La llegada de las vacaciones de invierno siempre
significa salidas con los chicos que nos rodean a diversos lugares. Esto los
padres de pequeñas criaturas lo saben de sobra, pero los que no somos padres a veces
nos vemos involucrados en situaciones que nos hubiera gustado evitar. Ahora la
vida nos lleva por lugares que ni siquiera soñamos que nos tocaría vivir. Algo
de eso me pasó unas vacaciones de invierno que me gustaría olvidar como ese
lugar de la Mancha.
Hace unos años logré restaurar un hermoso Valiant
III de color azul noche. Me llevó mucho tiempo lograr que el auto quedara como
salido de la concesionaria. Y eso siempre es admirado a todos los lugares que
voy. Porque al Azul, como me gusta llamarlo, lo uso periódicamente. No a
diario. Pero no soy de sacarlo solo los fines de semana. Creo que un auto es
para usarlo, aunque sea un clásico. Con cuidado para preservarlo, pero que el
auto se sienta vivo, como el que lo maneja.
Mi trabajo me permite tomarme unos días a mitad de
año y por lo tanto me guardo parte de mis vacaciones para hacer un descanso. En
eso estaba cuando sonó el teléfono de mi casa. Era una amiga que tenía a sus
hijos en casa y ya se encontraba al borde del colapso nervioso. Requería de la
ayuda del Azul y de su chofer. “¿No podrás llevar a los chicos de paseo en el
Azul?”, me dijo Marisa en tono de súplica desde el otro lado del teléfono.
Cómo negarme a Marisa la conozco desde la infancia
y sus hijos son como mis sobrinos. Se acuerdan del dicho “al que Dios no le da
hijos, le da sobrinos”. Se aplica a la perfección a mi persona. Los hijos de
Marisa pueden ser encantadores o endemoniados sin muchas escalas entre medio. A
Marisa le ha tocado enfrentar la crianza de sus dos hijos: Luisa y Jorge sin
ayudas. Su marido la abandonó pronto, no por que la dejara por otra, sino
porque la muerte lo sorprendió muy rápido en su vida.
Así que Marisa suele contar conmigo para cuando
necesita transporte para Luisa y Jorge. Los chicos disfrutan del asiento
trasero del Azul como su propio reino. Algo parecido nos ocurrió a Marisa y a
mí cuando mi Tío Ricardo nos llevaba de paseo en un Valiant III parecido al
Azul. Ahora entienden porqué me tomé el trabajo de restaurar el Azul. Por más
que intenté recuperar el auto de mi Tío Ricardo no hubo forma.
Lo último que supe era que su último dueño lo había
llevado a compactar en la época del Saltimbanqui Riojano, ¿se acuerda de la
frase “no los voy a defraudar? Eso fue determinante para que me pusiera a
buscar otro Valiant III que lograra devolverme esos días en el asiento trasero
del auto de mi Tío Ricardo. Lo logré, solo que ahora el que maneja soy yo y los
hijos de Marisa disfrutan del asiento trasero como nosotros lo hacíamos a su
misma edad.
Por todos estos sentimientos cruzados es que accedo
a los pedidos de mi amiga Marisa. Que a esta altura es más que una amiga. Lo
fue de antes pero como siempre la marea de la vida nos lleva a otros sitios.
Tal vez los hijos de Marisa, que ahora son cuasi sobrinos, pasen a ser cuasi
hijos. Pero otra vez el oleaje de la vida nos llevará a un determinado puerto.
Que no sabemos dónde cuernos está el amarre.
El grado de locura de Marisa era grande. Se la oía
desesperada en el teléfono y detrás los gritos de Luisa y Jorge. Le dije que
iría. Me invitó a almorzar y luego a salir de paseo con el Azul y los chicos.
“¡Chicos!”, gritó Marisa del otro lado de la línea. “Viene el Tío con el Azul”,
terminó de decir y un “¡viva!” se escuchó en el teléfono. “Voy para allá”, le
dije a Marisa y me encaminé a prepararme para poner en marcha el Azul.
Está de más decir que el Azul arranca siempre
aunque esté parado por muchos días. Es como si el tiempo no pasara para él. A
veces me pregunto que pasará con los autos nuevos de este siglo XXI con toda la
tecnología que tienen encima. ¿Arrancarán dentro de 10, 15 o 20 años? Tengo la
sospecha que no. Que han sido construidos para durar un tiempo. En perfectas
condiciones y con un alto rendimiento. Pero no fueron pensados para estar en
una familia por 40 años como estuvieron algunos Valiant, como el Azul.
Salimos del garaje con rumbo hacia la casa de
Marisa que está casi a una hora de viaje. ¡Por suerte! Sino Luisa y Jorge
estarían todos los días de las vacaciones de invierno en mi casa. Claro que con
su madre, que es lo mejor de todo. Marisa no ha perdido su belleza que tuvo
desde chica. Todo lo contrario con el correr de los años, y con dos hijos a
cuesta, se puso más linda. Es como si su belleza de mujer morena se hubiera
asentado. Creo que encontró la madurez en su belleza como en su persona.
Ya estaba en la casa de Marisa luego de viajar
pensando que haría de mi vida con ella y sus hijos. Los chicos estaban en la
puerta esperándome. Realmente parecían más eufóricos que de costumbre. ¿No se
han puesto a pensar porque los chicos de hoy son tan acelerados? ¿Será el
mundo, la sociedad o los padres? Creo que los pobres pibes de este siglo que
caminamos son una esponja de todo eso y más. Luisa y Jorge saltaban como monos
en la vereda con una algarabía desbordaba que se reflejaba en la cara de Marisa
que me saludaba desde la puerta de su casa.
“Por suerte que llegaste rápido. Me tienen loca. No
sé que más hacer para entretenerlos”, me dijo Marisa a modo de saludo mientras
me daba un beso que me sonó más dulce que nunca. Una luz amarilla se encendió
en mi tablero mental. Espero que no pase a color rojo, sino vamos a estar en
problemas. ¿No estamos en problemas ya? Logré oír como un susurro en alguna
parte de mi mente. Creo que es un tema que pronto volverá a aparecer. “¿A dónde los vas a llevar?”, le pregunté a Marisa.
Ella me corrigió con un “¿a dónde los ‘vamos’ a llevar?”.
Ese “vamos” logró que la luz amarilla fuera de un
color más intenso en mi tablero mental. “Te estas metiendo en un berenjenal”,
dijo ese susurro, en un tono más alto, dentro de mi cabeza. “Cuando venía para
acá vi un afiche de un circo que está cerca”, le dije para lograr salir de ese
“vamos”. “¡Qué bueno! ¡Los chicos no conocen el circo!”, me dijo Marisa.
“Sumaste puntos”, volvió a decir ese susurro en mi cabeza.
“Chicos después del almuerzo el Tío y el Azul nos
van a llevar al circo”, dijo Marisa a Luisa y Jorge. Los pibes saltaron como
monitos enloquecidos. “Vamos al circo Luxor. Vamos al circo Luxor”, repetían
una y otra vez. “¿Luxor?”, preguntó Marisa mirándome a los ojos. “Ese es el
nombre del circo del afiche”, le respondí a sus ojos color almendra. ¿Por qué
estaban tan lindos los ojos de Marisa en ese mediodía antes de ir al circo? Sabía
que tarde o temprano lo averiguaría. Y vaya si lo supe. Pero no nos adelantemos
a los acontecimientos en aquella tarde de vacaciones de invierno.
Almorzamos copiosamente. Debo decirles que Marisa
es una gran cocinera desde chica le gustó cocinar. Recuerdo perfectamente
comidas de todo tipo en su casa en compañía de sus padres. Ahora estábamos
reeditando, de alguna manera, esos tiempos idos. Claro que ahora los chicos
eran Luisa y Jorge. Los Hermanos Maravilla, como los solía llamar.
Luego de comidos todos nos preparamos para ir de
visita al circo. Los chicos estaban exultantes por conocer, por primera vez en
su vida, un circo en vivo y en directo. Solo lo conocían por fotos y por
videos. Ahora vivirían en carne propia la vida en el circo. Y lo conocieron en
algunos de sus aspectos menos conocidos. Como nos pasa con la vida misma.
Subimos todos al Azul. Luisa y Jorge en su reino
del asiento trasero y Marisa y yo en asiento delantero. Los chicos cantaron
todo el viaje hasta el circo Luxor. “Todo el día son así”, me dijo Marisa con
sus ojos almendra buscando un refugio, aunque fuera solo por una tarde en esas
vacaciones de invierno. Llegamos al circo Luxor que nos recibía con un gran
cartel de bombitas de luces de todos los colores. Los chicos de entrada se
quedaron fascinados con las luces titilantes.
Pero no sería lo único que les llamaría la atención
en esa tarde de circo. Todavía quedaba lo mejor. En la boletería Marisa sacó los boletos para
todos bajo mi protesta de querer pagar. “Vos pusiste el transporte. Yo pago la
diversión”, fue su tajante respuesta. Entonces le prometí que la merienda la
pagaba yo en algún barcito que encontráramos por el camino de regreso a casa de
Marisa. Les gustó la idea y me dedicó una sonrisa capaz de producir un
desprendimiento en el Perito Moreno.
Entramos a la carpa del circo y buscamos nuestros
lugares en las butacas. Luisa y Jorge estaban callados mirando todo. Tratando
de absorber todo con los ojos. Esas imágenes quedarían para siempre en sus
retinas. Más con los sucesos que nos tocaron vivir en la gran carpa del circo
Luxor. Pensé que era más chico pero me trajo reminiscencias del Rhodas o el
Tihany. ¿Se acuerdan de esos circos? Tiempos pasados.
Apareció el maestro de ceremonias en el medio de la
arena del circo y anunció el inicio de la función. Unos perritos amaestrados
comenzaron a realizar piruetas entre aros y luego comenzaron a saltar de un
taburete a otro. “¿No era que no usaban más animales en los circos?”, susurró
Marisa en mi oído. Su perfume me embriagó un rato y su presencia a mi lado complicó
la situación. Balbuceé un “así tenía entendido”. Mientras los caniches blancos
seguían haciendo piruetas en la arena del circo. Los chicos totalmente
entusiasmados aplaudían enloquecidos.
Luego unos trapecistas lograron dejar con la boca
abierta a Luisa y Jorge con sus proezas realizadas en las alturas de la carpa
del circo Luxor. Pero el plato fuerte estaba por llegar a mitad de la función
en aquella tarde de vacaciones de invierno.
En la arena aparecieron unos monitos vestidos con
enteritos de jean y detrás su entrenador. Esos monitos debían realizar algún
acto que nunca conocimos. ¿Por qué? Sencillamente porque los monitos se
empacaron como mulas y no quisieron hacer su gracia. “Algo anda mal”, me volvió
a susurrar Marisa en mi oído derecho. Su perfume me parecía más intenso como su
calor cercano. Pero solo deben ser ideas mías en esa butaca del circo Luxor.
Claro que algo no estaba saliendo como lo había
pensado el entrenador de los monitos de jean. Ahora el hombre, ya fastidiado,
los estaba castigando lindo. “¡No le pegue a lo chico!”, se escuchó desde cerca
de borde de la arena. Otra voz repitió lo mismo, sin la “eses” finales. El tono
de voz no parecía de una persona en sus cabales. Pero no era uno el que gritaba
que no les pegaran a los chicos. Eran cinco. Los exaltados que no lograban ver
la diferencia entre un monito y un chico.
No podían ver la diferencia por el agrado de
alcoholización que tenían en sangre. Lo cual que representaban, claramente, en
como “arrastraban” la lengua para gritar como energúmenos. “¡No son chicos, son
monos!”, gritó desde la arena el entrenador mientras seguía castigando a los
monitos de jean. Luisa y Jorge estaban creídos todo era parte del espectáculo.
Y eso parecía que le sucedía a otros de los espectadores por aplaudían las
intervenciones de los “actores” involuntarios de esta situación.
“¡No le pegue a lo mono!”, dijeron a coro los
borrachos, cambiando el protagonista de su reclamo. La cosa se ponía más
pesada. Los monitos empacados en no hacer su acto y el reclamo de los borrachos
de la primera fila de butacas del circo Luxor. “¿Quién dejó entrar a esos
borrachos?”, me dijo Marisa ya sin susurrar. Aunque su perfume y su cercanía seguía siendo intensa, muy intensa. “No tengo idea, pero alguien les vendió la
entrada”, le dije a Marisa apartando los sentimientos por el perfume y la
calidez de su cercanía.
En eso, para calmar un poco las cosas, apareció en
escena un payaso vestido como Piñón Fijo. Increpó a los borrachos mientras los
chicos de la platea gritaban su nombre, el del payaso representado, a toda la
fuerza que sus pulmoncitos les dejaban. ¡Qué pulmoncitos! Los borrachos de las
butacas comenzaron a putear en toda una gama desconocida para mí al payaso. El
payaso se encaminó hacia el lugar de los borrachos y siguió cambiando insultos.
Para este momento los chicos pasaron de la alegría
de ver en escena a Piñón Fijo al estupor por las puteadas que profería ese
querido payaso de la tele. Los borrachos les respondían recordando todo el
árbol genealógico del querido payaso. A lo que el payaso les respondía de la
misma forma o peor. Las caras de los pibes, con la boca abierta, que estaban
sentados viendo semejante espectáculo, en vivo y en directo, demostraba sin
dudas que no podía creer lo que sus ojitos les mostraban, ni los que sus
orejitas escuchaban. Algunas madres comenzaron a taparles a las orejas y otras,
además, les tapaban los ojos.
Llegó un momento que las puteadas llegaron a su
máxima expresión y de ahí pasar a los
puñetazos no fue difícil que ocurriera. Así fue como Piñón Fijo se trenzó a
trompadas con uno de los borrachos. Mientras el entrenador de los monitos se
trenzaba con otro. Pronto se sumaron el maestro de ceremonias, que atendió a
otro borracho. Los otros dos se comenzaron a pelear con los equilibristas. La
arena del circo Luxor se había convertido en un ring. Casi como una parodia de
“Titanes en el ring” aquel viejo programa de la tele. Donde personajes se
agarraban a las piñas.
Algunos chicos disfrutaban del espectáculo, no
programado del circo Luxor, siempre alguno tiene un poco de morbito o es un
sadiquito en potencia. Lo cierto que la gran mayoría, en especial los más
chiquitos, lloraban a mares porque Piñón Fijo estaba cobrando que daba justo.
El borracho que lo atendía le estaba dando para que guardara y archivara.
La chica que nos había cortado los boletos a la
entrada comenzó a pedirnos que desalojáramos el circo. La situación se había
puesto fea y hasta algunos padres se sumaron a la pelea y todos se daban como
en la guerra. “¡Qué desastre!”, atinó a decirme, casi en un grito, Marisa.
Luisa y Jorge parecían divertidos de toda la situación. Ahí, en esa situación,
es cuando digo que parecen endemoniados.
Cuando comenzamos a salir de la carpa del circo
escuchamos la sirena de un patrullero. Alguien había llamado a la policía. La
situación se había descontrolado por completo y los borrachos de la primera
fila de butacas eran los responsables de la suspensión de la función del circo.
Pensé para mis adentros que había sido una mala experiencia para Luisa y Jorge.
Lo veía en la cara de Marisa.
Pronto llegamos al refugio del habitáculo del Azul.
En ese preciso momento llegaban dos patrulleros de la policía. Por suerte ya
estábamos afuera del gran quilombo de esa tarde de vacaciones de invierno en el
circo Luxor. Pusimos distancia entre el circo y nosotros. Buscamos un lugar
para merendar y lograr algo de paz. Pensaba cómo encarar la situación con los
chicos, pero estos parecían muy divertidos reproduciendo lo que había visto en
la carpa del circo. “¿Cómo vamos hacer?”, me dijo Marisa en un susurro.
Parecía que me había leído la mente. Me encogí de hombros. No tenía respuesta.
Entramos en un barcito de barrio tranquilo y con
pocos parroquianos. Nos sentamos para tratar de calmar nuestros inquietos
ánimos y buscar respuestas para las preguntas de Luisa y Jorge. En especial
hacerles entender que eso no era lo que se ve en un circo normalmente. Pedimos
café con leche con medialunas para los cuatro. Los chicos estaban chochos de
comer medialunas.
Marisa seguía con preocupación dibujada en su
rostro. En eso Luisa lanza una pregunta: “¿Cuándo volvemos al circo Luxor?”
“Eso, ¿cuándo volvemos?”, agregó Jorge. Nos miramos con Marisa sin saber qué
responder. “Lo que pasó no es normal de un circo”, les dije. “Claro que no fue
algo normal”, reafirmó Marisa. “Lo sabemos”, dijo Luisa con un sentido común a
prueba de balas. “Por eso queremos ver cómo es el circo de verdad”, acotó
Jorge.
Los chicos nos habían traído tranquilidad en cuanto
a que no había sufrido trastorno alguno. El trauma parecía estar dentro de
nosotros, los adultos, y no en los chicos. “El sábado que viene. Volvemos al
circo el sábado que viene”, atiné a responder mientras a Marisa se le iluminaba
el rostro. En mi cabeza el tablero tenía encendida una luz roja, pero no me
importó. El sábado iba a ver a Marisa de nuevo, y claro a los chicos. Eso valía
la pena, además el Azul iba a estar con nosotros. Qué tan malo podía ser. Que
unos borrachos confundieran unos monitos de jean con chicos. Eso era parte del
espectáculo del circo Luxor y si no lo era deberían incorporarlo como rutina.
Después de todo había sido desopilante.
Mauricio Uldane
Pueden leer
todos los relatos publicados en el blog de Archivo de autos en este enlace: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html
Archivo de
autos es armado en un ciber por falta de recursos económicos ya que no cuenta
con financiación de ningún tipo.
Buen día
ResponderBorrarEsta historia me hizo reir bastante, lo que me demuestra que además de la ficción, por momentos nostálgica, tenés un gran sentido del humor.
Nuevamente, gracias por compartir esto en el Blog (en un día muy nublado acá en la Ciudad de Bs. As.).
Saludos
Ricardo
Ricardo:
BorrarGracias por leer este relato dominical.
Me alegra saber que te reiste con esta historia. Auqnue no lo creas fue un hecho real una parte de los sucesos.
La realidad una vez más supera a la ficción.
En San Miguel también es una mañana nublada de domingo.
Saludos.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
jajajajajajajaja excelente la historia, lo que me hiciste reir... me imagino a los payasos a mano limpia con el público jajajaja, Y vos que onda con Marisa??? jajaja
BorrarMuchas gracias por leer este relato de domingo. Me alegra saber que te reiste un rato. Te cuento que con Marisa no pasa nada porque solo es un personaje de ficción.
BorrarAunque tiene un base real la historia contada.
Saludos.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos