Cuando nací no sabía cómo sería mi vida. No tenía
idea a dónde iría a parar. Claro eso te lo da el camino recorrido y el desgaste
del rodamiento. Pero ahora les voy a contar qué pasó y cómo terminé mis días.
Comencemos desde mucho tiempo atrás. Tuve un abuelo
flaco al que le decían el colorado y a mi abuela, que también era delgada la
conocían como la blanca. Eran cosas de principios del siglo pasado, aunque debo
reconocer que también soy del siglo pasado.
Mis abuelos tuvieron caminos muy duros que
recorrer, eran tiempos difíciles y las cosas son eran como son ahora. Algunas
se han facilitado mucho y en cambio otras se complejizaron. Eso lo veo ahora
que tengo mucho tiempo para pensar y meditar sobre la vida. Antes solo me
preocupaba rodar por la vida. Pero no era a tontas y locas, sino que tenía un
trabajo que cumplir, un destino prefijado desde el nacimiento en esta sociedad
consumista y capitalista que nos toca vivir.
Les hablé de los años duros de mis abuelos, que en
consecuencia no lograron mucha sobrevivencia, pese a las visitas para que los
recompusieran. Terminaron sus días arrumbados en un lugar que no recuerdo. Si
siquiera se donde fueron a parar sus cuerpos.
La historia de mis abuelos me la contaron mis
padres, que tampoco la tuvieron fácil. No señor. Tuvieron que laburar de sol a
sol para poder sobrevivir en esta jungla de asfalto. Con calores agobiantes en
el terrible verano en la ciudad o con lluvia hasta las orejas cuando San Pedro
decidía abrir las compuertas del cielo, si es que San Pedro está en el cielo.
Pero lograr vivir mejor que mis abuelos, tanto es
así que mis padres ya no eran tan delgados como aquellos. Todo lo contrario. Sus
cuerpos eran más anchos y durables, cosas de la ciencia, dicen algunos. Otros
dicen que es porque la tecnología mejora. Mis padres trabajaron duro, muy duro.
Mi mamá en una camioneta y mi papá en un camión. Ambos en el transporte de
mercaderías. Aunque mi madre siempre volvía a casa a la noche en cambio mi
padre tardaba, a veces, semanas en volver. Y volvía cansado del viaje. Pero al
menos ambos tenían trabajo y no estaban tirados por ahí. Como les pasó algunos
parientes cercanos.
Conozco el caso de conocidos que acabaron su vida
útil por un accidente en la ruta. Un chófer que se durmió, o que venía
borracho, y listo, te fuiste de este mundo. Por suerte mi padre tuvo una larga
vida, con paradas para reparaciones pero nada grave. A mi madre le pasó lo
mismo, pero el suyo era un trabajo mucho más descansado.
Mientras tanto yo estaba en proceso de creación y
me faltaba poco para ver la luz de la calle. Donde nací era un lugar enorme
donde muchos de nosotros estábamos esperando nuestro destino. Que en algunos
casos era el definitivo. En otros pasaba algún tiempo para que comenzaran a
rodar por la vida. Son cosas que pasan y uno no puede evitarlas. Es como si
alguien digitara nuestro destino final.
Como hijo de obreros del transporte tuve el honor
de trabajar en un taxi. Uno de aquellos míticos Siam Di Tella que llenaron las
calles de la ciudad de Buenos Aires. Era un trabajo de sol a sol. Pero estaba
contento y orgulloso de servir para algo. Ahora, ya viejo, también sirvo para
algo, pero no nos adelantemos al final de la historia.
Si habré recorrido calles adoquinadas, ¡cómo
rebotábamos! Pero me divertía. Lo que no me divertía para nada eran las viejas
vías del tranvía en los días de lluvia, más de una vez tuve una cortada que no
pasó a mayores. ¡Lo resbaladizas que se podían esas vías con agua encima!
Frenar ahí arriba era un acto suicida.
Frenadas. Muchas. Salvadas de accidentes. A miles.
Pero siempre brindando un servicio al pasajero porteño. Día y noche. Con frío
que calaba los huesos o calor que me ponía a punto de derretirme en ese asfalto
caliente en un verano porteño. Casi como la suite tanguera de Astor Piazzolla.
Eso era el Siam taxi, tango puro en ebullición.
Una vez nos tomó una parejita, la piba estaba a
punto de dar a luz. Salimos de raje para la guardia de la Maternidad Alberto
Peralta Ramos. Esa que queda en el barrio paquete de Recoleta, pero es pública
y gratuita, al menos lo era en esa época. ¡Qué barrio bacán! Llegamos volando.
Creo que nunca el Di Tella anduvo tan rápido. Parecía que salían chispas de los
neumáticos. ¡Me lo van a decir a mí que estaba presente!
