Hace muchos años que me dedico a lo
mismo. Se podría decir que estoy en el rubro de la limpieza. Me contratan para
eso y justamente había recibido un mail. Donde me ofrecían un contrato con una
interesante suma de dinero. Y lo acepté.
Conocía a la persona, Carlos Peretti.
Fuimos compañeros en la secundaria. Era insufrible. Todos los llamábamos
Carlitos, el pesado. Las vueltas de la vida nos reencontraban. Claro que las
cosas eran un poco diferentes ahora.
Me ofrecían un millón de pesos, suma nada
despreciable, para que lo eliminara. Debo confesarles que me dedico a asesinar
a personas indeseables. Pero tengo mis principios. No mato a niños, ni mujeres,
ni maridos infieles y tampoco mato por venganza.
La gente que asesino era una mierda de
persona en vida. Por eso muchos me conocen por mi apodo: El Limpiador. Este
trabajo, de alguna manera debo llamarlo, me ha permitido ciertos lujos. Como
viajes al exterior o tener un impecable Torino TSX del año 1976. Auto que admiraba
de adolescente cuando cursaba la secundaria con Carlitos, el pesado.
Ubicarlo fue sencillo y además fácil de
acercarme a él. Además matarlo será un placer. Hasta podría asesinarlo gratis.
Me jodió la existencia durante cinco años de mi vida. Está demás decirles que
la gente que me contrata no conoce esta situación. Sino me ofrecería menos
dinero.
Al parecer Carlitos ha estado estafando y
perjudicando a muchos por largo tiempo. Tanto que varios empresarios hicieron
una vaquita para pagar mis servicios.
Pusieron ellos esa suma de dinero para que no rechazara el trabajo.
Acepté asesinar a Carlitos por esa suma
sin agregarle los gastos. Mi modo de
trabajo es una suma de dinero más gastos de traslados, hospedaje y
comida.
Seguí por un tiempo a Carlitos para
conocer a fondo su rutina. Descubrí que iba a un bar medio escondido en un
barrio cercano a mi casa. No puedo ser más preciso por obvias razones…
El plan era contactarlo en forma casual
en el bar. Como quien no quiere la cosa. Sería fácil porque se sentaba en una
mesa al lado de la ventana. Además el TSX haría el resto. De chico era un
apasionado por los autos, como yo. Teníamos un punto en común.
Estacioné el Torino cerca de la ventana
del bar y tranquilamente entré. “Mozo, un café”, dije fuerte para que mi
víctima me oyera. Resultó porque dejó de leer el Clarín y me miró. Dudó un
rato, pero mordió el anzuelo y se levantó en dirección a mi mesa.
“Disculpá, vos no fuiste al Sarmiento”,
me preguntó para tantearme. Lo miré unos segundos y le solté: “vos sos
Carlitos”. Listo ya había caído en la trampa. El cebo era real, el encuentro
casual no.
Nos dimos un abrazo mientras pensaba que
el domingo lo asesinaría. Ese día era un miércoles. “Vení a mi mesa, yo
invito”, dijo al tiempo que me levantaba para acompañarlo. Nos pusimos a
charlar de viejas épocas y anécdotas de la secundaria. Cada vez tenía más ganas
de matarlo. En medio de la charla le solté que mi Torino estaba estacionado en
la calle. Se asomó y comprobó que estaba impecable.
“Seguís siendo fana del Torino”, me dijo
Carlitos. Asentí con la cabeza entonces me dijo: “yo tengo un Sprint naranja”.
Me lo imaginaba con lo fanático que era del Falcon cuando estábamos en la
secundaria. Otro motivo más para asesinarlo con gusto…
Ser asesino pago, sicario que le dicen,
tiene toda una planificación para eliminar a la víctima. Pero suelo improvisar
y muchas veces es mejor que una planificación anticipada que no sale como pensaba.
En ese momento cuando me dijo que tenía un Sprint un clic hizo dentro de mi
cabeza.
“¿Qué tenés que hacer el domingo por la
tarde?”, le solté. Me dijo que al mediodía era religioso ir a comer a la casa
de su madre. Seguía cocinando unos ravioles increíbles. Alguna vez los había
probado. Le dije que por la tarde lo podía pasar a buscar en mi Torino, para
que supiera lo que era andar en un auto de verdad.
La provocación funcionó y me dijo que lo
pasara a buscar por la casa de su madre, seguía viviendo en el mismo lugar que
conocía de la secundaria. En esa casa se había criado Carlitos y los domingos
iba a comer la pasta de la madre. Ahí iba a estar él con su Sprint. Eso era un
auto en serio y no mi Torino TSX.
