Varias
horas en una ventana hacia una avenida porteña. Hechos que sucedieron en los años
60 y 70. Visto por los ojos de un niño de departamento.
He
pasado varias horas de mi vida viendo transcurrir el tránsito en la Avenida Las Heras. Más
precisamente a través de una ventana que daba a la esquina de Agüero, Galileo y
Avenida Las Heras. Cinco esquinas me daban una visión de los avatares que se desarrollaban
siete pisos más abajo.
Buena
parte de mi infancia me crié sin televisor. Así que mirar por la ventana hacia
esas cinco esquinas era mi pasatiempo. De día y a veces de noche. Con la
ventana abierta en verano o cerrada en invierno.
Los
primeros años de mi niñez sucedieron sin que en esas cinco esquinas hubiera un
semáforo. Si hubo una garita, donde un policía dirigía el tránsito. Con los
años el progreso se llevaría la garita, primero, y luego traería un semáforo.
El progreso había llegado a las cinco esquinas.
Algunos
dicen que por pedido de los curas del Colegio San Agustín, que está a media
cuadra por la calle Agüero. Puede ser que ese fuera el principal pedido para
colocar un semáforo en el lugar.
Así
el tránsito comenzó a ordenarse de otra forma. Pese a que por muchos años a
cierta hora de la noche el semáforo se ponía intermitente. Una práctica que se
extendió a todo el ámbito de la ciudad de Buenos Aires. Por la noche muchos
semáforos titilaban luces amarillas.
La
historia creo que sucedió a principio de la década del 70. Un día de tantos
estaba mirando por la ventana como el tránsito por la Avenida Las Heras iba
y venía. Creo que era a media mañana y tal vez fuera un sábado o en vacaciones
de verano. Porque tengo la vaga idea que hacia calor.
El
calor también fue parte de los hechos que vi a través de la ventana. Un corte
de semáforo, como tantos, del tránsito de Las Heras, para que circulen los
autos por Agüero. Los autos de la avenida paran como corresponden.
En
sentido hacia la Avenida Callao ,
para los que conocen el barrio, para un Fiat 1600. Un auto nuevo para esos años.
Detiene su marcha. Hasta ahí todo normal. Se abre la puerta del conductor y
este desciende.
Lo
veo avanzar hacia el frente del auto. Pensé tiene un problema en el motor. Pero,
no abre el capot sino que rodea el auto y va hacia la puerta del acompañante.
Venía
una persona sentada en ese lugar. Pensé que sería una mujer y le quería abrir
la puerta. Cosas de aquellos años de caballerosidad y menos igualdades entre
los sexos.
Efectivamente
abrió la puerta del acompañante y sacó a una mujer. Sacó es el término exacto.
La sacó y la arrastró hacia delante y la recostó en el capot del Fiat 1600. En
esa posición comenzó a abofetearla en ambos sentidos.
Mi
asombro no daba crédito a lo que veían mis ojos de niño. El escribir el suceso
es más prolongado que los segundos que transcurrieron en la acción. Sopapo va y
viene el tipo le estaba pegando a una mujer en plena Avenida Las Heras en un
semáforo cortado.
Enseguida
aparecieron algunos de los muchachos que trabajaban en la Esso de debajo de casa y algún
transeúntes de ese momento. Lograron detener al hombre que seguía muy exaltado
contra la mujer. Si no recuerdo mal lo tuvieron que sostener entre dos tipos.
También
apareció un policía y la cosa se calmó. Ese barrio tenía en aquellos años mucha
presencia policial por la cercanía de embajadas y personajes encumbrados. Para
todo esto el semáforo se había abierto y los bocinazos no se hicieron esperar.
Si
no recuerdo mal el tipo siguió su camino en su auto y la mujer a pie. Pero no
me acuerdo si la policía se lo llevó al tipo. Hoy hubiese terminado con una
denuncia por malos tratos, pero en aquella época no existía conciencia de ello.
Quedé
conmocionado por lo visto y por su rapidez. Salí corriendo de la habitación y
fui a contarles a mi madre y mi tía abuela lo que había visto. Creo que estaban
tomando mate en la cocina. No podían creer lo relatado. Pero sucedió y por eso,
hoy, se los conté.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
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