Lo conocí a Víctor el domingo 3 de
diciembre de 2006 en el Corredor Aeróbico de San Miguel. Recuerdo la fecha con
exactitud porque era la primera vez que asistía a un encuentro de autos. Mi
padre había llevado su rural Mercedes Benz 170 SD, la Mercedes para los íntimos,
y yo mi puesto de artesanías enteladas.
Al lado nuestro estaba Víctor, con su
hermano César, y su amado Chevrolet Champion del año 1928. Le estaba limpiando
los guardabarros de color negro. Le dije: “qué sucio que es el color negro”. A
lo que me respondió: “¿me está diciendo negro a mí?” Fue la primera sonrisa que
me arrancó.
Siguió limpiando su Chevrolet amarillo
para que luciera impecable y pensé que era un buen tipo. No lo había visto en mi
vida. No lo conocía. Pero intuía que era una buena persona. El tiempo me lo
confirmó. Y él me brindó su amistad y más aún, me dio su confianza.
Fueron muchas caravanas los dos sentados,
el uno al lado del otro, charlando de cosas de la vida y de los autos. En un
momento dado, cuando me gané su confianza me invitó a que fuera su copiloto.
Más aún en algunas oportunidades hasta manejé alguno de sus preciados autos.
Es decir que tenía plena seguridad en mí.
Nos ganamos juntos una amistad. Y todo por los viejos autos que supimos
conseguir. No es fácil en estos tiempos que corren. El desinterés por lo
material y la ayuda al otro eran cosas comunes en él.
A cuántos encuentros solidarios fuimos.
Él llevaba una pila de ropa usada y calzados. Además de algún alimento no
perecedero. Tanto que cuando había un encuentro de ese tipo ponía una caja, en
la puerta de su taller mecánico, para que los vecinos del barrio trajeran lo
que tenía para donar.
Siempre tenía buen humor. Y eso ya es un
mérito para cualquier persona. Algunos carecen de él de por vida. Víctor no,
era un tipo que se hacía querer. Y no lo digo yo que no lo conocí tantos años.
Lo dicen muchos que lo conocían desde la juventud.
Estábamos en un club de autos, de cuyo
nombre prefiero no recordar, y ahí comenzó a decirle a todo el mundo que me
presentaba que era su secretario. Un chiste entre nosotros. “Él es mi
secretario”, le decía a alguien que conocíamos por primera vez en alguno de los
tantos encuentros que asistimos.
Mi respuesta era “todavía no me paga el
sueldo y de paritarias, ni hablar”. La carcajada de la persona que me
presentaba derribaba cualquier barrera. Así era Víctor, se ganaba a la gente. Y
por eso la gente lo quería. Yo también lo quería mucho.
Anécdotas hay muchas para contar. Una vez
en un día de invierno muy frío fuimos a un campo de jineteada a la vera de la
Autopista Del Buen Ayre, prefiero no recordar el nombre del lugar… Cuando
llegamos éramos los únicos autos que habíamos asistido al encuentro.
Eran ocho autos y había ocho baños químicos,
uno al lado del otro. Nunca habíamos visto algo igual. Tanto que Víctor no se
quería bajar de su Chevrolet amarillo. “¡Dale Víctor acomodá el auto y bajá!”,
le decía parado al lado de su amado auto.
Pero la pasamos bien. Terminaron jugando
al truco de seis y comiendo pollo asado, que los organizadores salieron a
comprar de raje cuando nos vieron llegar… Nunca nos olvidamos de ese día. Por
la falta de autos y por el frío reinante.
Otra travesía fue ir a un encuentro en
Villa Rosa, partido de Pilar. Luego de adentrarnos en las calles del lugar
llegamos, justamente a otro campo de jineteada. También éramos los únicos autos
en el encuentro. Era más grande el stand de Gendarmería Nacional que los autos
expuestos…
Desde mucho tiempo Víctor venía diciendo
de ir de día de campo con todos los muchachos que nos reuníamos. Se dio vuelta
para los eucaliptos y nos dijo a todos: “hoy es un día de campo”. Estallamos en
risas todos los presentes.
Con el correr de la mañana el lugar,
alejado por cierto, se llenó de autos y la cosa cambió radicalmente. Además de
haber comido unas deliciosas empanadas. Le gustó tanto el lugar a Víctor que
habló con el encargado del campo para volver. Nunca lo hicimos. Cosas de la
vida…
Cuando íbamos a regresar le dije a Víctor
que conocía un camino para no llegar hasta Pilar. “Te venís conmigo en el
Chevrolet”, me dijo. Acomodó a sus hijos en el otro Chevrolet azul, al mando de
César, y partimos por la Ruta 25.
Por esas cosas de la vida conocía un
camino más corto pasando por el country Mailing. Esa angosta calle nos conducía
directamente a la vieja Ruta 8, donde está el hipermercado Jumbo. Lo cómico era
ver la cola de todos los autos que nos seguían al ritmo que imponía el
Chevrolet Champion de Víctor. Ambos nos reímos un rato de traerlos a todos a la
rastra.
Cosas así vivimos con Víctor. Cenas en
peñas y el disfrute con los amigos fierreros. Cuando había un encuentro en
ciernes me llamaba para que le diera una mano con la difusión. Siempre contaba
conmigo para eso y yo contaba con su confianza. Que más se puede pedir de un
amigo.
Porque con el tiempo nos hicimos amigos. Tanto
que le inscribí su Fiat 1500 para participar de la novena edición de Expo Auto
Argentino, en marzo de este año. Después le avisé del almuerzo de cortesía
donde fue la última vez que almorcé con él en un día soleado.
Ahora sé que se fue a un encuentro con su
amado Chevrolet amarillo. Seguro que Doña Rosa, mi madre, le estará cebando
unos mates. Ya lo oigo: “Doña Rosa no hay un mate para mí…”
A la memoria de Víctor Caputo fallecido
el lunes 21 de mayo de 2018.
Mauricio Uldane
Pueden leer todos los
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en esta página: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
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