Mi padre compró un Chevrolet 400 usado hace unos 30
años. No recuerdo que modelo era exactamente, pero tal vez era de 1967 o 1968.
Un domingo a la noche nos pasó algo que merece ser contado en estas historias
con autos, que cada tanto aparecen en Archivo de autos, el sitio de los autos
viejos que supimos conseguir.
Nací y me crié en el barrio porteño de Recoleta,
pero eso no impedía que todos los fines de semanas lo pasáramos, en familia, en
San Miguel, en el Gran Buenos Aires, donde vivo a la hora de escribir estas
líneas.
La casa de mi abuela paterna era el lugar que nos
cobijaba esos fines de semana fuera de la ciudad de Buenos Aires. Salvo algún
raro acontecimiento los sábados y domingos era miguelinos. Ni la lluvia o el
frío impedían que no pasáramos esos dos días en la casa de mi abuela Adelina.
Así que para mí los domingos eran raros en Buenos
Aires. Para mí, desde chico, el barrio de Recoleta lo conocía de lunes a
sábado. Como era extraña la vida durante la semana en San Miguel. Todos los
negocios los veía cerrado, porque cuando era chico pocos comercios abrían sus
puertas un domingo, salvo las panaderías y las casas de pastas.
Casi siempre tuvimos algún vehículo para
trasladarnos de Recoleta a San Miguel, aunque hubo años que viajamos en
colectivo, en especial en mis primeros años de la adolescencia. Era tomar el
colectivo 108 hasta la esquina de Avenida Corrientes y Dorrego para subirnos al
colectivo 176 que nos depositaba en San Miguel, a dos cuadras de la casa de mi
abuela.
Pero en las épocas que mi viejo tenía auto la cosa
era mucho más cómoda. Como aquella vez que había comprado el Chevrolet 400 de
segunda mano. Como dije salíamos de Recoleta el sábado, a la tarde, después del
almuerzo, ya que mi madre era la cocinera de la casa donde vivíamos y mi padre
el chofer del patrón que era un abogado.
Llegábamos a la tardecita a la casa de mi abuela
justo para la hora del mate. Al otro día, el domingo, partíamos por la
tardecita, en los primeros años, cuando era mi chico. Pero con el correr de los
años y el aumento del parque automotor comenzamos a volver a Recoleta luego de
la cena. Era mejor para viajar porque el tránsito era menor y regresábamos más
rápido que si lo hiciéramos a las 7 de la tarde.
Subimos todos al 400 con todos nuestros bártulos y
emprendimos el regreso a casa y la semana laboral y estudiantil. Como siempre
mi padre tomaba la vieja ruta 202, hoy ruta 23, para llegar a la Panamericana y de ahí
hasta la Avenida General
Paz para llegar a Recoleta por el bajo, Avenida Lugones, Avenida Sarmiento y
Avenida del Libertador hasta llegar a casa, muy cerca de donde hoy se encuentra
la Biblioteca Nacional.
Todo iba de maravillas hasta antes de subir a la Panamericana. Justo
en ese momento el 400 hace un ruido y se inclina hacia la derecha en su parte
trasera. “Qué se rompió”, dijo mi viejo mientras trataba de acercarse a la
vereda y buscando un lugar para parar.
Paramos justo delante de la comisaría de Don
Torcuato, esa que está a unas tres cuadras sobre la ruta 202. Qué puntería que
se rompa la hoja Uniflex trasera derecha, porque eso fue lo que pasó, delante
de las fuerzas del orden. Hacía poco que la democracia había retornado, pero
algunas “cositas” seguían dándonos dudas, muchas dudas, y algunas todavía
persisten pese a que han pasado más de 30 años.
Bajamos con mi viejo para ver cómo solucionar el
problema. Un grueso taco cuadrado, que por suerte, mi viejo tenía en el baúl
fue la solución para levantar la cola del 400 y hacer de elástico rudimentario.
En eso volvieron algunos canas a la comisaría haciéndose los graciosos con las
Itakas. Uno a otro se la revoleó delante del auto estacionado en la puerta del
destacamento policial.
Esa acción no la vimos con mi viejo abocados a
solucionar el problema. Pero si la observaron mi madre, mi tía abuela y mi
hermana que se habían quedado dentro del 400. Una vez “arreglada” la suspensión
proseguimos la marcha a paso muy lento dado que el elástico estaba roto y las
irregularidades del camino se hacían sentir en todo su esplendor.
Así subimos a la Panamericana a paso
lento y por el carril de la derecha. A la altura de Bancalari el taco de madera
se corrió de su posición y otra vez el auto se cayó de cola del lado derecho. A
la banquina y nuevamente a buscar la solución. Un poco más de alambre de fardo
y el taco de madera quedó mejor asegurado, tanto que aguantó el viaje hasta
Recoleta.
Pero ahí no terminan la historia. En el ínterin nos
vimos rodeados de policías bonaerenses. Cuál era el motivo. Seguro que nada
tenía que ver con la rotura del Uniflex. Claro que no. Nuestro Chevrolet 400
azul era muy parecido a uno que tenía orden de captura por un ilícito, vieron
como hablan los policías cuando están de servicio.
Cuando rodearon el auto y comprobaron que era una
familia en plan de regreso a casa un domingo a la noche, casi ya en la
madrugada del lunes, nos dejaron tranquilos y encima mi viejo, un poco
caliente, les contó que nos habíamos quedados parados frente a la comisaría de
Don Torcuato y nadie nos había dicho nada.
La bronca por la rotura del elástico pasó, por un
momento, a un segundo plano por el susto del despliegue policial. Por suerte
para todos nosotros no pasó a mayores, solo fue una leve confusión. La rotura
del elástico tal vez fue nuestro salvoconducto. Imaginen que hubiera pasado si
el auto seguía circulando por la Panamericana a su velocidad normal sin ningún
inconveniente.
Tal vez este relato incluiría algún impacto de
bala, por aquello de disparo primero y pregunto después, o algo peor. Pero el
destino o la vida o vaya a saber qué no quiso que nada de eso pasara y hoy les
puedo contar una anécdota tragicómica en los inicios de una democracia que
comenzaba a gatear.
Todo este recuerdo lo disparó mi padre unos
domingos atrás cuando, en un almuerzo familiar, se acordó que se había roto la
hoja de elástico de ese Chevrolet 400 y porque estábamos hablando de los viejos
autos y los nuevos que nos ha traído este siglo XXI.
No solo los viejos autos que supimos conseguir eran
parte de la familia, hasta algunos tenían nombre o apodo, sino que nos han
dejado anécdotas que contar a nuestros hijos, sobrinos, nietos o seguidores de
un sitio como Archivo de autos. ¿Qué nos dejarán los modernos y computarizados
autos del siglo XXI?
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
Archivo de autos es armado en un
ciber por falta de recursos económicos, no por una política editorial.
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