domingo, 10 de noviembre de 2013

Recuerdos de Mar de Ajó

Anécdotas de vacaciones en la niñez de la autor. Viajes a la costa bonaerense a mediados de la década del ’60. Viejos autos que fueron compañeros de ruta.  Inmensas playas que ya no están.

El Ranquita


Mi primer recuerdo de unas vacaciones en la Costa Atlántica se remonta al año 1964, cuando contaba con 3 años de edad. En ese verano fue mi primera visita al Mar Argentino. Pasamos, con mi familia, unos días en Mar de Ajó y fuimos a bordo de un viejo Ford A sedan dos puertas modelo 1930.

El Ranquita como lo había bautizado y que toda mi familia adoptó como nombre para el auto, nos llevó hasta Mar de Ajó en 1964. Una época donde los automóviles eran un integrante más de la familia y hasta tenían un nombre propio. Cosas del pasado que hoy son muy raras de encontrar.

De esas primeras vacaciones recuerdo mi resistencia a meterme al mar. Le tenía miedo. Era de una inmensidad descomunal para mis tres años de vida. No hubo forma que me metiera en él. Mi madre logró darme unos “baños de mar” con agua que recogió en un balde plástico de color dorado con la manija de aluminio, que todavía está en la familia. Mi padre lo usa para lavar su rural Mercedes-Benz 170 SD modelo 1955.

Recuerdos y más recuerdos de vacaciones pasadas recorriendo la vieja Ruta 11 de tierra y conchilla. Pájaros y cangrejos eran los habitantes de ese ecosistema que atravesábamos rumbo a Mar de Ajó.

Un viejo colectivo fue un restaurante en Mar de Ajó. Se llamaba la Cabaña del Tío Tom. Solíamos cenar en ese lugar en uno de los veranos en el pueblo. Épocas de damajuanas de vino y taxis tirados por caballos. Un pueblo que no tenía todas sus calles asfaltadas, pero sí acordonadas muchas de ellas.

Una vez al regresar a casa, luego de las vacaciones, había que terminar una damajuana de vino, ya que había que devolver el envase. Qué hicieron mi padre y mi tío, vaciaron lo que les quedaba de vino en una olla chica, donde mi madre me preparaba la leche. Era un niño todavía.

Le agregaron hielo, para que el vino estuviera fresquito, y lo depositaron en el piso trasero del auto que nos había llevado hasta Mar de Ajó. De regreso por la Ruta 11 lo fueron tomando de a poco, porque con el traqueteo del camino se volcaba en el piso del auto. Resultado de la ingesta: tuvimos que parar a un costado del camino a tomar una siesta. No había test de alcoholemia. Eso era ciencia ficción en los ’60.

Otro recuerdo disperso como las gaviotas de la playa. Mi tío siempre fue un entusiasta de la pesca deportiva. Así que llevar las cañas en el auto era parte del equipaje rumbo a Mar de Ajó. Una tarde como tantas estaba a la orilla con su caña esperando que algún pez mordiera su carnada. Varios metros de línea de nylon estaban mar adentro. En eso una avioneta pasa con vuelo rasante cerca de la orilla de la playa.

Voló hacia el sur, rumbo al faro de Punta Médanos. Pero a los pocos minutos vemos que gira y regresa volando bajo. Muy bajo. Tanto que aterrizó en la playa. Esa escena solo podía darse en aquellos años de playas casi desiertas, aunque fuera pleno enero.

El piloto se vio obligado a descender porque la tanza de la línea de pesca de mi tío se le había enrollado en la hélice de la avioneta. Pero por qué volaba tan bajo y cerca de la costa. Porque hacía vuelos de alquiler con los turistas. Te cobraba por un vuelo de algunos minutos sobre la playa y el mar.

Un año a mi padre el prestaron una cupé Nash, estimo que un modelo de los años cuarenta. La verdad que no lo recuerdo con exactitud. Lo que si me acuerdo que el auto era el primero de Estados Unidos en no tener chasis. Tenía una carrocería autoportante.

La verdad que no estaba muy cuidado. Mi padre siempre se caracterizó por tener en buenas condiciones sus autos. Pero con este hizo una excepción. Ante la aparición de fallas recurrió a reparaciones caseras. Como cuando anuló un circuito de freno porque perdía líquido.

Pero la Nash nos llevó y nos trajo sin grandes inconvenientes. Eso sí al entrar en la casa de mi abuela, en San Miguel, ya de regreso de la costa, la caja de velocidades se cayó al piso. Los soportes estaban totalmente podridos. Pero nuestras vacaciones fueron impecables.

Recuerdos de viajes a Mar de Ajó cuando había que recorrer cientos de kilómetros de tierra por una ruta que era parte de las vacaciones con un paisaje que quedó para siempre en la memoria. Un tiempo con menos apuros y un poco de mejor calidad de vida.

Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos



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