Seguía sumando puntos para ganarse la
muerte. Cada vez me gustaba más la idea de matarlo y encima cobrar un millón de
pesos por hacerlo. En ese preciso instante comencé a pensar en qué gastaría ese
dinero, o al menos en qué lo invertiría. Lo descubriría antes de la tarde del
domingo del asesinato.
Quedamos en llamarnos por teléfono para
arreglar la hora que lo pasaría a buscar por la casa de su madre. Esto iba a
ser mucho más fácil de lo que pensaba. También más rápido. Tenía algunas ideas
en qué gastar el dinero, hasta que vi el anuncio de un Torino 380 W en
impecable estado de conservación.
El precio era alto, casi 600.000 pesos,
pero no me importaba mucho Carlos Peretti lo pagaría con su vida. Así es este
trabajo que me tocó en suerte. Lo siguiente era planificar que haría después de
matar a Carlitos. Iría a pie hasta la casa de su madre para que él me llevara
de paseo en su Sprint.
Tendría que taparme la nariz y subir a su
Falcon, pero todo sea por el millón de pesos. A eso de las tres de la tarde me
estaba bajando de un taxi en una dirección falsa a tres cuadras. Una manera de
no dejar cabos sueltos. Llegaría caminando tranquilamente.
Al dar vuelta la esquina estaba el Sprint
naranja estacionado frente a la puerta de la casa de su madre. Cosas de algunos
barrios de la ciudad que todavía tiene pocos autos en sus calles. Aunque
lentamente esto va cambiando. La verdad que el Falcon Sprint estaba impecable.
Por un momento tuve la idea de rayarlo, pero soy un profesional.
Toqué timbre justo cuando mi reloj
señalaba que eran las tres de la tarde en punto. “Ya voy”, se escuchó decir a
la madre de Carlitos. Pero el que vino a abrirme era él. “¿Querés saludar a mi
vieja, se acuerda de vos?”, me lanzó al abrirme la puerta. Para mis adentros
pensé por qué no.
Algunas horas más tarde iba a tener que
llorar la muerte de su hijo. Son las cosas horribles de este trabajo. Pero
comprenderán que hace décadas que hago esto y ya estoy algo curtido. También un
poco cínico para decir la verdad. Pero todo sea por el dinero que me pagarán y
por el auto que me compraré.
Saludé a su madre, Doña Clara, estaba más
vieja pero no había cambiado mucho. Siempre me pregunté a quién había salido
Carlitos, porque ella era encantadora. Eso hizo algo que dentro mío se estrujara
un poco. Le iba a asesinar a su hijo. Pero ya les dije que soy un profesional,
si me aguanté de no rayarle, de punta a punta, el Sprint, bien puedo fingir un
poco.
Como era de esperar aparecieron las
chicanas de Carlitos: “¿qué pasó no quisiste traer tu Torino para no pasar
vergüenza?”, me dijo ni bien se percató que había ido a pie. “Lo que pasa que
mi Toro no se mezcla con tortas de cumpleaños que andan por ahí”, dije como si
estuviera ofendido.
Todo seguía de maravillas porque Carlitos
se rió mucho de lo que le dije. No sospechaba nada, de nada. Así seguiría por
toda la tarde hasta el desenlace fatal. Pero eso sería algunas horas más adelante,
cerca de la nochecita de ese domingo espectacular. La verdad que no era un día
para morir, ni una nube en el cielo en ese otoño en la ciudad.
Paseamos por distintos lugares de la
ciudad y Carlitos presumiendo de su Sprint. Haciendo picadas con otros autos
clásicos en los semáforos. Yo pensaba que lo único que nos falta que terminemos
en cana por este boludo corriendo por esa avenida. Hasta que lo convencí que
tendría problemas con la cana.
Entendió y le bajó la velocidad del auto.
Como quien no quiere la cosa le mencioné si se acordaba del lugar que solíamos
ratearnos. La cara se le iluminó y se acordó de ese lugar a orillas del río. “¡Pero
estará todo edificado!”, casi gritó. Sabía que no era así. Me había acordado
del lugar cuando estaba en el bar con él.
Al otro día me fui a ese lugar secreto
que teníamos para ratearnos y descubrí que seguía igual de apartado. O peor.
