La empresa Chrysler Fevre Argentina le prestó por 30 días
a la revista Automundo una unidad del Valiant IV, en el año 1967. A cargo del
road test estuvo el periodista Miguel Ángel Barrau. En esta nota conoceremos
los resultados de esa prueba de un automóvil fabricado en Argentina.
El road test del Valiant IV tuvo cuatro etapas, se podría
decir. La primera fue en la ciudad,
donde se realizaron las primeras impresiones. En segundo lugar en las rutas del
circuito turístico de la provincia de Córdoba. Desde Buenos Aires, Río Cuarto,
Embalse del Río Tercero, Villa del Dique, Dique de los Molinos, Villa Carlos
Paz, pasando por el Valle de Punilla hasta Capilla del Monte y regreso al punto
de partida.
En la tercera etapa se realizó desde la provincia de
Mendoza, pasando por La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y Tucumán. Para
esta ocasión se realizó un cambio de los cuatro amortiguadores. Según el Barrau
los amortiguadores no estaban en condición de afrontar el viaje que
emprenderían. Para ello se decidieron por la marca Decarbon.
Cruzando un arroyo o vado. |
La última etapa de este road test se realizó en el
autódromo de la ciudad de Buenos Aires. Algunas de las fotografías que ilustran
esta nota fueron tomadas en ese lugar durante las pruebas de velocidad y
frenado. Si de velocidad máxima hablamos el Valiant IV testeado alcanzó los
148,760 kilómetros por horas con una lectura en el velocímetro de 150
kilómetros por hora.
El velocímetro del Valiant IV fue una sorpresa en la
prueba. El grado de exactitud era muy alto. Tanto que Barrau mencionaba que era
uno de los más exactos que había probado. Cuando marcaba 120 kilómetros por
hora era totalmente real y a 140 kilómetros por hora, del velocímetro, la
velocidad verdadera era de 139,534 kilómetros por hora.
El motor del Valiant IV era de 6 cilindros en línea,
conocido como Slant Six, con una cilindrada de 3.687 centímetros cúbicos con
una relación de compresión de 7,3:1. El diámetro de los cilindros era de 86,4
milímetros y la carrera de los pistones de 104,77 milímetros.
En la cuesta de Miranda. |
La caja de velocidades, con palanca al volante, era de
tres marchas hacia adelante. Pero la primera velocidad no era sincronizada.
Según la prueba de la revista Automundo se podía llegar a iniciar la marcha en
segunda velocidad. Para colocar la primera marcha en movimiento había que
recurrir al doble embrague. Pero un sincronizado de la primera velocidad
redundaba en una mayor comodidad de marcha. Las relaciones de las velocidades
del Valiant IV eran las siguientes: primera 3,02: 1; segunda, 1,76:1 y tercera,
1:1.
En ciudad el potente motor del Valiant IV se comportaba
de manera dócil. Si bien en la nota de la revista Automundo se menciona que
había un cuadro con los valores de consumo de combustible, no fue publicado. Ni
en esa edición, ni en números posteriores a la publicación del road test.
Solo se publicó un cuadro con la velocidad máxima, que ya
mencioné, la aceleración, las distancias de frenado, el tiempo promedio de
sobrepaso y la corrección del velocímetro, que también mencioné con
anterioridad. En líneas generales el frenado era bueno, salvo que se requiriera
del “panic stop”, donde las distancias de frenado se alargaban un poco.
El badén inesperado y el vuelo del Valiant IV. |
La dirección tenía una relación de 28,7:1 que permitía
estacionar los 5.040 milímetros de largo del Valiant IV sin dificultad. Lo
mismo que moverse en el tránsito urbano y su diámetro de giro de 11,75 metros
ayudaban. Ahora esa suavidad se pagaba al querer usar al Valiant IV en rutas
trababas de tierra o ripio donde había que dar muchas vueltas de volante.
Pero pese a eso la estabilidad era buena. Tanto que en uno
de los tantos badenes que tuvo que soportar el Valiant IV testeada salió airoso.
Entró al badén a buena velocidad, voló y cayó al otro lado de la ruta sin
problema alguno. Hay una fotografía que lo ilustra claramente a ese vuelo.
Las pruebas en el autódromo de la ciudad de Buenos Aires
demostraron, que pese al tamaño del Valiant IV y a su tipo de suspensión, se
comportó dentro de los parámetros esperados. Nunca las cuatro ruedas dejaron de
apoyarse sobre el asfalto, incluso sin restarle tracción pese a no tener un
diferencial autoblocante.
Las pruebas en el autódromo de Buenos Aires. |
La exigencia a los neumáticos demostró que aunque la
pared se deformaba en una curva, la banda de rodamiento nunca se alteraba en su
pisada de la pista del autódromo. Sin bien tenía cierto rolido en las curvas se
podía controlar con facilidad. El Valiant IV no tenía problemas de estabilidad,
pese a que se entrara a 140 kilómetros por hora a una curva, si manifestaba
cierta tendencia sobrevirante que se corregía con facilidad por parte del
conductor. En su defecto, se solucionaba, variando la presión de los
neumáticos.
El tamaño del baúl queda reflejado en la última de las
fotografías de esta nota: inmenso. Pero en parte su gran dimensión atentaba
contra el espacio del asiento trasero. La distancia entre ejes era de 2.820
milímetros. El fotógrafo de la revista Automundo, de gran porte, se quejó que
el espacio trasero para las piernas era escaso.
Lo mismo había manifestado el propio Barrau cuando se
sentó por primera vez en el Valiant IV, en la planta de Chrysler Fevre
Argentina. Buscó la palanca para tirar el asiento delantero hacia atrás y
descubrió que ya estaba al tope de su recorrido. En un principio le pareció que
los pedales y controles estaban demasiado cerca. Luego de andar un poco esa
sensación se le pasó con la costumbre en el manejo.
El Valiant IV en el cajón y la horquilla del autódromo de Buenos Aires. |
El tablero del Valiant IV constaba de un velocímetro,
hacia la izquierda, donde también se encontraban el medidor de combustible, el
indicador de temperatura del agua y una luz testigo de la presión del aceite.
En cambio solo hacia la derecha estaba el amperímetro.
Los controles sobre el tablero con sus correspondientes
perillas eran para accionar el limpiaparabrisas, el calefactor, las luces de
estacionamiento y ruta, y el contacto con su correspondiente llave para poner
en marcha el motor.
Al ponerlo en marcha en frío el Valiant IV contaba en su
carburador Holley R 2887 A de un cebador automático que mantenía acelerado el
motor hasta que tomara temperatura. Esto podía tener sus consecuencias a la
hora de manejar en el tránsito urbano. Al soltar el acelerador la respuesta
frenante se veía demorada por la acción automática del cebador. Una vez que el
motor tomaba la temperatura de trabajo la acción del cebador desaparecía.
La gran capacidad del baúl. |
Mencioné que el baúl era inmenso, pero a la hora de meter
al Valiant IV en caminos de tierra la estanquidad del mismo no era buena. Tanto
que la tierra del camino se depositaba en el equipaje que llevábamos dentro del
baúl. Barrau comparaba la limpieza del vano motor, pese al agua y la tierra de
los caminos, por donde habían realizado el road test.
Las luces delanteras de posición ubicadas dentro del
paragolpes tendían a opacarse con la tierra y el agua de los caminos. Al grado
de dejar de prestar su útil servicio. En cambio los paragolpes, que en un
principio parecían despojados, cumplían cabalmente su función. En especial en
la agresiva forma de estacionar que imperaba en la ciudad de Buenos Aires en
aquellos años sesenta.
Algunos de los datos arrojados en el road test del
Valiant IV: la aceleración de 0 a 100 kilómetros por hora era de 19 segundos
con cuatro quintos; el frenaje de 100 a 0 kilómetros por hora era de 51 metros
y el tiempo de sobrepaso de un auto que viajaba a 100 kilómetros por hora era
de 14 segundos.
Para nuestro mercado interno el Valiant IV era un auto
grande, pese que en su país de origen, Estados Unidos, lo consideraran un auto
compacto. Los más de 5 metros de largo era más que suficientes para
considerarlo en esa categoría del mercado argentino. Donde todavía, casi a
finales de la década del sesenta, se podía ver micro autos al lado del Valiant
IV en un semáforo cualquiera de alguna ciudad del país.
El road test del Valiant IV salió publicado en la revista
Automundo número 102 del 11 de abril de 1967. El autor de la nota fue el
periodista Miguel Ángel Barrau.
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Mauricio
Uldane
Editor
de Archivo de autos
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