Había llegado la tarde y luego de hacer
los deberes de la escuela primaria tenía mi tiempo libre para jugar. Era la
hora indicada para imaginar mundos con cuatro ruedas sobre la mesa del comedor.
Esa que era apta para todos los usos, comer, estudiar y jugar…
Primero había que preparar el terreno que
se inventaba con la colcha de planchar. Servía para hacer caminos de montaña o
de llanura. Ahí en esa superficie es donde los queridos Matchbox entrarían en
acción en breves instantes.
Antes había elegido a los participantes
del juego de la tarde. Ese camión Mercedes Benz con acoplado sería ideal para
transportar las mercaderías al otro pueblo pasando la sierra gris de la colcha.
En el camino nos cruzaríamos con un Mercury
Cougar que arrastraba un tráiler con dos caballos que seguro iban al campo de
trote que vimos hace un par de kilómetros atrás. Antes nos había tocado bocina
el ómnibus de larga distancia, ese que tiene un galgo pintado en sus laterales.
A poco de andar con el Mercedes nos
encontramos con un Unimog esperando en un camino de tierra intransitable para
cruzar la ruta y seguir su viaje, vaya a saber dónde. También nos saludó con la
bocina y agitando las manos.
Al llegar a la vieja estación de servicio
vimos como llegaba una grúa Dodge tirando un flamante BMC que seguro tuvo algún
percance en la ruta de la montaña. ¡Es un trayecto difícil de recorrer! Pero no
se lo ve golpeado por ningún lado.
Cuando esperábamos que llenaran el tanque
de gasoil oímos un bramido en la ruta. “¿Lo vio?”, me dijo el playero. “¿Qué
auto era?”, le pregunté. “Un Lamborghini Miura”, me respondió. “El otro día
vino a cargar nafta. No tiene idea del motor que tiene. ¡Son 12 cilindros! ¡Una
máquina infernal!”, me contó extasiado el playero.
Un joven veinteañero que hace un tiempo
trabaja en la Estación Paso Tranquilo. Lo veo periódicamente por mis constantes
viajes con el camión Mercedes y el acoplado cargado de bolsas de papa. Hoy son
papas pero otros días llevo cebollas o zanahorias. Todos productos de la Quinta
La Amistad que está a unos 10 kilómetros al sur del primer pueblo.
Esto de viajar en camión me hace ver cada
cosa en el camino. Como ese nuevo BMC que algo se le rompió. En eso, alguien se
acerca. Era el dueño del auto averiado y traído por la grúa Dodge. “¿Para dónde
va?”, me pregunta. “Voy para el pueblo siguiente”, le respondo.
“Perfecto me puede dejar de paso en la
terminal de ómnibus. Tengo que llegar a mi trabajo para la tarde”, me dice el
tipo del BMC. Le digo que no hay problema que cuando termine de cargar el
gasoil salimos. Le aclaro que no voy muy rápido porque llevo carga completa y que
a más de 80 kilómetros por hora no viajo.
“No hay problema. Yo a gatas venía a 70
con mi auto y no podía acelerar más. Algo se rompió, pero no tengo la menor
idea de lo que puede ser”, me dijo el tipo que se llamaba Horacio.
Partimos ni bien se llenó el tanque de
combustible del Mercedes verde. Enfilamos para la ruta nuevamente y ahí de
frente nos cruzamos con el Miura que venía a toda velocidad. “¡Este se va a
matar con el auto!”, dijo en un grito Horacio.
Y me contó que lo había pasado unas
cuantas veces por la ruta de la montaña con el Miura a toda velocidad. “¿No le
estará haciendo un road test para alguna revista?”, le pregunté. “Es un auto
nuevo y tal vez lo están testeando para publicar una nota. Leí hace poco una en
la revista Automundo donde un periodista probó el prototipo del Miura.
En eso estábamos hablando cuando vimos
que el Unimog aparecía nuevamente por un camino de tierra y subía a la ruta
asfaltada delante de nosotros. “¡Qué camionazo!”, me dijo Horacio señalando al
Unimog de color verde agua. Sí, señor flor de camión de doble tracción.
También nos pasó otro ómnibus con un
galgo pintado en su lateral. “Ese es el micro que tengo que tomar”, me dijo
Horacio. Apuré la marcha para no separarme mucho del ómnibus y así llegar casi
juntos a la terminal. Por suerte había mucha gente esperándolo para subir y no
arrancó enseguida.
Horacio se bajó a la corrida y se metió
en la terminal de ómnibus para comprar su boleto y poder viajar hasta la
ciudad. Yo tenía que seguir mi camino hacia el pueblo vecino a descargar mis
bolsas de papa. En eso veo que la grúa Dodge de la Estación Paso Tranquilo
entraba a la terminal en busca de otro auto descompuesto.
Una vez en marcha me crucé con el Mercury
Cougar que volvía sin el tráiler con los caballos. Era evidente que lo había
dejado en el campo de trote que está detrás de la sierra gris. Esa que forma la
colcha de planchar que está sobre la mesa donde comemos todos los días. La
misma mesa en que hago los deberes y después juego un rato con mis autitos
Matchbox.
Esos autitos que atesoro, y cuido, por
mandato paterno. Hasta las cajas de cartón están todas alineaditas dentro de
una gran caja de cartón. Algún día voy a contarles a todo el mundo que tengo
unos cuantos guardados desde que era chico. Algún día, cuando exista un medio electrónico,
como en las películas de ciencia ficción, armaré un sitio para mostrarle al
mundo mis autitos Matchbox. Pero eso será, algún día…
Mauricio Uldane
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