Porque ahora era una especie de zona marginal, mal iluminada y fuera del
circuito de paseo de la orilla del río. El lugar perfecto para suicidarse…
Enfiló el Sprint a ese lugar. Llegamos y
Carlitos descubrió, para su asombro, que ese paraje ribereño seguía casi igual
cuando éramos un par de estudiantes de secundaria. Lo que no sabía que sería el
último lugar que vería con vida. El destino tiene esos raros caminos. En
especial cuando hay alguien al lado tuyo que te empujará a la banquina.
Estuvimos
charlando un rato a la orilla del río. Recordando viejos tiempos, mientras
esperaba que el sol comenzara a ocultarse. Nadie se había aparecido por el lugar.
Antes que terminara de oscurecer tenía que estar terminado el trabajo.
Le sugerí que volviéramos al Sprint. Así
lo hicimos. Mientras seguía embelesado por el lugar, lo sorprendí con un
pinchazo en el cuello. “¿Qué me hiciste”?, me miró intrigado. Le dije que le
había aplicado una pequeña dosis de una droga que lo inmovilizaría por un
tiempo. Luego de pasado el efecto, más o menos, una hora no habría rastros en
su cuerpo.
Seguía sin entender y ya no se podía
mover. Le conté cuál era mi trabajo y que me habían contratado para matarlo.
Cosa que haría con gusto después de las amarguras que había hecho pasar en la
secundaria. También por ser fanático de Ford. Todo sumaba puntos que hacían que
matarlo fuera un placer.
Ya no podía hablarme, solo escuchaba mi
monólogo. Le dije que con la plata del trabajo me compraría un Torino 380 W del
año 1966. Una joya de primera mano que había estado guardado por décadas. El
kilometraje no llegaba a los 70.000 kilómetros. Le dije que sería una pena que
no lo pudiera llegar a ver.
Pero lo sorprendí cuando le mencioné que
lo llamaría Carlitos en honor a él. Una lágrima le rodó por la mejilla y en ese
preciso instante le disparé en la sien derecha con su revólver calibre 38. El
arma estaba en la guantera del Sprint. La descubrí cuando en la noche del
jueves le abrí el auto buscando algo con qué matarlo.
Si quería que pareciera un suicidio el
arma tenía que ser de él. De casualidad la encontré en la guantera. Es claro
que sabía que había gente que estaba buscándolo para matarlo. Sino que hacía esa
arma en su Sprint. Revólver legal sin tener la numeración limada, pero eso iba
a ser trabajo para la policía.
Su cabeza quedo recostada sobre el vidrio
de la ventanilla. El disparo quedó amortiguado dentro del habitáculo. Tuve la
precaución de usar protectores auditivos, sino me hubiera quedado sordo por un
largo tiempo. Ahora a esperar que pasara una hora y la noche terminara de
hacerse presente en ese paraje junto al río.
Limpié todas las huellas en el Sprint y
me guardé los guantes de látex que usé con el revólver. Que dejé en manos del
difunto Carlitos. Menos mal que recordaba que era diestro y no zurdo como yo. Así
quedó con la cabeza tumbada y el revólver en su mano derecha.
El Sprint mirando al río solo con su conductor
muerto. Esa fue la última imagen de ese paraje. No volvería al lugar. Eso lo
tenía muy claro. Mañana sería un hervidero de policías tratando de descubrir
qué había pasado. Pero lo sabía porque lo vería en las noticias de la mañana
del lunes. Siempre dicen que es fácil pronosticar con el diario del día lunes.
A la mañana siguiente mientras
desayunaba, como siempre, en el Bar La Amistad, el gallego Manolo subió el
volumen del televisor. Siempre sintonizado en TN. En el videograph se leía:
“Hallan empresario muerto en su auto clásico. Se presume suicidio”. El trabajo
había salido limpio.
Tanto que el celular me avisó que me
había llegado un mail. Era de los empresarios que me habían contratado. El
millón de pesos estaba repartido en las diez cuentas que tengo en distintos
bancos del país y el exterior. Siempre hay que ser cuidado con los cobros, la
AFIP está al acecho. Mañana voy a comprar a Carlitos, mi próximo Torino 380 W.
Será un placer manejarlo.
Mauricio Uldane
Pueden leer todos los
relatos, con anécdotas o de ficción, publicados en el blog de Archivo de autos
en esta página: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
¿Te gustó este relato de ficción? Podés convidarme
un cafecito: https://cafecito.app/archivodeautos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Aquellos comentarios que sean anónimos, y que no tengan un nombre, o un nick, o un apodo, como firma, no serán publicados y se los considerará como spam. Se eliminarán comentarios con enlaces publicitarios de cualquier tipo. Los comentarios con insultos o políticos se eliminarán directamente.