La piba, muy jovencita ella, se quejaba mucho. “¡Ya
llegamos!”, le decía el marido, también un pibe que no tendría más de 20 años.
Estaba aterrorizado que le pasara algo a su mujer. Por supuesto era su primer
hijo y creo que recordarían toda la vida ese viaje de noche por Buenos Aires y
atravesando los barrios a toda velocidad.
Hasta que en una avenida, creo que era cerca de
Plaza Italia, una motocicleta de la policía nos comenzó a seguir haciendo
aullar la sirena. Cuando el policía se puso a la par del taxi le hacía señas
para que detuviera la marcha. Ahí fue cuando vio a la parejita a punto de dar a
luz. “¿A dónde van?”, preguntó. “Al Peralta Ramos”, fue la respuesta de adentro
del taxi. “Seguime que les abro paso”, y salió disparado delante del Siam. Ahí
aumentamos más la velocidad y dimos la vuelta a Plaza Italia como un Turismo
Mejorado de aquellos años de Grandes Premios por todo el país.
Lo que corrimos por la Avenida Las Heras. Los
árboles del Jardín Botánico pasaban como figuras borrosas por la velocidad del
taxi. Ni un semáforo en rojo nos detuvo, la motocicleta del policía nos abría
paso. Llegando a la Penitenciaria ,
todavía estaba en la intersección de las Avenidas Las Heras y Coronel Díaz. Se
nos sumaron dos motocicletas más y un patrullero nos seguía de cerca. ¡Toda una
escolta camino a un nacimiento!
La curva de Sánchez de Bustamante fue apoteótica
para el Di Tella, hasta la gente en la calle aplaudía, muchos con algunos
gramos más de alcohol dada la alta hora de la madrugada. Semejante escolta
despertó la curiosidad de los vecinos del barrio que comenzaron a ver a dónde
íbamos.
Faltaba poco. Justo en la esquina de la calle
Austria con la Avenida Las
Heras estaba la guardia de la maternidad. Parece que los de la guardia estaban alertados
de nuestra llegada porque nos esperaban en la vereda. La frenada del Di Tella
se hizo oír en toda la cuadra.
Enseguida entraron los enfermeros con la parejita
directo a tener ese bebé que antes de nacer ya corrió su primera carrera. La
verdad que no se si fuimos los tíos del algún corredor futuro, pero bien podría
serlo. Estacionamos un rato y le agradecimos al policía de la motocicleta su
trabajo para llegar a la maternidad. “Es mi trabajo servir a los ciudadanos”,
dijo. Hoy nos parece cosa del pasado cuando la policía estaba para cuidarnos.
Una vez repuestos averiguamos cómo habían sido las
cosas con el parto. Salió el muchachito para agradecernos y pagarnos el viaje.
“Está todo pago. Lo importante que la criatura esté bien”. Así fue, era un varón
de 3,400 kilos, sano y fuerte. Pensé si alguna vez ese chico tendría algo que
ver con los autos. Tal vez si, pero la verdad no lo sé.
Trabajé algunos años con el taxi hasta que me llegó
el momento de jubilarme. Ya no podía trabajar más. Cosas del desgaste y el
progreso. Pero no me quejo. Bien vale la vida haber ayudado a traer un pibe a
este mundo. Y no fue el único. No señor. Ese fue el primero. Para los otros ya
estábamos mucho más cancheros.
Ahora tengo un lugar tranquilo donde vivir. Aunque
los fines de semana se pone ruidoso, pero no me quejo. Es como revivir mis días
de gloria con el taxi. Al menos estoy cerca de otros autos que ruedan en un
circuito. Un circuito no muy grande de kartings. Se llena de pibes, porque hay
una escuela que les enseña a manejarlos.
Que mejor lugar para un viejo neumático cómo yo,
que ya no puede ser recapado. Terminé con medio cuerpo en la tierra a modo de
muro de contención para que los chicos no se salgan con los kartings. Tengo
ruido de motores, veo a los autitos correr por la pista y recuerdo los días que
estuve en las ruedas del querido Siam Di Tella. Más no puedo pedir y es como no
morir nunca y seguir ligados a los autos que tanto me necesitaron.
Hasta de vez en vez alguno de los pibes se sienta
encima de mí y es como volver a tener pasajeros que llevar algún sitio. Pero
ahora no puedo porque estoy medio enterrado y viejo. Pero sigo sirviendo para
algo. Eso ya es mucho para mí, un viejo neumático con muy poco dibujo, pero con
una vida encima para recordar siempre.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
Archivo de
autos es armado en un ciber por falta de recursos económicos ya que no cuenta
con financiación o publicidad de ningún tipo.
Simplemente, GE NIAL.
ResponderBorrarMuchas gracias.
BorrarMe alegra saber que te gustó el relato de ficción.
Saludos.
Mauricio Uldane
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