domingo, 25 de mayo de 2025

Legado

El celular sonó cuando estaba escribiendo un texto que era un pedido urgente. Necesitaban dos fascículos por un desborde de trabajo. En eso estaba cuando llamó Beto, mi amigo fierrero. 


Quién otro podía ser. Su capacidad innata es joderme en el peor momento. En altavoz le dije, “ahora no puedo. Llamame a la tardecita”. Entendió y cortó. Lo cual me sorprendió, porque suele ser insistidor. 

Algo quedó rebotando en mi cabeza, seguí tipiando con pasión. El plazo era corto y la urgencia real. Terminé el trabajo antes de la hora de la merienda. Me dispuse a tomar unos mates con un sánguche de galletitas de agua, queso cremoso y un poco de maní. 

Liviano, pero efectivo para evitar el salvavidas incorporado. Mientras degustaba el amargo pensaba en Beto. No dejé de pensar, en todo el día, en ese llamado matutito. A veces me jodía, pero muchas otras, sumaba ideas para notas, o relatos fierreros. 

Meditaba eso cuando sonó el celular. ¡Adivinaron! Era Beto. Como siempre en un atropello de palabras, como cuando me asalta en el Bar La Amistad, me arrojó la historia. 

Tenía ribetes de meme, o para armar un cortometraje. Ya que la historia mezclaba pasión fierrera, que me une a Beto, pero también tenía un lado tragicómico. Y a la vez era un legado familiar. Casi, casi un grotesco nacional. 

En resumen, era lo siguiente: un tipo al fallecer le dejó de herencia, a su nieto mayor, una Dodge Polara 2 Puertas. Uno de esos modelos de la industria automotriz argentina, o poco conocidos, o que no sobrevivieron muchas unidades. 

Hasta ahí era una historia familiar con amor por los autos clásicos. Pero por el otro lado venía la contra parte. El nieto en cambio de quedarse con el auto del abuelo pensaba venderlo en Marketplace.

Lugar donde aparecen desde rarezas a cosas de dudosa procedencia. Evidentemente el nieto no había heredado la pasión del abuelo, o no entendía el gesto del anciano en su testamento. Pero cada persona es un mundo. 

Beto llamó porque conoció, de casualidad, al nieto que vendía la Polara. Se lo cruzó en la Panadería Ideal, y no pudo dejar de interesarse por la historia. El muchacho le contó todo. Desde que el abuelo le había dejado la cupé hasta que quería comprarse un Bora. 

Si, me imagino que estarán pensando. Pero estas cosas pasan, y a los que amamos los viejos autos, en alguna parte de nuestro ser, nos duele. No sé, en mi caso particular, si era dolor, pero seguro era interés en saber qué le pasaba por la cabeza a ese muchacho. 

Digo muchacho porque lo era. Según me contó Beto apenas tenía 21 años. Así que la Polara no lo entusiasmaba mucho. Eso podía entenderlo. Lo que me estaba constando comprender, era por qué no respetar el deseo de su abuelo. 

Beto me dijo que tenía la dirección donde vivía el nieto, dónde estaba la Polara. Al parecer su padre se la llevó a la casa, donde hacía poco que vivía solo. Otra duda: ¿por qué el abuelo no le dejó el auto a su hijo? 

Aunque me estaba imaginando el porqué. Imaginar es mi fuerte, solo denme una pequeña historia. La ficción llega sola. Ella misma me va contando por donde irá el relato. Esto parecía ser exactamente eso. El interés por conocer a ese muchacho era cada vez mayor.

 Arreglamos, vía Beto, que el sábado siguiente iríamos a visitarlos para conocer su historia. La excusa, brillante de mi amigo, fue que yo tenía interés en hacerle una nota para mi blog. Puede ser un atropello de ideas, pero me suele sorprender con algunas genialidades.


Así fue como el día acordado, a media mañana, y con dos docenas de facturas de la Ideal, estábamos tocando el timbre de la casa de Pablo. Así se llamaba el nieto, que su abuelo le dejó la Dodge Polara 2 Puertas.

Amarillo Caribe. Impactante. Ahí estacionada, sin tapar, en el garaje de una vieja casa del barrio, que Pablo había alquilado para vivir solo, por ahora. La idea que en unos tres meses se mudara su novia. Más tarde la conoceríamos a Mariana. 

Entre facturas y mates nos contó la relación con el abuelo y la Polara. Lo cual no comprendía que la vendiera. Sebastián, su abuelo, lo llevaba a pasear atrás, porque era muy chico. Lo recordaba con muchos detalles. 

Mi compresión se había ido al diablo. Alguien dentro de mi cabeza me preguntaba: ¿por qué carajos quiere vender la Polara? A media charla llegó su novia. La vi y creo que entendí todo de golpe. “Todavía está ese adefesio en el garaje”, dijo casi en un grito. 

Lo miré a Pablo que tenía cara de resignación. Mariana comió media factura y le dijo que se iba a la peluquería. Que no la esperara para almorzar. Salió como entró, una vorágine sin tener en cuenta a los demás. 

Antes de irme le dije a Pablo: “si honras la memoria de tu abuelo, o cambiás de novia, o le decís que no vas a vender la Polara”. Me miró. Solo hizo un gesto con la cabeza. 

“Vos estás loco”, dijo Beto ni bien pisamos la vereda. Me reprochaba lo que había dicho. En realidad, le había dejado una bomba activada en la mesa de la cocina. Pero no por mal, sino para que reaccionara. 

Pasó un mes y sentado, una tarde de otoño, en mi mesa predilecta del Bar La Amistad, entró Beto como una tromba. “¿Te enteraste?” No tenía idea de qué me hablaba. Hasta que un bocinazo nos hizo mirar por la ventana. Era Pablo con su Polara amarilla. Iba solo y sonriente.

 

Mauricio Uldane

Editor de Archivo de autos

 

https://magic.ly/archivodeautos

 

Aniversario 14º / 2011-2025

 

Este relato fierrero fue publicado, originalmente, en el número 56 de la revista digital Autohistoria, del mes de abril, que edita Gustavo Feder: https://issuu.com/autohistoria/docs/autohistoria_56/26

 

 

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