perfectamente con todos los detalles y hasta los pianitos. No lo podíamos
creer. Nosotros que corríamos en la vereda con irregularidades y todo tipo de
interferencias. Ver esa pista lisita era como tocar el cielo con las manos.
“La
pista nos favorece mucho a nosotros”, sentenció el Flaco Luis ni bien vio la
pista. “No será fácil ganarle a los locales, pero no vamos a desentonar”, dijo
para cerrar su pensamiento. Con el Gordo Horacio nos miramos y comprendimos que
teníamos ganado un lugar en el podio. Al menos alguno de los tres estaría entre
los tres primeros.
Los
autos se alinearon en sus puestos de largada. Por las pruebas de clasificación
estábamos justo en el medio. Ni tan atrás, ni tan adelante. Los corredores
comenzaron a mover sus autos según el orden de largada. Esperamos nuestro
turno. El Flaco Luis fue el primero en salir. Con el tiro que hizo ya había
avanzado tres posiciones.
El
Gordo Horacio logré pasar a dos en el primer tiro, lo mismo que yo. Y así fue
hasta la mitad de la carrera. Había que tener mano porque descubrimos que
nuestros autos podían caminar más rápido por el tipo de suelo. En la mitad del
total de vueltas ya estábamos entre los diez primeros. Ahí comenzaba la verdadera
carrera.
El
Flaco Luis hizo un par de tiros que logró que los locales lo aplaudieran. Ya
estaba ubicado en tercer lugar. En quinto estaba el Gordo Horacio y sexto venía
yo. Nada mal para tres pibes de barrio en una pista del centro.
Cuando
el Flaco Luis quedó segundo arrancó nuevamente aplausos y gritos de la
concurrencia. Algunos de los corredores no podían creer lo que estaba haciendo
el Flaco con su Falcon negro. Para eso el Gordo estaba cuarto y yo quinto. Con
el Gordo éramos como un trencito. Nadie se podía meter entremedio. Era una
manera de cuidarle las espaldas al Flaco Luis.
Esto
lo ponía seguro de seguir adelante tratando de lograr el primer puesto. Y no
estaba tan lejos de lograrlo. Claro que delante tenía a los mejores créditos
locales que no le iban a ser nada fácil la tarea.
En
uno de los tiros el segundo y el tercero se colocaron de tal forma que iba a
ser difícil pasarlos y era la última vuelta. Pero el Flaco estaba inspirado.
Tiró de tal manera al Falcon que pasó por el huequito que habían dejado el
segundo y el tercero sin tocarlos. Se adelantó tanto que alcanzarlo era muy
difícil.
Mientras
el tiro del Gordo lo dejó en tercer lugar y cuarto estaba yo. Pegado a la Chevy
amarilla. Así que el único crédito local estaba en segundo lugar. Ahora
comenzaba la batalla final. Y fue muy divertida con aplausos del público
presente y vítores que nunca pensamos en escuchar.
El
Flaco Luis estaba inalcanzable y el segundo prefirió conservar el lugar. Lo que
no esperaba fue el ataque del Gordo Horacio que en un tiro lo dejó en tercer
lugar sin posibilidades de alcanzarlo. Eso creo que lo desconcentró. Ahí
apareció mi oportunidad.
Empezó
mi batalla por lograr el tercer puesto en esa primera carrera del equipo “Los
tres”. No era fácil de engañar y menos de pasarlo. Pero esa última vuelta fue
la que concentró la atención de todos. El primero y el segundo lugar ya estaban
definidos y no había forma de cambiarlo. Las actuaciones del Flaco Luis y el
Gordo Horacio habían sido para el aplauso.
Ahora
llegaba mi minuto de fama. Y esperaba estar a la altura de las circunstancias.
Así que usé todo lo que había aprendido para llegar en tercer lugar. Por un
lado y por el otro seguía mi acoso por el tercer lugar. Un tiro que no le salió
bien al crédito local fue mi oportunidad. No era nada malo el pibe con su
Mustang rojo, pero todos metemos la pata alguna vez en la vida.
Se
quedó corto con el tiro por miedo a pasarse en la última curva y ahí fue donde
lo pasé por un tramo largo. Tanto que para pasarme tenía que ser casi un mago.
Pero no estaba todo dicho y en la última recta fue la batalla final. En el
último tiro quedó a menos de un metro de la llegada. Yo tenía que pasarlo y
cruzar la meta, era la última oportunidad que tenía.
Medí
bien la distancia esperando mi turno. Calculé que si pasaba muy cerca del auto
de él estaba en mejor condición de cruzar la meta con este último tiro. Ahora
la distancia era larga y el Torino tenía que pasar al Mustang y cruzar la meta
para llegar en tercer lugar. Se hizo un silencio mortal. Todos estaban mirando
mi tiro. Una carga infernal. Pero eso no iba de a ser un impedimento para que
lograra llegar antes a la meta.
Simplemente
me concentré olvidándome de todo y me aislé para lograr que mi tiro fuera
perfecto. Y lo fue tanto que no solo pasé al crédito local, relegándolo al
cuarto puesto, sino que el Torino blanco cruzó la meta y siguió caminando por
más de un metro más adelante. El aplauso del público no se hizo esperar, ni
tampoco los gritos.
Lo
habíamos logrado: tres pibes de barrio les habían ganado a los pibes del centro
en la primera carrera y jugando de visitantes. La ovación a los tres no se hizo
esperar. Y no fue la primera en ese campeonato de la ciudad de autos de
masilla. Pero claro eso es otra historia.
Pueden
leer todos los relatos publicados en el blog de Archivo de autos en este
enlace: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
Este
relato fierrero de ficción fue publicado por primera vez el domingo 21 de febrero
de 2016 en el blog de Archivo de autos: https://archivodeautos.blogspot.com/2016/02/carreras-de-autos.html
Creador y editor de Archivo de autos
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Qué hermosa historia. Emocionante. Por momentos, regresé a mí infancia, con mí Torino, con plastilina y la cucharita. Qué lindo que fué, y que lindos momentos. Excelente relato, te felicito , me hiciste viajar en el tiempo con una hermosa historia, y como siempre...Aguante el TORINO carajo ! ! !. Gracias por todo lo que hacés, el automovilismo argentino está en deuda con vos. Te mando un abrazo
ResponderBorrarHola, lamentablemente no sé tu nombre.
BorrarEn especial para agradecerte tus palabras.
Me alegro que te gustara este relato, que originalmente, publiqué en el año 2016. Tengo que regresar a publicar en forma periódica estos relatos fierreros de ficción. Pero no siempre tengo el tiempo para dedicarle a la creación.
Saludos.