Curiosa historia. Yo estacionaba mi falquiton a la
vuelta de mi casa. Vivíamos en un departamento antiguo, amplio, tipo casa,
sobre Riobamba, en la misma manzana del hotel Bauen. El garaje está sobre
Sarmiento. Muchos años entrando y saliendo. Siempre vi una masa oscura en un
rincón lejano de la planta baja. Un día le pregunté al encargado, me alcanzó
una linterna y me dijo... vaya y vea.
Vi. Asombrado. Un Ford A 1929, lleno de esa pelusa
grasienta que vuela en los garajes y que protege de la corrosión a cualquier
chapa. El tapizado, incluido el techo, estaba destruido. Lo demás, muy bien.
Ojo de buen cubero, me di cuenta rápidamente que ese auto no había sido
reciclado ni reparado, ni repintado... Todavía conservaba su pintura original,
incluso los filetes naranja que un tipito, en la Ford , le pintaba a mano,
perfectos, a pincelito.
Ford A 1929 descansando en San Marcos Sierras. |
El encargado me cuenta... Estamos en el 2000, ¿no?,
bueno, hace 17 años, en 1983, entró un viejito con el auto, lo estacionó ahí,
se llevó el ticket y en la puta vida mas apareció... Vinieron algunos
coleccionistas a querer comprármelo, pero yo no tengo ningún papel de ese auto.
Rápido de reflejos, Pesoa dice... te doy mil mangos
y me lo llevo. El tipo puso cara de contento y me dijo que le sacaba un plomo
de encima. Pensé, en tres años puedo reclamar posesión veinteañal.
Sorpresa gigante, luego de tantos años, le echamos
aire a las cubiertas, estas se lo bancaron sin desinflarse y lo sacamos
empujando con mi amigo Ignacio. Camioncito del ACA y al taller de San Fernando.
Allí, con Ignacio, mago de la mecánica, el motor arrancó y ¡¡¡"andó"!!!
Yo no lo podía creer... tantos años parado ahí, al primer manijazo... tas, tas,
tas, tas,... impresionante.
Estuvo en el taller como seis años. Siempre
esperando la promesa incumplida de empezar a arreglarlo. Cuando me vine a vivir
a San Marcos Sierras, en el 2004, pensaba en traerlo. Lo hizo un tiempo después
Marcelo De Gatica. Lo puso sobre un trailer y lo trajo a 120 kilómetros por
hora. Jamás imaginó el forcito que iba a andar a semejante velocidad.
Ahora está aquí. Todavía sigue esperando. Ya le va
a llegar la hora. No quiero dejarlo como nuevo, como hacen los coleccionistas.
No. Quiero que se quede auto viejo, reparado, andando, con su techo, sus
puertas bien, todo bien, pero sin tocar ni chapa ni pintura... eso, auto viejo
andando.
Lo miro y me pregunto, cómo puede ser que la chapa
no esté picada. Leí por ahí que el viejo Ford, después de la primera guerra, se
fue a Europa y compró todos los cascos de los buques hechos pelota por los
bombardeos. Los desguazó, dejó las cáscaras, hizo una especie de trencito, ató
proas con popas y cruzó el mar. Cientos de cascos. Laminó y tuvo acero naval
para construir años de autos. No era ningún boludo. Acero naval. Bueno, bonito
y barato. Por eso esa resistencia.
Le encargué a un amigo abogado que buceara en la
historia del forcito. Nadie lo reclamaba. No tenía pedido de captura. Yo estaba
decidido a que, si aparecía algún pariente, nieto o le que fuera, que lo
reclamaba, yo lo devolvía sin chistar. Me imaginaba a mi mismo, enterándome que
había un auto de mi abuelo en alguna parte, saliendo a buscarlo con
desesperación... Después de todo, este forcito podía tener alguien que lo
quiera más que yo.
Ubicamos a los viejos dueños, dos hermanos, de
Baradero, uno nacido en 1898 y el otro por ahí. Ambos muertos. Sin rastros de
descendencia.
Los del Club del Ford A, pasan paseando una vez al
año y se babean un rato cuando lo ven... ahí también hay ojos de buen cubero.
Se enojan conmigo porque no empiezo a arreglarlo.
Se están acumulando los repuestos y los recambios.
Mi amigo Edgar Sosa, cada vez que viaja a EEUU trae manijitas, tapas de nafta o
de radiador, mangueras... Ya le llegará la hora. O a mí. Quién sabe.
Quique Pesoa
Nota del
editor:
A Quique Pesoa lo escucho desde 1989 cuando tenía un programa de radio en la FM Inovidable. Luego seguí su
derrotero por diferentes radios porteñas. A distintos horarios y frecuencias,
siempre trataba de escucharlo. En sus dichos más que un oyente soy un
perseguidor, un perro de sulky. Tan así fue que para sus cumpleaños le regalaba
las artesanías enteladas que hago. La
máxima locura fue una radio capilla en tamaño real, llamada Radiela. Hace poco
tiempo le mandé un mail contándole sobre Archivo de autos y le gusto el sitio,
por eso me mandó esta historia sobre su Ford A. Hoy le cedo la palabra y la
firma en los relatos de autos.
yo vivo en un alquiler de departamento en palermo pero si viviese en el campo me compraría el auto sin duda! debe ser re útil
ResponderBorrarSí, no por nada en la provincia de Entre Ríos, hasta no hace muchos años todavía se los podía ver circulando por los caminos rurales.
BorrarSin duda fue otro de los autos que motorizó al país antes de la mitad del siglo XX.
Saludos.
Hermoso relato! No lo tenía tan fierrero a Pesoa! Ojalá pueda restaurarlo, es una maravilla que esos autos se rescaten y no caigan en el olvido.
ResponderBorrarSaludos
Pesoa tiene su lado fierrero.
BorrarIgualmente el Ford A espera ser restaurado por su actual dueño.
Saludos.