El
regreso de unas vacaciones en la playa y el barro en la ruta. Un viejo
automóvil tratando de llegar a su destino. Todo esto ocurrió hace 40 años en la
vieja Ruta 11 de la Costa Atlántica.
El Chevrolet 1938 que mi padre tuvo muchos años a préstamo. |
Hubo
una época que para llegar a las playas del actual Partido de la Costa había que recorrer
varios kilómetros de tierra. Ahí se centra este nuevo relato con experiencias
vividas a bordo de uno de los viejos autos que supimos conseguir.
Nos
remontamos 40 años en el tiempo y llegamos al final de unas vacaciones, pasadas
en las playas de Mar de Ajó, en la provincia de Buenos Aires. Al volvernos a
casa, para retomar nuestras tareas habituales, el barro nos sorprendió en la Ruta 11.
Por
aquellos años era de tierra asentada con conchilla que sacaban de la costa
bonaerense. Un noble Chevrolet 1938 nos había llevado hasta las playas de Mar
de Ajó y, por supuesto, nos traía de regreso a casa.
Salimos
del pueblo sin inconvenientes. Un día antes había llovido, pero nada que
resultara tan intenso como para estropear el viaje de regreso a San Miguel. Sin
embargo parece que sí había llovido más de la cuenta.
A
poco de transitar por la Ruta
11, en el tramo que hoy es la Ruta
Interbalnearia , las cosas empezaron a complicarse. Para
mediados de los ’70 esa ruta era de tierra y se ubicaba más hacia el oeste que
en la actualidad. Todavía es posible transitarla desde la localidad de General Llavalle.
El
barro comenzó a aflorar y el tránsito de la ruta empezó a ponerse denso y
lento. Habíamos salido a media mañana. Al avanzar hacia San Clemente del Tuyú
nos encontramos ya con el tránsito atascado totalmente.
Los
autos no avanzaban y si lo hacían era muy lentamente. ¿Qué pasaba? Un micro de
larga distancia se había cruzado, por patinar en el barro, a todo lo ancho de
la ruta. Había quedado un pequeño espacio cercano a la banquina contraria para
pasar. El micro quedó mirando en contra del mar.
Una
hilera de autos esperaba avanzar para continuar el viaje. En eso aparece un
tipo, que venía del lado del micro encajado, avisando, auto por auto, que solo
podían pasar camionetas y autos altos.
Me lo dice a mí, que estaba del lado del conductor, les recuerdo que el
Chevrolet 1938 venía con volante a la derecha.
Le
pregunto si podíamos pasar. Mira el rodado del
Chevrolet y me confirma que podemos avanzar. Así lo hicimos. Mientras
tanto una camioneta Ford F-100 con cúpula nos había pasado por la baquina
izquierda. Lo hizo casi de costado con las ruedas metidas hasta la mitad en el
barro que reinaba en ese lugar.
Así
fue como pasamos los vehículos que dábamos con el requisito de afrontar el
resto del camino hasta El Centinela, la primera estación de servicio desde la
costa. Avanzamos tranquilos en segunda y por el medio de la ruta embarrada.
Adelante
nuestro, y a los lejos, iba la F-100
que nos había pasado por la banquina. En eso alguien, detrás nuestro, comienza
a tocarnos bocina. Mi viejo dice “viene un loco atrás nuestro que quiere
pasarnos”.
Efectivamente
era un Fiat 1100. La pregunta era cómo lo habían dejado pasar. El tipo seguí
tocando la bocina como un poseso. Cuando pudo mi padre le dejó paso porque ya
no lo soportaba más.
Increíblemente
nos pasó el Fiat 1100 con dos ocupantes. Un señor, que manejaba protestando y a
su lado una señora. Rápidamente se alejó y se puso detrás de la F-100 repitiendo la misma
maniobra que usó con nosotros: pegándose a la bocina del 1100.
El
conductor de la F-100
terminó dejándolo pasar. Lo que no comprendíamos era el apuro del tipo si podía
circular perfectamente. Aunque lo hacia a una velocidad mayor que la nuestra.
La
explicación la obtuvo, mi viejo, mucho
tiempo más tarde. Resulta que el Fiat 1100 tiene unas cualidades barreras
notables para su tamaño y despeje. Pero, siempre y cuanto se mantenga una buena
velocidad en tercera marcha. De lo contrario el auto se queda encajado. Por eso
el apuro del tipo.
Llegamos
a la estación de servicio El Centinela, detrás de la F-100 , embarrados hasta el
techo. El Chevrolet 1938 no tenía lavaparabrisas así que ver a través del
vidrio se hacia muy difícil. Lavarlo no fue una tarea nada sencilla.
Paramos
un rato largo a almorzar y descansar, luego del estresante viaje por la Ruta Interbalnearia.
Mucho tiempo, después de estar detenidos comenzamos a ver pasar autos
totalmente embarrados por la Ruta
11.
Al
micro atravesado no lo vimos. Imagino que tal vez rompió uno de los palieres en
el esfuerzo por sacarlo de la banquina. Un regreso accidentado hasta que
llegamos al asfalto. Pero una experiencia para contar a las nuevas generaciones
que no conocieron esa vieja Ruta 11 de conchilla y barro.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
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