Durante
el verano de 1976 realicé mi primer viaje en casa rodante. Algo totalmente
nuevo para mi familia y para mí. Mi padre aceptó el ofrecimiento de mi Tío
Alberto, que le prestó una casa rodante que había construido.
Para
fabricar la casa rodante me pidió prestada una que tenía en la colección de
autitos Machtbox. En esa colección había una casa rodante a escala que tenía un
balcón en la parte posterior. Mi Tío Alberto se inspiró en ese modelo a escala
para armar su casa rodante.
Mi
tío había armado varias casas rodantes que usó y vendió. Para hacer algo diferente
le quiso poner un balcón, también en la parte posterior de la casa. La
diferencia con la casa rodante Machtbox era que no tenía doble eje, de lo contrario
debería pagar patente y la que la puerta de acceso se encontraba en el balcón.
Con lo cual la casa rodante tenía la puerta mirando para atrás y en el balcón.
Por
aquellos años mi papá tenía a su cargo un Chevrolet 1938 color verde botella que un amigo le había prestado. Ese amigo había
aprendido a manejar con ese auto y además era de su padre. Para que el Chivo
’38 no se arrumbara en el garaje, se lo prestó a mi papá, para que lo usara y
lo cuidara.
La fotografía fue tomada sobre el puente del actual Acceso Oeste y la ruta 197, actual ruta 24 en la provincia de Buenos Aires, el 3 de julio de 1971. |
Por
supuesto que nunca se enteró que mi viejo lo usó para tirar la casa rodante con
balcón hasta Mar de Ajó. Tampoco se enteró de las desventuras que vivimos en
esa casa rodante durante ese verano antes que empezara la última dictadura del
país. Un soplo de aire fresco antes de la noche más larga que nos tocó vivir.
Mis
vacaciones arrancaron con los preparativos previos al viaje a la costa a bordo
del Chevrolet ’38 y la casa rodante de mi Tío Alberto. Hubo que llenar de agua
el tanque, que había sido de nafta y ahora cumplía la función de brindarnos el
vital elemento para el desarrollo de nuestras vacaciones en la playa.
Fuimos
a llenar de agua el tanque a lo de un amigo de mi papá, Don Moyano, que tenía
un pozo de agua semisurgente en su casa de San Miguel. No faltará ocasión para
escribir de Don Tomás Moyano, un personaje que merecen conocer los lectores de
este blog.
Los
días previos a la partida hacia las vacaciones en la playa, pusimos en orden la
casa rodante y le cargamos los alimentos y la ropa que íbamos a necesitar. En
principio mis padres habían decidido pasar unos quince días del mes de enero en
Mar de Ajó.
Hacia
aquel destino partimos mi papá, mi mamá, mi tía abuela, mi hermanita y yo. Mi
Tío Alberto le recomendó a mi viejo que no viajara por la ruta 11, por donde siempre íbamos a la Costa Atlántica. Tenía miedo
que la casa rodante quedara en mal estado. No sabía, ni se imaginaba lo que nos
sucedería en ese mes de enero de 1976.
El
viaje no reportó mayores novedades de ser contadas, sobretodo porque mi viejo
solía viajar de noche y la ruta 2 no tenía el tránsito tan pesado a esas horas.
Además se encargó de no hace coincidir nuestro viaje con los benditos cambios
de quincena, que tanto dolores de cabeza traen a los automovilistas.
Nuestra
primera noche en Mar de Ajó fue en un terreno baldío en las afueras del pueblo,
a donde habíamos pedido permiso para pernoctar. Con mi papá nos encargamos de
colocarle las patas a la casa rodante para poder hacer noche como corresponde.
Ahí comienzan nuestras desventuras con nuestras vacaciones en la playa.
Unas
hormigas coloradas tomaron por asalto la casa rodante instalándose en cuando
alimento encontraron a su paso. Su lugar predilecto, el azúcar. Mi madre tuvo
que comprar un insecticida en aerosol que lograra sofocar esta invasión que
habíamos sufrido, en nuestra primera parada en Mar de Ajó.
La
siguiente decisión fue bajar a la playa para seguir nuestras vacaciones frente
al mar, en primer plano. Mar de Ajó tiene la particularidad que uno puede bajar
los autos a la playa y recorrer varios kilómetros hacia el sur, camino al faro
de Punta Médanos.
Elegimos
un lugar no muy lejano de la entrada y ubicamos la casa rodante y el Chevrolet
1938 entre dos plantas de tamarisco, en lo que casi parecía una calle natural.
Dos médanos suaves coronados con sendas plantas de tamarisco y en medio el
Chivo ’38 y al lado la casa rodante. Fue la segunda mala elección de las
vacaciones. Las hormigas coloradas todavía resistían los embates de mi madre y
su aerosol insecticida.
Llega
el fin de semana y como es habitual aparecen turistas por doquier. La playa se
pone de bote a bote, sobretodo si el tiempo es bueno y hace calor. Al lado
nuestro se instaló otra casa rodante, pero esta de doble eje y arrastrada por
una camioneta Ford F-100 un lujo de aquellos para esos años.
El
sábado por la tarde se comienza a poner el cielo como sobaco de liebre, como
decía el Tío Pedro. Un dicho popular
en el campo que no entendí hasta que le vi el sobaco a una liebre: es azul
oscuro. Así comenzó a ponerse el cielo hacia el oeste en Mar de Ajó. Incluso tenía
una franja blanca que lo cruzaba. Viento y lluvia, eso era lo que presagiaba.
Empieza
a oscurecer el primer viento se hace sentir. Suave el principio pero persistente.
Mi padre había ubicado la casa rodante con la lanza hacia el mar y el balcón
mirando hacia los médanos. Es decir que el balcón daba hacia la calle natural
de los médanos y mirando hacia el oeste.
La
intensidad del viento comienza a aumentar y vuela de todo. Tapas de heladera de
telgopor, papales, bolsas y todo material liviano es llevado por el viento
hacia el mar. Ahí empieza nuestra segunda desventura.
El
viento comienza a levantar la cola de la casa rodante, justamente donde estaba
el balcón. Para todo esto el cielo se había puesto negro y había anochecido de
golpe. Además las primeras gota de lluvia comenzaban a caer sobre la playa.
La
intensidad del viento se agrava y mi padre decide que agarremos el balcón de la
casa rodante, para sujetarla. El viento levanta la casa rodante unos cinco,
diez centímetros de sus bases traseras de apoyo. Ya somos tres colgados del
balcón trasero, mi padre, mi madre y yo. A mi izquierda mi padre, a mi derecha
mi madre, todos teniendo la casa rodante con balcón que el viento enloquecido
se quiere llevar al mar.
Fueron
cinco minutos, tal vez diez, no más para nosotros fueron horas de tener
agarrado algo prestado que se nos iba de las manos. Adentro de la casa rodante
estaban mi tía abuela y en brazos tenía
a mi hermanita. Mientras en la hornalla de la cocina había una sartén con
pescado fresco friéndose. La puerta se cerró y nosotros tres continuamos
sosteniendo la casa rodante.
Dicen
que cuando uno se encuentra en una situación de peligro con riesgo de muerte,
la vida de uno pasa como una película acelerada. Yo tenía quince años, sentí
esa experiencia. Mi cerebro evaluó que corría riesgo de muerte, tal vez fue
cierto y no me di cuenta. No he vuelto a vivir algo semejante, si ocurre no
podré seguir con estos relatos con los autos que supimos conseguir.
El
viento cesó y la lluvia se hizo presente empapándonos por completo. Así que
estábamos mojados y llenos de arena. El temporal amainó y la casa rodante con
balcón no se fue adentro del mar. Tampoco ninguno de nosotros salió lastimado y
yo tuve suerte que lo que me pegó en el cuello solo fue una tapa de heladera de
telgopor.
Esa
noche dormimos enarenados y con un buen susto. Al día siguiente tomamos noción
que el vecino de la Ford F-100
no estaba. Había abandonado la casa rodante y se olvidó la puerta abierta, que
daba al mar. El tipo se asustó y cargó a la familia en la F-100 y se fue al pueblo.
Recién volvió el lunes por la mañana.
Al
lado nuestro se había estacionado un Fiat 600 con dos parejas de jóvenes, que
vinieron a pasar el fin de semana en la playa. Los cuatro nunca se enteraron de
nuestra tarea titánica con la casa rodante y tampoco se percataron de la intensidad
del viento. Pasaron la noche adentro de la Bolita cantando y tocando la guitarra. Realidades
paralelas a solo tres metros de distancia.
A
principio de la siguiente semana mi madre no quería saber nada de seguir en la
playa, porque a las 48 horas el mar creció hasta los médanos, en una pleamar de
aquellas. Si el viento sopla hacia el mar este te devuelve agua a los dos días.
Es una ley física que se cumple a rajatabla. Nosotros la desconocíamos. Esto
fue el acabose y salimos hacia el pueblo de Mar de Ajó, ni bien bajó el agua.
Otro
descampado nos sirvió para hacer noche antes de regresar antes de lo previsto a
San Miguel. Esa noche nos esperaban los murciélagos que habitaban el monte de álamos
elegido para pernoctar. Se pasaron golpeando la casa rodante toda la noche,
además de oír sus chillidos. Al amanecer partimos rumbo la vieja ruta 11 de
tierra.
Mi
padre no quería volver por la ruta 2 ya había tenido muchas emociones para
viajar por allí. Enfilamos por esa ruta 11 y paramos a descansar y pasar la
noche en el río Salado, donde había un destacamento de Prefectura Naval y una proveeduría
donde compramos la cena.
Del
lugar recuerdo unas galletas de campo, pero en miniatura que parecían bizcochos
por lo crujientes. Uno las apretaba con la mano y se pulverizaban. Las galletitas
provenían de una panadería de la localidad de Pipinas. Mi padre quiso saber si
había algún atajo para no seguir por la ruta 11, que estaba bastante serruchada
a causa de la lluvia. Le indicaron que sí tomaba un camino vecinal rural podría
llegar hasta la entrada de Chascomús. Lo único que tendría que abrir y cerrar
las tranqueras, para que los animales de los diferentes cuadros no se
escaparan.
La
noche pasó sin sobresaltos. Salvo que a mi viejo le dijeron que robaban de
noche. Mi tía abuela no pudo pegar un ojo en toda la noche. Mi madre que desconocía
la situación, por primer vez en esas vacaciones, durmió plácidamente toda la
noche. Nada pasó. Tal vez quisieron asustar a mi viejo para que no se quedase
acampado en el lugar.
Al
otro día, temprano, partimos por el camino indicado. El encargado de abrir y
cerrar las tranquera era yo. Subía y bajaba del auto. En uno de esos caminos
nos pasamos de tranquera, porque el camino parecía seguir. En realidad era una
calle sin salida. Hubo que retroceder con el Chivo ’38 y la casa rodante casi
una cuadra. No fue fácil, ya que el camino estrecho no permitía girar en
redondo.
Al
tiempo de andar mi viejo siente que la rueda trasera derecha del Chevrolet ’38
se empieza a desbandar. Paramos y con su cuchillo de comer asados le rebanó el
pedazo de banda despegado del neumático recapado. En eso aparece un gaucho a
caballo con varios perros, el hombre buscaba un perro perdido. Le preguntamos
si faltaba mucho para un almacén, que nos habían indicado, que estaba en una
curva y de ahí salía el camino para Giribone. El pueblo en cuestión nos
indicaría que estábamos en el camino correcto para llegar a Chascomús.
El
gaucho nos dijo que “el almacén esta aycito nomás. Les faltan 9 leguas”. Para
los conocedores sabrán la longitud de una legua. Yo naturalmente hice el cálculo,
45 kilómetros .
Pensé “vamos a caminar toda la mañana hasta llegar a Giribone”. Así fue.
Cruzamos la vía del ferrocarril Roca y allí como salido de una vieja postal
estaba el pueblito de Giribone. Mi viejo paró el auto y la casa rodante para
cambiar el neumático averiado. “Tomá el bidón y averiguá donde conseguir
nafta”. Lo miré a mi viejo y pensé “acá estación de servicio no hay”. Le pregunte
a un vecino y me mando al almacén de ramos generales que hacía esquina a una
cuadra de donde estábamos estacionados.
Entré
al almacén, que como corresponde, tenía despacho de bebidas por la otra puerta.
Me acerque al mostrador y me atendió un viejo rengo con un carácter del
demonio. “Necesito nafta”. “Sólo hay nafta especial y gasoil” me responde.
“Está bien” le contesté. “Tiene el bidón” fue la respuesta. Se lo alcancé y me indicó
que esperara. Desapareció detrás de una puerta. Un chico de 15 años criado en
Recoleta no podía dar crédito a lo que veía. Apareció al rato con el bidón lleno.
Tuve que confiar que me había despachado los cinco litros que le pedí. El almacén
parecía sacado del siglo XIX y estábamos en 1976. Una vida totalmente diferente
a los que había visto hasta ese momento. Esta demás decir que Giribone no tenía
calles asfaltadas.
Cargamos
la nafta. Comimos algo porque ya era el mediodía y emprendimos el último tramos
del viaje hasta Chascomús. Anduvimos toda la tarde por ese camino de tierra
hasta llegar al primer asfalto en mucho kilómetros. Tuve que bajar y preguntar
si íbamos bien para Chascomús, una chica me dijo “sí, sigan derecho”.
Después
de quince días veía el primer semáforo que me marcaba el regreso a la civilización
que reconocía como cotidiana. Más tarde llegábamos a la mismísima entrada de la
ciudad de Chascomús y la ruta 2, que mi viejo no había querido tomar en
Dolores.
Fueron
mis primeras vacaciones en casa rodante, más delante en el tiempo redoblaríamos
la apuesta pasando el mes de enero en carpa en la playa de Mar de Ajó. Pero esa
será otra historia con autos.
Mauricio
Uldane
Muy bueno !!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderBorrarf62
F62:
BorrarMe alegro que te haya gustado el relato.
Saludos.
Mauricio: Muy bueno y muy bien relatado...!!!!
ResponderBorrarGracias por compartirlo...!!!
Un abrazo Guillermo
Guillermo:
BorrarMe alegra saber que te gustó el relato.
Saludos.
Estimado Mauricio, hace poco di con tu página, casi por casualidad; te felicito realmente por la cantidad y sobre todo la calidad de los relatos que publicás, siendo el de este viaje en cuestión uno de los mejores, realmente me encantó y movilizó mucho.
ResponderBorrarUn gran abrazo!
Nacho:
BorrarTus palabras me reconfortan el alma. Sobretodo porque este blog se arma sin recursos técnicos y a todo pulmón.
Los relatos tratan de mostrarnos a los autos que supimos conseguir el contextos de nuestras vidas y lo que significaron para la cultura de nuestras sociedades.
Me alegra saber que te gusta el blog.
Saludos.
Idem al comentario de Nacho escrito mas arriba. Muy buen relato y muy bueno todo el contenido del blog en general.
ResponderBorrarDicho sea de paso, me tomare el atrevimiento de preguntarle si no tiene material sobre estaciones de servicio de aquella epoca. Soy un entusiasta de todo lo referente a estaciones de servicio, surtidores antiguos y afines. De a poco y con 22 años estoy haciendo mi coleccion de cosas del tema.
Gracias por tan buen blog. saludos Juan
Juan:
BorrarMe alegra saber que a tantas personas les gustan los relatos que escribo para el blog.
En cuanto a las fotos de estaciones de servicios debo revisar mi archivo. Seguramente alguna foto debe existir.
Gracias por comentar y elogiar al blog.
Saludos.