El
año 1987 fue cuando nos fuimos de vacaciones a bordo de un viejo colectivo
Mercedes-Benz 1114 modelo 1971. Nuestro destino eran las playas de Mar de Ajó.
El siguiente relato narra esas vacaciones en un enero de 1987 junto al mar.
El 1114 junto al campamento en Mar de Ajó en enero de 1987. |
Mi
padre compró en 1986 un viejo colectivo Mercedes-Benz 1114 que había prestado
servicio en la provincia de Santa Fe. La idea era armar una casa rodante
autopropulsada o más conocida como motor home, por esas cosas del idioma y la colonización.
En
línea general el bondi estaba en buenas condiciones. Mi viejo le hizo algunos
arreglos menores, nada serio. De mecánica estaba muy bueno y andaba muy bien.
Una cosa que le hizo mi viejo fue ponerle el caño de escape que pasara, atrás,
por encima de la carrocería. En un viaje a la provincia de Tucumán lo vio en
los colectivos y le gustó la idea.
Armamos
las vacaciones de enero de 1987 con el Mercedes, que sería parte de nuestra
vivienda en los quince días que acamparíamos en la playa de Mar de Ajó. Sería
una parte importante de nuestras instalaciones durante nuestras vacaciones
veraniegas.
Antes
de partir en viaje hacia la Costa Atlántica, mi viejo, le hizo los frenos al
colectivo. Pero algo salió mal. En la casa de repuestos le vendieron una medida
equivocada de cintas de frenos y no eran de la medida adecuada. Resulta que el
1114 modelo 1971 tenía frenos de aire comprimido y le habían vendido las cintas
del modelo sin frenos a aire.
Por
lo cual las cintas de freno eran de diferente medida. El resultado fue que me
perdí tres días de vacaciones por el retraso en el armado de las campanas.
Además el viaje a Mar de Ajó fue con paradas intermedias enfriando las campanas
traseras del 1114. Por aquel año la Ruta 2 no era autovía y para viajar
tomábamos la Ruta 36 hasta la Ruta 11. Pipinas era una parada obligada, como su
nombre lo indica.
Mi
padre pensando que mover el colectivo, una vez acampado, no era una buena idea,
compró un viejo Renault 4 L para usar en los mandados en el pueblo. Así que le
hizo un enganche para llevarlo a remolque hasta la playa. Al salir rumbo a
Moreno, donde se nos sumarían mis padrinos con su hija, el enganche del Renault
se rompió. Así que el 4 L se quedó durmiendo en Moreno.
De
San Miguel partimos mi madre, mi tía abuela, mi padre, mi hermana, mi futuro
cuñado, mi abuela que se quedó en Moreno y yo. En Moreno, como dije antes, se
nos agregaron mi madrina, mi padrino y la hija de ambos. Así quedó conformada
la tripulación del 1114 rumbo a Mar de Ajó. En el interior del colectivo iban
todos los bártulos, bolsas con ropa, comida y hasta una cocina en el hueco de
la puerta trasera. Lo que se dice un loft rodante.
Dos
carpas, un ante comedor, un baño y un sobre techo conformaban el resto de los
integrantes del campamento que armaríamos, entre todos, ni bien pisáramos la
arena de Mar de Ajó. Hasta llevamos una soga para colgar la ropa. Sucede que no
era el primer campamento que armábamos en las playas de Mar de Ajó.
Mi
papá pensando que iba a necesitar un reemplazo en la ruta me hizo sacar el
registro profesional en la ciudad de Buenos Aires, donde vivíamos por aquellos
años. Así que estaba en condiciones de manejar el Mercedes en la ruta. Y pasó
en la Ruta 36. Mi viejo cansado me cedió el volante en medio de la ruta. Nunca
había manejado un colectivo o camión. Mi primera experiencia.
Al
manejarlo comprendí el poder que se tiene al mando de un vehículo de esas
dimensiones. También de la responsabilidad de conducirse correctamente. Todo iba
bien hasta que empezó a aparecer la banquina, de ambos lados, totalmente
removidas. Para sumarle un toque de aventura en la semana había llovido, y
mucho. Así que pisar la banquina era sinónimo de irse a la zanja con total
garantía.
Así
que imaginen un novato al frente de una bestia de chapa y acero con banquinas
barrosas y una ruta que no estaba en un estado óptimo. A una velocidad de 80
kilómetros por hora, que hubo que disminuir a 60 kilómetros por hora en algunos
tramos. Manejé hasta la estación de servicio de Pipinas. Entrar a la estación
de servicio y no llevarme puesto ningún surtidor fue toda una hazaña para mí.
El
resto del viaje fue sin novedades, con cambio de chofer, mi padre volvió al
tomar el mando. Mientras me reponía de la emoción de manejar por primera vez un
colectivo en mi vida. El relato sigue y hay más aventuras para narrar, pero
para no prolongar el relato y de paso crear un poco de suspenso, les contaré el
resto de las vacaciones en colectivo en una próxima entrega.
Falta
contar detalles jugosos de ese enero de 1987 junto a mi familia, padrinos y
futuro cuñado. Sepan esperar unos días más para leer la conclusión de este
relato.
Mauricio Uldane
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