Una
vacaciones en las playas de Mar de Ajó. Un campamento a orillas del Mar
Argentino junto a dos autos y una casa rodante. La segunda parte de un relato
en enero de 1986.
La Falcon Rural y el campamento en enero de 1986. La foto fue tomada al amanecer. |
Hace
poco les conté unas vacaciones que pasé junto a mi familia en las playas de Mar
de Ajó en un campamento en compañía de dos autos y una casa rodante. Nuevas
anécdotas se suman al relato ya publicado. Las cosas que pasaron en ese enero
de 1986. Todas no entraban en una sola publicación. Por eso hoy les termino de
contar sucesos de aquél verano en la Costa Atlántica.
Era
la primera vez que mi padrino, Oscar, estaba de campamento de la playa. No
dudaba de su capacidad de adaptación. Ya que le tocó hacer la colimba en la Marina y se pasó unos
cuántos días, en alta mar, a bordo de un barco con la heladera rota y comiendo
comida en mal estado.
Pero
la playa tiene sus secretos que hay que conocer muy bien. Nosotros con mi
familia teníamos, ya, varios veranos acampados en las playas de Mar de Ajó.
Conocíamos la geografía y la meteorología del lugar.
Solíamos
salir a buscar leña, trozos de madera o bosta de vaca seca, todo lo que
sirviera para poder realizar un asado en la playa. Toda una tarea para aquellos
que nunca la realizaron. Parece una situación sencilla y fácil, dada la alta
temperatura que puede alcanzar la arena de la playa, cuando se calienta por la
acción del fuego. Lo cual nos ayuda con la cantidad de leña que utilizaremos
para cocinar nuestro asadito. Y porque no unos choricitos que degustaremos a la
sombras de nuestras carpas.
Pero
el viento puede ser nuestro peor enemigo. Mi padrino en vista del factor
viento, que siempre sopla en la playa, se agenció de un horno de cocina que
encontramos tirado en los médanos, en una de nuestras incursiones diarias. Ese
sería su resguardo para preparar el fuego para el asado. Su arma secreta contra
el viento.
A
la mañana indicada para hacer el asado, un día espectacular, de temprano el
viento soplaba del noroeste. Así armó su resguardo con el viejo horno en su
lucha por derrotar al viento playero. “Oscar, mirá que el viento rota con
frecuencia” fue mi sabio consejo de experimentado acampante. Con esta velocidad
y de donde sopla, el norte, no va a cambiar, me dijo mi padrino.
Como
si de un marinero de alta mar se tratara con muchos años de navegación en su
haber. En síntesis, durante la cocción del asado, el viento rotó no menos de
tres direcciones diferentes. Eso en el término de unas dos horas. Así es la
playa.
Pero
esa anécdota tiene su continuación. Al degustar el asado y los chorizos, con
algo de arena pegada a su piel, y ubicarnos en el ante comedor de la casa
rodante, algo más pasó.
En
un momento del almuerzo, Sonia, la hija de mis padrinos, dice “los chorizos
tienen arena”. Claro que algo tenían, como se disculpó su padre, autor del
asado, pero no en la cantidad que presentaba su plato de comida. Resultó que la
ventana del ante comedor, al lado de la cual estaba su mesa, no estaba bien
cerrada en su borde inferior. El viento que soplaba del noroeste, nuevamente, le
había depositado un pequeño médano de arena en el jugo de su ensalada.
A la izquierda se puede ver el Renault 6 arriba del médano en el campamento en enero de 1986 en las playas de Mar de Ajó. |
Dos
medios cajones de plástico, de esos que usan para guardar los pescados en los
barcos pesqueros, fueron arrojados a la playa por el mar. Con esos dos
elementos unidos conformamos una especie de gran bandeja que nos sirvió para
acarrear la leña para el asado. Una soga los unió y otra sirvió de medio de
arrastre para transportar la leña, trozos de madera y bosta de vaca seca
recolectada en los médanos vecinos a la playa.
Esos
tres elementos juntados son sirvieron para cocinar el asado a las brazas.
Aquellos que han tenido la oportunidad de vivir en el campo sabrán de las
bondades ígneas de la bosta de vaca seca. Diríamos que son como “briquetas”
ecológicas. Pese al origen espúreo de las mismas.
Esos
dos cajones plásticos unidos fueron bautizados como “carrito bostero” y era
llevado por nosotros en las incursiones a los médanos en caminatas, de las
cuales siempre traíamos bosta de vaca seca. A veces una pila enorme. Resulta
que por los médanos, en aquellos años, pastaban vacas, que de vez en cuando
solían bajar a la playa a tomar agua salada. Lo hacían a la tardecita o en la
noche cuando no había personas en la playa.
Así fue como una tardecita que volvíamos al
campamento y buscando un terreno llano para arrastrar nuestra gran carga de
bosta de vaca seca salimos a la playa. Mucho antes de nuestro lugar de
residencia en la playa.
Al
salir pasamos cerca de una familia que jugaba a la pelota paleta junto a su
flamante Peugeot 505, un auto de alta gama y para un público bastante exclusivo
en la Argentina
de 1986.
Mi
padrino empezó a vociferar a grito pelado “a las tortitas negras, a las
tortitas negras” ante nuestras risas y la mirada atónita de la familia del 505.
Resulta que era la hora del mate y solían pasar vendedores ofreciendo tortitas
negras, biscochos y pendorchos por la playa. Los pendorchos los vendía un
matrimonio que venía en una Fiat Giardinetta, toda una rareza en la playa y en
Argentina.
Muchas
personas que pasaban por nuestro campamento habrán pensado para que serviría
esa pila de bosta de vaca que estaba ubicada a un lado de nuestro campamento.
Era la manera más barata de hacer un rico asado en la playa, siempre y cuando
evitáramos la arena en los chorizos. Una forma de aprovechar ecológicamente lo
que la naturaleza y las vacas nos proporcionaban.
El
26 de enero es el cumpleaños de mi hermana Alejandra y siempre estábamos de
vacaciones, generalmente en las playas de Mar de Ajó. Así que los festejos eran
acotados sobretodo si estábamos en el campamento a varios kilómetros de la
urbanidad.
Mi
hermana de chica a tenido una predilección por las pastas, en especial, las
rellenas. Así que ese era su regalo de cumpleaños: pasta rellena, ese 26 de
enero de 1986 ravioles de una fábrica de pasta de Mar de Ajó. Su regalo de
cumpleaños para festejar sus 15 años. Toda una rareza hoy en día. Sus 15 años
en la playa y en un campamento.
Los integrantes del campamento en Mar de Ajó en enero de 1986 y la torta de cumpleaños de mi hermana. |
Algo
no falla: ese día hace un calor de infierno en la playa o llueve como si fuera
el diluvio de Noé. Ese 26 de enero no fue la excepción a la regla. Tanto calor
hacía que no se soportaba el sol a la hora del mediodía. Había que resguardarse
bajo la sombra si uno no quería achicharrarse al sol. Encima soplaba viento de
dirección norte con tal intensidad que hacía volar la arena seca.
Arena
que castigaba sin pudor nuestras piernas. Era una especie de “peeling” natural
y gratuito sin la intervención de terceros. La arena seca golpeando las pantorrillas
es una de las torturas que se suele padecer en la playa con un intenso ardor en
la zona afectada. Agravado por el hecho de estar irritada la piel por el
diabólico sol que nos azotaba ese fatídico 26 de enero.
El
viento siguió soplando con tanta intensidad a la hora del almuerzo que tuvimos
que comer en el ante comedor de la casa rodante con todas las ventanas y puerta
cerradas. Así nos dispusimos a degustar la olla de ravioles con salsa que
preparó mi madre, Rosa.
Empezamos
a comer los ricos ravioles y comenzamos a sudar. Porque a esa altura no
transpirábamos como personas, sudábamos como caballos en plena faena rural.
Dadas las condiciones internas del ante comedor comprobamos in situ y en
persona el efecto invernadero, mucho antes que se habla de este fenómeno
climático. Era un hervidero ese ante comedor. La comida, nuestros cuerpos y el
implacable sol de enero hicieron una conjunción infernal.
En
un momento dado todos dejamos de comer, no podíamos más con el calor, salvo una
persona que seguía comiendo como si nada pasase: mi hermana, la que cumplía 15
años. Todos sudábamos y mirábamos como engullía su segundo plato de ravioles.
Solo de verla te daba calor. La temperatura en el ante comedor era
inaguantable.
Terminamos
de comer y salimos en masa, del ante comedor, en busca de un poco de aire
fresco, que no conseguimos, pero a la sombra del alero, que estaba armado
enfrente se respiraba algo de aire. Ahí nos quedamos un rato a la espera de que
esos ravioles, tan cálidos, siguieran el curso de nuestras digestiones.
¡Feliz
Cumpleaños hermana!
Mauricio
Uldane
Editor
de Archivo de autos
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armado en un ciber. Es por falta de recursos económicos, no por una política
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