Era de segunda mano, esas que se armaron en el
país, una cosa rara que solo se vendieron por acá. Hoy son buscadas por los
coleccionistas de Europa por ser un vehículo que en su país de origen, Alemania,
no existen. No sé si el señor Eduardo sabía todo esto, pero igualmente la
compró: una camioneta Mercedes-Benz modelo 1971, o tal vez 1972.
Blanca como la nieve que estaba en muy buenas
condiciones. La compra fue para su estancia, esa de cuyo nombre no me quiero
acordar, como le pasaba al hidalgo de la península ibérica. El nombre de la
estancia y la marca de yerra irían a parar a las puertas de la Mercedes, eso
fue una mala idea que luego comprobaría in situ.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos de la
camioneta llamada Mercedes. Vayamos por parte como decía el célebre inglés, ese
que por hobby se dedicaba a descuartizar personas, ¡la gente no sabe como
entretenerse! Lo cierto es que la Mercedes estaba en buenas condiciones. Tuve
la oportunidad de verla en un garaje de Buenos Aires, el cual mantendremos en
el anonimato.
Mi padre supo acompañar al señor Eduardo en un
viaje, previo a los acontecimientos que más tarde les narraré. En ese viaje
iniciático, digo para la Mercedes, se adentraron por los caminos de la
provincia de Córdoba buscando el norte, allí donde la lluvia no abunda, pero
cuando cae ¡mamita mía!
Eso fue lo que pasó en el camino rumbo a la
estancia del hermano del señor Eduardo. Comenzó a llover como si el pronóstico
del tiempo lo hubiera escrito el mismísimo Noé. Claro que la Mercedes no era un
arca y menos aún llevaba animales a bordo. Salvo los dos pasajeros…
La lluvia no se hizo esperar y luego de una parada
técnica en la estación de servicio en la ruta reanudaron la marcha en búsqueda
del campo. A esta altura del partido debo decirles que la Mercedes era diésel,
porque fueron los únicos motores que equiparon a esas camionetas. Es
fundamental conocer ese dato técnico para tener en cuenta en la parte que viene
del relato.
Como dije es una zona en la que llueve poco, pero
cuando lo hace ¡busquen los botes! Eso precisamente es lo que pasó en el camino
hacia la estancia del hermano del señor Eduardo. Literalmente el camino era un
río, pero el suelo era firme aunque de tierra.
Ahí comenzó a “nadar” la Mercedes primero un poco
de agua, luego un poco más hasta llegar a la mitad de las puertas. Por último
lo único que se veía de la trompa de la camioneta era la estrella del capot que
parecía flotar en medio de la ruta anegada.
Mi padre miró para la caja de la Mercedes y lo
único que vio fue agua y las cosas que llevaban flotaban graciosamente dentro.
Por suerte las valijas estaban en la parte de atrás del asiento de la cabina.
La Mercedes seguía en marcha como si se tratara de una lancha con las burbujas
saliendo del caño de escape.
Más de una vez tuvieron que darle marchas atrás por
alguna encajadura. Y nuevamente para adelante. Para atrás y para adelante. En
el camino de tierra, perdón de agua, esa acción la tuvieron que repetir varias
veces. De bajarse ni hablar, no se podía solo era seguir hacia la estancia y
rogar que el agua bajara. Cosa que pasó y lentamente esa inmensa laguna, que
era la ruta, se fue secando.
Cuando llegaron a la estancia la pregunta del
millón era “¿cómo lo hicieron. Porque nosotros ni nos animamos con la F-100?”.
Claro era la Mercedes la que había caminado bajo, o sobre, el agua de la ruta.
A la vuelta el tiempo estuvo seco y que de ida era una laguna ahora era una
ruta de tierra. Así es el tiempo por esos parajes cordobeses.
Una vez retornados a Buenos Aires se procedió a
pintar el nombre de la estancia y la marca de yerra en las puertas de la
Mercedes, como para que todos supieran de dónde venía aquella camioneta blanca.
Pero fue una mala idea que en un viaje de vacaciones se haría muy manifiesto.
El señor Eduardo, vaya a saber en que sueño o
borrachera, se le ocurrió que podría llevar a su esposa y sus dos hijos de
vacaciones en casa rodante tirada por la Mercedes. El destino: las cataratas
del Iguazú. Nada menos que un viaje de unos 3.500 a 4.000 kilómetros.
No es algo que no han hecho otras familias, pero
una burguesa acomodada dueña de una estancia era como bajar a la plebe para ver
cómo vivían. Pero lo hicieron. Alquilaron una casa rodante por un mes o más, no
recuerdo ese dato con exactitud, colocaron el gancho para poderla remolcar en
las vacaciones y partieron.
No hay partida sin dolor, pero ellos iban alegres.
La alegría se iría transformando con los kilómetros y las provincias dejadas
detrás. No es nada fácil para una familia acomodada vivir casi un mes en una
casa rodante para cuatro personas. Aquellos que alguna vez lo hicieron saben a
que me refiero.
El contacto físico es como en el rugby, intenso y
puede llegar a ser doloroso. O pero aún si le sacamos la letra “d”… Porque ese
fue lo que pasó cada vez que el señor Eduardo necesitaba de los servicios
esenciales del baño. Esos servicios sanitarios que no se pueden eludir por más
que hagamos fuerza… perdón no era esa la palabra. Por más que nos esforcemos…
peor. No por más que pongamos empeño, ¡eso sí!
Empeño tuvo que poner el resto de la familia ante
la concurrencia al baño del señor Eduardo para desalojar por completo la casa
rodante y retornar luego de pasada la baranda, que no voy a describir por buen
gusto y apego a las tradiciones de la mejor estirpe.
Casa chica, problemas grandes. Recuerdan que les
dije lo del contacto físico, esto era parte de esas acciones. Pero como estaban
de vacaciones diferentes todo se toleró y la meta era llegar a las cataratas
para contemplar su espectáculo. Por suerte no les tocó sequía como alguno que
conozco, que luego de ahorrar por años, para pagar el viaje, cuando llegó solo
había un hilo de agua.
La Mercedes se portó de maravillas, si lo había
hecho bajo el agua en Córdoba, como no se iba a portar bien en la Mesopotamia.
La humedad le sentaba bien. Porque si quieren humedad vayan a Misiones. Tanta
era la que había que la cámara réflex constantemente tenía la lente empañada.
Vi fotos como tomadas en nebulosa, o con un filtro, por esa humedad que hay en
el medio ambiente.
El único problema grave lo tuvieron con las
inscripciones en las puertas de la Mercedes. En todos lados les preguntaban
dónde quedaba la estancia y si eran los dueños y demás. Era como si le hubieran
pintado un cartel que dijera “miren aquí estoy”. El señor Eduardo se arrepintió
más de la cuenta por haber pintado el nombre de la estancia en las puertas de
la camioneta blanca. Ni hablar de su esposa que se lo recriminó en otros
términos y con epítetos que no mencionaré por el uso de las buenas costumbres.
Pero todo tiene su lado bueno. La familia tuvo un
contacto del tercer tipo con la naturaleza, la gente preguntona, la casa
rodante y la vida familiar estrecha, todo conducido por nuestra Mercedes
testigo muda de toda estas vacaciones en Misiones y sus aledaños.
Si el señor Eduardo tenía la fantasía de cumplir un
viaje en casa rodante, lo logró, pero no entusiasmó al resto de su familia.
Para muestra basta y sobra un botón. Debut y despedida. Menos mal que no compró
la casa rodante, porque se la tendría que haber metido en el… justamente de
donde salían aquellos efluvios nocivos que obligaban al resto de la familia a
abandonarla cada vez que él concurría al baño.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
Archivo de autos es armado en un
ciber por falta de recursos económicos, no por una política editorial.
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