La mañana transcurría con modorra. Revolvía el café con leche con la última medialuna, que había traído Don Manolo, el mozo por excelencia del Bar La Amistad. Él era el me reservaba la mesa al lado de la ventana.
Ahí
estaba sentado con la mirada perdida en la ochava. Dejando pasar los minutos
matutinos de ese sopor primaveral. Todo hasta que lo vi pasar delante de mis
ojos. Un Puelche Iguana de color amarillo. En realidad, el único en su especie.
Conocía
la historia. Conocía al diseñador. Conocía el auto. Pero nunca lo había visto
tan de cerca. ¡Bah! No tan de cerca porque pasó raudo por la ventana del bar, y
se perdió en la calle del barrio.
“¿Qué
auto era ese de color amarillo?”,
dijo desde el mostrador de madera Don Manolo. Al parecer había dejado la
lectura del diario Clarín. Como lo hacía religiosamente todas las mañanas. En
medio atendía a los parroquianos.
“Era
un Puelche Iguana. El único ejemplar que se conserva”, le dije. Le pregunté si no lo había visto
en algún programa de la tele. Negó con la cabeza. Don Manolo es bastante
chapado a la antigua. Creo que ni televisión por cable tiene en su casa.
La
cabeza me daba vueltas pensando en el Iguana, mientras sorbía lo último del
café con leche. El sopor llegaba de nuevo, pero no duró mucho. “¿Viste el
Iguana?”, gritó desde la puerta Beto. Siempre exaltado y nervioso.
“Lo
vi pasar y me acordé de vos, y ahora te encuentro acá”, dijo mientras corría la silla enfrente de
mí para sentarse. Encontrarme, a esta hora, en el Bar La Amistad era casi una
rutina. Pero parece que lo olvidó.
Beto le hizo una seña a Don Manolo para que le trajera un cortado. Nunca tomaba café con leche. Claro que, si podía, me robaba una medialuna. Pero esta vez llegó tarde…
“No
puedo creer que pasara por la puerta del bar el Iguana”, dije, más que a Beto, como una reflexión
en voz alta. “Hay uno solo, ¿no?”, me preguntó. Afirmé, quedamente, con
la cabeza. Ya la modorra inicial se estaba apoderando de mí.
Nos
quedamos en silencio pensando en el Iguana amarillo. Pasaron unos minutos
eternos. Me despedí de Beto y Don Manolo. Me dirigí a mi casa a trabajar un
poco. Tenía que crear algún contenido que me diera el sustento diario.
Pasaditas
las nueve de la mañana ya estaba sentado frente a mi computadora. Sin embargo,
el Iguana seguía pasando, una y otra vez, por mi cabeza. Un video repetitivo,
como estilan muchos programas de televisión. El auto amarillo se había
incrustado en mi mente.
La
idea de escribir un relato, o algo parecido, sobre la visión fugaz del auto
amarillo comenzó a tomar cuerpo, en alguna parte de mi cerebro. Pero del otro
lado de mi mente había señales que no era una buena idea.
Siempre
los sentimientos, o pensamientos, encontrados. Casi que son parte cotidiana de
nuestras vidas. Decisiones que debemos tomar, y afrontar. Pero también soportar
a mi editor. Ya escuchaba los gritos: “¡¿No se te ocurrió nada mejor que
hablar de un auto que casi nadie conoce?¡”.
Todo
por el impacto en las redes, y como rebota en los usuarios/lectores. Casi como
el rating televisivo, minuto a minuto. A eso se reducía todo. No importaba si
el contenido tenía calidad, sentimientos, ni hablar si era original.
Nada
de eso importada. Solo el efecto y la respuesta del público. “Estamos
escribiendo solo para tener el aplauso del público”, le dije en la cara a
mi editor. En una de esas tediosas reuniones de trabajo.
Todavía
no sé cómo no me tiró por la ventana del séptimo piso. Por eso, ahora, mantengo
distancia y logré trabajar desde casa. Home office, le dicen. Hasta eso se
extranjerizó. Pero el Puelche Iguana era nacional. ¡Otra vez ese auto amarillo!
Estaba
visto que no me lo podría sacar de la cabeza en todo el día. ¿Por qué no
aprovechar eso? Me pregunté. Sin más que pensarlo, me puse a escribir un relato
fierrero de ficción, sobre lo vivido en el desayuno en el Bar La Amistad.
Un
poco de realidad, con algunas pinceladas de barrio, más un toque de ficción, y
algunos personajes. Eso podría gustarle a mi editor. De última no podría
tirarme del séptimo piso, ya que la reunión sería por Zoom. ¡Don Covid cuántas
cosas nos dejaste!
Comencé
a escribir el relato. La mañana transcurría con modorra. Cuando un sonido
extraño, como un zumbido de un motor me comenzó a molestar. El sonido iba en
aumento. Pero no podía determinar de dónde venía.
Cuando
abrí los ojos vi la televisión encendida, con esas abejas electrónicas
revoloteando en la pantalla plana. ¡Otra vez me quedé dormido con la tele
encendida! Ahí mi mente reconectó.
Anoche
vi el programa “Rodar” de la Televisión Pública donde entrevistaron al dueño
del Puelche Iguana, de color amarillo. Tengo que aflojarles a las cenas pesadas
y debo apagar la tele antes de dormirme…
Relato fierrero dedicado a Abel Ceverio.
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Mauricio Uldane
Creador y editor de Archivo de autos
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