La mañana transcurría tranquila, casi aburrida, hasta
que sonó el celular. Del otro lado era Pipo. Se había enterado que había un
Kaiser Carabela a la venta. El tema que estaba en un pueblito perdido de
Córdoba.
Al parecer, por los datos que le habían pasado, estaba
totalmente original. Tal como hacía años que buscaba, y hasta del color que más
me gustaba: rojo con el techo blanco. Habría que ir a verlo.
“¡Prepará la mochila que nos vamos el finde que viene!”, le dije a Pipo.
El resto de la mañana se me alegró, y hasta me inspiré para escribir un par de
notas para mi sitio. Todo pensando en el Carabela rojo.
Pero solo era el comienzo de la historia que se
avecinaba. Casi como una tormenta negra en el filo del horizonte. Arrancamos
bien temprano el viaje. Teníamos varias horas para llegar a ese pueblito
perdido.
Todo fue bien hasta la última estación de servicio en
la ruta. Luego teníamos que tomar un camino casi rural para llegar al pueblo
donde estaba el Carabela. Unos 30 kilómetros según nos dijo el playero. También
que había una hostería donde parar.
“La Amistad” nos dijo que se llamaba y que los dueños
eran Doña Graciela y Don Mario. El tipo era del pueblo por eso sabía tanto.
“¿Ustedes son los que vienen a ver el Carabela del Viejo Carlos?”, nos dijo
cuando nos terminó de llenar el tanque.
Miré sorprendido a Pipo. Ya sabían que íbamos a ver
ese auto. Cosas de pueblitos. Salimos a la ruta y a un kilómetro doblamos a la
izquierda para el pueblito, cuyo nombre ni quiero mencionar…
Al poco de andar una bruma comenzó a dificultar la visión. Cada vez era peor la cerrazón. Cuando de repente vi a una figura humana. Parecía un hombre con una bolsa al hombro y una escopeta. Pero fue fugaz y no lo vi más.
Lo curioso que un par de kilómetros más adelante lo vi
cruzar la ruta. En realidad, lo vimos, porque Pipo también gritó cuando el
tipo, era un hombre, se cruzó lo más campante por la ruta, sin mirar para ambos
lados.
Pasó, y media hora más tarde llegamos al pueblito. Tan
chico que las luces altas parecían alumbrarlo todo. Ya casi era de noche cuando
llegamos a la hostería “La Amistad”. Parecía que la bruma había dejado paso a
una tormenta en el horizonte.
Vimos caer un rayo antes de entrar en la hostería.
Detrás del mostrador estaba Don Mario. Muy amable nos ubicó en una habitación y
nos dijo que podíamos bajar a cenar lo que había cocinado su esposa Doña
Graciela.
El plato era guiso de liebre con una guarnición de
arvejas salteadas. Me sentía como un cazador de regreso en su caza. Pipo se
devoró dos platos. Cenamos con Mario y Graciela. Ya en el postre les contamos
la experiencia en la ruta.
“¡Ah, vieron el fantasma del Viejo Carlos!”, dijo casi en un
grito Don Mario. “¿El mismo del Kaiser Carabela que vimos a ver?”, dijo
con temor Pipo. El matrimonio, en dúo, afirmó con la cabeza. Una especie de
escalofrío me corrió por la espalda.
“Pobre viejo. Murió arrollado por su propio auto”, dijo Doña Graciela
mientras comía un pedazo de dulce de batata con queso. Nos miramos con Pipo. “¿Cómo
que murió atropellado por su propio auto?”, preguntamos a dúo, y casi en un
grito.
Mario nos contó que le había prestado el auto a un sobrino, y este volvía borracho de un pueblo vecino y se lo llevó puesto al tío que estaba cazando liebres.
A la mañana siguiente fuimos a ver, algo temerosos, el
auto que estaba a unos cinco kilómetros. Nos recibió el hijo del Viejo Carlos,
Oscar. Un tipo amable que nos contó la tragedia de su padre.
El auto era tan duro que casi no se notaba donde había
pegado el pobre viejo. “Lo quiero vender para que mi vieja no lo siga
viendo. Llora cada vez que pasa por adelante”, nos dijo Oscar.
Pero todos los actos tienen sus consecuencias.
Llegamos a un precio más que ventajoso para mí. Era evidente que el hijo se
quería deshacer del Carabela. El auto estaba en perfectas condiciones. Así que
lo manejaría de regreso a casa.
Pipo se iría con el auto con el venimos. “Vení
atrás por si se llega a parar”, le dije a Pipo, y al mediodía salimos de la
hostería. Doña Graciela nos preparó unos sanguitos para el viaje.
Todo iba sobre ruedas. Hasta que llegamos al paraje
donde vimos el espectro del muerto. No sé por qué giré la cabeza para la
banquina y lo veo sentado a mi lado al Viejo Carlos. Clamé los frenos. “¡Cuidado
con el Carabela!”, dijo el fantasma.
Estaba paralizado. Por el espejo retrovisor vi que
Pipo frenaba. Reanudé la marcha. Cuando una voz me dijo, “Hiciste una buena
compra. Ahora tenés que cuidármelo”, no quise mirar a la derecha, seguro
que el viejo seguía a mi lado.
Paramos a cargar nafta, en la misma estación de
servicio. “¡Al final lo compraron!”, gritó el playero. Nos dijo que el
Viejo Carlos lo cuidaba mucho. “Me imagino”, dije. Pipo no entendía.
Antes de seguir viaje le conté lo sucedido en el auto.
Pipo se puso blanco como un papel. “No pasa nada.
Es un fantasma bueno”, claro que lo dije para calmarlo, y tranquilizarme.
Porque en realidad por dentro temblaba como una hoja.
El siguiente relato
fierrero de ficción lo escribí para la dinámica de Halloween, de la app de
Taringa, que ya no existe. El relato, originalmente, fue publicado el miércoles
1 de noviembre de 2023. Obtuvo el segundo premio de esa dinámica: https://archivodeautos.blogspot.com/2023/11/segundo-puesto-para-el-relato-el-viejo.html
Creador y editor de
Archivo de autos
https://magic.ly/archivodeautos
Aniversario 13º /
2011-2024
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