La
siguiente historia es real aunque parezca inverosímil, sobretodo si hablamos de
la última dictadura cívico-militar que vivimos los argentinos a partir de 1976.
Acá no hablaré de un bando o del otro, sino que contaré un hecho que nos
sucedió a mi familia y a mí a bordo de un viejo Siam Di Tella.
Me
crié en el barrio de Recoleta de la ciudad de Buenos Aires, cuando todavía no
era autónoma. Los fines de semana lo pasábamos, con mi familia, en la casa de
mis abuelos paternos en San Miguel, lugar donde vivo en la actualidad.
Sería
el año 1976 o 1977, principios de la dictadura cívico-militar y mi padre había
comprado un Siam Di Tella color azul ceniza, con el que llevaba a Don Moyano a
sus tareas de pedicuro.
Para
ir o venir a la casa de mis abuelos pasábamos por el costado de la guarnición
militar de Campo de Mayo. Lo hacíamos por la vieja Ruta 202. Bordeando el campo
y la Escuela Sargento
Cabral.
El
sábado hacíamos el recorrido, desde Recoleta, por la tarde y los domingos
volvíamos de San Miguel por la noche, generalmente después de cenar.
Emprendimos
el regreso, como cada domingo, y cruzamos la vieja Ruta 8, donde comenzamos a
bordear las instalaciones militares de Campo de Mayo.
Las
luces del Siam comenzaron a fallar. Primero el tablero se quedó sin luz y luego
los faros externos se murieron. “Falló la batería” dijo mi padre que iba al
volante.
Seguimos
normalmente. Por aquellos años no había tanto tránsito y menos a esa hora de
noche y por ese lugar. Hasta la primera curva de la Ruta 202 todo iba bien. En la
segunda curva, donde comienza el campo, empezaron los problemas.
El
Siam acusó la falta de energía de la batería. Nos llevó un corto trecho y se
apagó. No tuvo más electricidad. No había fallado la batería, el dínamo había dejado
de brindarnos su útil servicio en un horario nocturno.
No
era el mejor lugar del planeta para quedarse varado. Durante la última
dictadura salía una patrulla de soldados, a bordo, de una Ford F-100 a controlar el perímetro
de Campo de Mayo.
Varias
veces vimos como los vidrios de las casetas de vigilancia instaladas a lo largo
del predio estaban destrozados un domingo, cuando el día anterior estaban
intactos.
Mi
padre estacionó a un costado el Siam y me encomendó la misión de ir por ayuda a
San Miguel. Por suerte el colectivo 203 circulaba normalmente durante la noche.
Tomé uno con el fin de llegar hasta la casa de Don Moyano. Mi tarea consistía
en ir a buscar a Jorge, el hijo menor, para que nos llevara de regreso a
Recoleta.
Mi
tarea la cumplí a la perfección y regresé con los refuerzos, como el chico
lindo de las películas americanas. Pero, hubo una parte de la historia que no
la viví en carne propia.
Al
rato de irme apareció la consabida patrulla de soldados en la
F-100. Se bajaron todos y rodearon al Siam con
mi familia dentro. El oficial a cargo, imagino que sería un sargento, preguntó
a mi padre que pasaba. Mi viejo le contó lo sucedido.
La
respuesta fue “acá no puede quedarse”. También le explicó a este perro de caza
que yo había ido a buscar un auxilio. “Tiene una linterna” le dijo el sargento
a mi viejo. Acá mi padre se desconcertó. Una patrulla de soldados nocturna, que
hacía el control perimetral de una guarnición militar, no tenía una mísera
linterna entre su equipo de combate.
Mi
viejo le dijo “qué usted no tiene”. “No” fue la lacónica respuesta del
sargento. Mi padre le prestó su linterna. La linterna la necesitaba para ver
dentro del interior del Siam. Porque el auto estaba eléctricamente muerto.
Cuando el sargento ilumina, como si un militar de aquellos años podía echar luz
sobre algo, descubre a mi vieja, mi tía abuela y mi hermanita en el asiento
trasero.
“Ah,
pero está con su familia” le dice el sargento a mi viejo. “Si, con quien quiere
que esté” le respondió mi padre que imagino que no estaría de buen humor dada
la situación relatada hasta el momento.
“Bueno
nos vamos” le dice el sargento. “Cuanto antes, váyase de acá” fue su última
orden antes de subirse a la patrulla con todos sus soldados y perderse en la
noche de Campo de Mayo.
Más
tarde llegaríamos Jorge Moyano y yo con el auto que nos llevaría de regreso a
casa. La historia me la contaron después que llegamos a Recoleta, todavía
estaban en un estado de shock como para poder narrar lo sucedido.
La
historia es tragicómica, pero fue cierta. Parece un cuento salido del algún
escritor latinoamericano afecto al realismo mágico. Pero no, fue así, ocurrió
en Argentina y en Campo de Mayo en la noche más larga que nos tocó vivir a los
argentinos.
Mauricio Uldane
Asi fuimos a Malvinas.....
ResponderBorrarSi, la improvisación que la pagaron con la vida los que tuvieron que ir de prepo a Malvinas.
BorrarTe pido en un próximo comentario dejes una firma, porque como habrás visto todo en este blog está firmado.
Gracias.
Trato de evitar los comenarios de contenido politico en temas que no tienen nada que ver con la politica.
ResponderBorrarSi los argentinos no hubieramos tenido dictadura, probablemente estariamos siendo un pais con un alta taza de asesinatos.
PD: lindo el siam
Paulino:
BorrarCreo que los militares, a través de la dictadura, se encargaron de cumplir con esos asesinatos, pero es una opinión.
Respecto al Siam es verdad que está lindo. La fotografía es un extracto de una vieja publicidad. No encontré fotos del Siam de mi viejo para publicar.
Saludos.
como se nota que no perdiste ningun familiar, la verdad que tu comentario merece un insulto, pero rebajarme a tu nivel tan bajo e ignorante me impide hacerlo, ojala tengas una vida con mas libros y menos ignorancia.
Borrarcabe aclarar que mi comentario iba hacia el tal paulino no hacia el creador del blog que tan bien hace su trabajo, es que por ahi saca de las casillas estos gorilitas, yo creia que estaban todos presos pero parece que todavia hay alguno suelto
ResponderBorrarGermán:
BorrarSiempre habrá persona que reivindicarán la dictadura cívico-militar. Eso no tiene que mantener alerta. Por que esos ciudadanos viven al lado nuestro.
Pero al expresar sus ideas tienen la muerte del pescado: por la boca.
Saludos.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos