Venía por la calle Gascón rumbo a la Avenida Díaz Vélez en busca del
colectivo 105. Antes había pasado por una clienta que me dio la seña por el
alquiler de un buzón para su casamiento y en el camino, en una dietética, otra
clienta se interesó por uno de mis buzones alcancías entelados. Pero mi
objetivo era tomar el colectivo 105.
Al llegar a la esquina de Díaz Vélez veo pasar un
105. Una puteada por lo bajo, como un rezo pagano, pensando cuánto tiempo
tardará en venir el próximo colectivo. La parada ahí a un tiro de piedra. Cruzo
la avenida con la lejana esperanza que un colectivo llegue pronto.
En la parada algunas personas esperando los demás
colectivos que detienen su marcha en el lugar. Un hombre de gamulán y pelo
negro con rulos está ahí junto con su guitarra. Algo mal entrazado, pero quien
soy para juzgar las ropas del hombre. Cerca una mujer con el pelo teñido de
rubio. El hombre que dice “un 105” .
En el anterior 105 no subieron por que no quisieron o porque el chófer les negó
el permiso. Eso nunca lo sabré.
Antes de cruzar la avenida había notado la
presencia del hombre del gamulán y la de mujer teñida de rubio. Lo que no sabía
era que subirían detrás mio al 105 que me llevaría hasta la calle Uriburu. El
hombre le pide permiso al chófer para tocar la guitarra. Guitarra que conoció
mejores épocas ya que se la ve un poco descolada y reparada torpemente con
cinta transparente de embalar. Pese a todo no sonaba tan mal.
Como era de prever el dueto, hombre y mujer, eran
los encargados de ponerle un poco de música al interior del 105. Me senté en el
asiento del fondo, ese que ahora para salir de los extremos hay que pedirle
permiso al compañero de banco de al lado. ¿No sean preguntado quién cuernos
diseñó los nuevos colectivos con pasillos estrechos y desniveles en el piso?
Al estar sentado en esa posición tuve una vista
privilegiada de la actuación del hombre del gamulán y la rubia teñida, que
supimos, todos los pasajeros del 105, se llamaba Ester y se encargaría de los
coros y la percusión. El hombre del gamulán cantaba blues y se acompañaba con
su desvencijada guitarra emparchada.
Una voz que no había forjado tomando leche y
comiendo vainillas. El alcohol, el cigarrillo y otras yerbas habían dejado su
huella en las cuerdas vocales en el hombre del gamulán. No era desentonado,
pero tampoco una maravilla, al menos el tipo tenía algo de carisma y con el
blues inicial logró enganchar a algunos pasajeros.
Ester, la coreuta, tampoco tenía una cristalina
voz. Algo parecido al hombre del gamulán había pasado en sus delicadas cuerdas
vocales. Ya íbamos en marcha, rumbo al barrio de Congreso, con un blues como
compañía en las voces de ellos dos en la mitad del colectivo, justo frente a la
puerta del medio. La única trasera que tenía ese 105 que había tomado en la
parada de Gascón.
En el medio del blues Ester saca un frasco de
vidrio a medio llenar de arroz con el que comenzó a hacer percusión para
acompañar al hombre del gamulán. Una idea cruzó por mi cabeza como un rayo y
con la nitidez de un día de verano: si no logran recaudar lo suficiente con la
gorra se terminarán comiendo ese arroz con manteca a la noche. Esa imagen me
duró mientras el blues nos acompañaba en el viaje del 105. Y cierta emoción
corrió por mi cuerpo de tan solo pensar en la cena de los dos en un pequeño
departamento oscuro de contrafrente.
Aplausos por el tema terminado. Las gracias del
hombre del gamulán y el anuncio que tocaría una balada a modo de despedida.
“Vamos a la paz”, anunció. Inmediatamente vino a mi cabeza la versión que hacía
Pappo. Como alguien que amaba los autos murió andando en motocicleta y ahora
escuchaba un tema que él cantaba arriba del 105 rumbo al barrio de Congreso.
La balada animó a otros pasajeros que seguían con
sus cabezas el ritmo. Finalizado el tema, el tipo del gamulán, saluda y se
despide, mientras Ester pasa la gorra de lana multicolor por los asientos del
colectivo. Algunos ponen algunas monedas otros no se han apartado de los
auriculares de sus respectivos celulares que los comunican con vaya a saber qué
mundo virtual. Pero creen que están comunicados con el mundo y no escuchan a un
dúo de músicos callejeros arriba de un colectivo. Parte de la comunicación de
este siglo que nos toca vivir.
Una sonrisa de Ester a los pasajeros que
colaboraron alejando la posibilidad de comer el arroz en la cena. El tipo del
gamulán saluda y desea una feliz semana. Se despide de todos y agradece al
chófer por dejarlo subir y ambos bajan. Para ese momento el 105 ya circula por
la calle Bartolomé Mitre buscando la estación Once.
En mi cabeza sigue dándome vueltas este relato que
acabo de escribirles. Esa pareja de perdedores, o al menos, eso aparentan. Tal
vez no lo sean y solo son apariencias, que saben que engañan mucho. Lo cierto
que al bajarse, los dos, me quedó un sabor agridulce pensando si lograría
juntar la plata para no cenarse el arroz de la percusión. La pregunta era qué
harían sonar al otro día arriba de otro colectivo en esa ciudad llamada Buenos
Aires. Un monstruo que todo lo traga, como la vida de muchos de sus habitantes,
que a veces son músicos callejeros o pasajeros del 105.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
Archivo de autos es armado en un
ciber por falta de recursos económicos, no por una política editorial.
Ey, tú sabes escribir!
ResponderBorrarLo digo totalmente en serio.
Muy buen relato/observación/meditación. No me costó trabajo visualizar esa escena porteña.
Saludos!
Muchas gracias por las apreciaciones hacia mis relatos, en especial este del colectivo 105.
BorrarYa son varios los seguidores de Archivo de autos que me impulsan a que escriba ficción. Lo pienso cada día que pasa.
Tal vez, si logro reparar la PC, pueda publicar otro relato el próximo domingo 7 de septiembre, sino será el siguiente.
Saludos y muchas gracias por tus palabras.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos