Hace
tiempo conté un viaje a la costa en un Valiant IV. Ahora les voy a narrar otras
aventuras y viajes a bordo de ese auto de color azul noche, que manejaba mi
papá.
Muchas
tardes fuimos con ese Valiant a una plaza, que ya no existe, a andar en
bicicleta. Mi viejo nos llevaba a mi mamá, mi tía abuela, a la bicicleta roja y
a mí. La bici entraba perfectamente en el amplio baúl del Valiant. La plaza, de
una manzana, es el actual predio que ocupa el Canal 7 de la ciudad de Buenos
Aires, en la Avenida Figueroa
Alcorta y Tagle.
Foto de la revista Parabrisas, número 76 de abril de 1967. |
En
los años ’60, cuando era chico, en ese lugar había una plaza que tenía árboles
de tilo. El camino hacía una “U” que apuntaba hacia la Avenida Figueroa Alcorta. El
camino era de polvo de ladrillo y tenía bancos debajo de la frondosa sombra de
los tilos. Mi mamá y mi tía abuela solían “cosechar” los tilos para luego
hacerse un tecito de tilo, bien fresco y natural.
En
medio quedaba un espacio verde donde los chicos bien de Recoleta jugaban al
polo en bicicleta. Imagino que algún gran polista habrá jugado alguno de los
tantos partidos que allí se libraban por la tarde. Hasta había un torneo con
equipos y todo. No era una pavada, lo hacían amateur, pero con un viso de profesionalidad.
Solía mirar como jugaban y los tacazos que cada tanto ligaba alguna bicicleta.
En
esa plaza, de la cual no recuerdo el nombre, que seguro es de algún prócer
ilustre que supimos conseguir, aprendí a andar en bicicleta. En realidad tenía
una experiencia larga de andar en bici con rueditas, siempre en esa plaza. Mi
padre cansado de cambiar juegos de rueditas, los cuales gastaba con periodicidad,
un día quiso que dejara las dichas rueditas y anduviera solo con mi equilibrio.
Una
tarde de primavera o verano, porque ya hacía calorcito, me empujó por espacio
de media hora hasta que salí andando solo. Una señora, que paseaba a un perro
salchicha, se maravilló de lo rápido que había aprendido. Lo que no sabía la
señora era que tenía en mi haber varios juegos de rueditas y como cuatro años
de pedalear.
El
Valiant IV también fue mi dormitorio en muchos viajes a San Miguel, en el Gran
Buenos Aires. En 1968 mi
abuelo paterno se enfermó y mis padres solían ir a ver cómo estaba después de
su trabajo. Eso implicaba salir como a las diez u once de la noche. Por aquel
año concurría al segundo grado de la escuela primaria y tenía siete años.
Muchas
veces me llevaban dormido hasta el asiento trasero del Valiant y ahí seguía mi
sueño tranquilo. Me acuerdo de haber ido y vuelto dormido. Otras veces me
dormía ni bien salíamos de la casa de mis abuelos en San Miguel y al
despertarme era el otro día para ir a la escuela Cornelia Pizarro, donde hice
toda la escuela primaria.
Una
vez me desperté y no sabía donde estaba. Era invierno y de noche. Me levanté y
miré por las ventanillas del Valiant, era el patio de la casa de mis abuelos.
Me volví a dormir y cuando desperté era el otro día y, por supuesto, estaba en
mi cama.
Recuerdo
una noche de invierno que me despierto, por las voces de mis padres. Al
levantarme lo que vi por el parabrisas del Valiant era un manto blanco que
rodeaba el capot. Miré para ambos lados y era lo mismo. En la luneta la situación
era la misma. Era un espeso manto de niebla que solían ser muy frecuentes, a al
altura del puente de Bancalari, sobre el río Reconquista, en una recién estrenada
ruta Panamericana. Mi papá estaba asomado por la ventanilla y mi madre por la
suya. Los dos trataban de ver donde estaban por y por donde circular. Viendo la
situación decidí que lo mejor era acostarme y volverme a dormir. Así lo hice.
El
puente sobre el río Reconquista, en 1968, era de cuatro manos, dos de ida y dos
de vuelta. Su ubicación era en el medio de los dos puentes actuales de la Autopista Palazzo ,
más conocida como la Panamericana. Era
una zona de bañados y basurales a cielo abierto, donde se quemaba basura. Ese
humo sumado a la niebla era un factor riesgoso para producir accidentes viales.
El
Valiant, en un verano, terminó en una laguna que había en un camino rural. Pero
de esa aventura no participé. Mi padre, que era el chofer, llevaba a su patrón,
la esposa de él y los cuñados de él. El patrón de mi vieja tenía algunas ocurrencias
cuando iba a pasar el mes de enero en su estancia en la localidad de Cerrito,
en el partido de Rivadavia en la provincia de Buenos Aires.
Le
indicó a mi papá que fuera por un camino que él usaba cuando era joven.
Obviamente que el camino rural era de tierra y no estaba en las mejores condiciones.
Pero todo iba bastante bien hasta que se toparon con una laguna adelante de ellos.
La decisión del patrón fue seguir, pese a que mi padre le sugirió volver por
donde habían venido. Siguieron algunos metros hasta casi la mitad de la laguna,
que iba de alambrado a alambrado. El Valiant empezó a patinar. Marcha atrás
para sacarlo, lo mismo sigue patinando, para adelante primera y no hay caso el
auto se encajó. Ni para atrás, ni para adelante. Hubo que bajar y mojarse.
El
Valiant se había quedado colgado del diferencial. De un lado, el izquierdo el
auto no tenía casi agua y la rueda trasera giraba loca. En cambio del lado derecho
había agua hasta la mitad de la puerta y la rueda trasera estaba clavada. Hubo
que pedir ayuda para sacar el auto de la situación húmeda en que se encontraba.
Tres
horas tardó en venir el tractor para sacarlos de tiro. En el sitio había tres
encajaduras de camiones y hasta la de un tractor. Los baqueanos de la zona no
querían pasar ni siquiera en tractor. Así con agua en el motor se fueron
andando hasta el destino final en la estancia. Mi padre dejó encargado que
mientras estuviera el Valiant, en la estancia, le abrieran las puertas para se
secara.
Por
supuesto que hubo que hacerle el motor, con tan sólo, 70.000 kilómetros
recorridos, ya que el auto era nuevo del año anterior. Pero como dice el refrán
donde manda capitán, los marineros acatan la orden. Aunque esta sea zambullir
el auto en una inmensa laguna bonaerense.
Recuerdos
de un auto que formó parte de mi infancia aunque no pertenecía a mi familia,
pero los autos viejos tienen eso no importa quién era el dueño, siempre nos
dejaban una historia para contar. Linda o fea, pero tenían un lugar destacado
en nuestras vidas, hoy eso no sucede. Sino recuerden cuando fue la última vez
que vieron una foto familiar con un auto actual de fondo, como un integrante
más de la familia.
Mauricio
Uldane
Gracias Mauricio por alegrarme con tan ameno relato, es genial como lo escribis, en mi familia hubo muchos autos cuando era niño y esos son los que quedan en la memoria, los autos nuevos son mas modernos y muchisimo mejores pero pasan sin pena ni gloria, los autos viejos en algún sentido son como las primeras novias.
ResponderBorrarGermán Barrios
Germán:
BorrarGracias por leer el relato y el blog. También gracias por los elogios.
Los autos del pasado o los que supimos conseguir, como me gusta llamarlos eran parte de la familia.
Por eso estaban en las fotos. Hoy ya nadie se saca una foto junto a su auto. Han pasado a ser un electrodoméstico más, como me dijo un seguidor de Archivo de autos.
Saludos.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos