Hace
muchos años la ruta provincial 11, que nos llevaba a la Costa Atlántica , era de tierra,
en realidad era una ruta consolidada con conchilla que extraían de la bahía de Samboronbón.
Quienes
tengan la fortuna de haber recorrido sus kilómetros de curvas y contra curvas o
sus lomos de burro, recordarán como eran aquellos viajes, durante el verano, a
los pueblos costeros de la provincia de Buenos Aires.
Siendo
chico he viajado por esa vieja y querida ruta con diversos autos de propiedad
de mi padre o prestados, que él manejaba. Recuerdo un Ford A 1930, un Chevrolet
1938, otro Chevrolet 1941, una cupe Mercury 1947 y una cupé Nash 1949, sólo por
mencionar alguno de los autos con que viajábamos en el mes de enero a la Costa Atlántica.
La ruta 11 desde el interior de un Chevrolet 1938. La fotografía fue tomada el 22 de enero de 1976. |
El
viaje, o mejor dicho, las vacaciones empezaban ni bien el auto dejaba el pavimento
al final del pueblo de Magdalena. Allá donde se encuentran los cuarteles del
ejército. Ahí empezaba la aventura en esa ruta de conchilla hasta el destino
final en el pueblo costero de Mar de Ajó.
Un
verano, muy temprano en la mañana, paramos en una panadería de Magdalena para
comprar facturas para el viaje. Todavía no habían abierto el local. En
prevención de necesidades fisiológicas urgentes y siendo un niño, el que
escribe estas líneas, mi madre había llevado una pelela de aluminio en la parte
de atrás del auto. No recuerdo que auto era, lo que si me acuerdo que las
puertas abrían hacia atrás. También recuerdo como salió rodando la pelela de
adentro del auto, ni bien abrieron la puerta trasera para bajar a comprar las
facturas. Rodó con tanta intensidad que fue a parar hasta la puerta de la
panadería. Nadie vio nada dado lo temprano del horario, la vergüenza no pasó a
mayores.
Solíamos
salir a medianoche a la ruta hacia la Costa Atlántica , así el nene, o
sea yo, no jodía en el viaje. Por lo cual muchas veces pasábamos de noche por La Plata y Magdalena. Muchas
veces llegábamos de noche a Punta Indio y el Automóvil Club estaba cerrado,
pero había un cartel que rezaba lo siguiente: “Después de las 22 hora llamé que
será atendido”. Eso significaba golpear la puerta de la estación de servicio
hasta que el tipo se despertara y te despachara la consabida nafta que estabas
necesitando, para seguir viaje al mar.
Recuerdo
una vez en un verano, creo que era en Cerro de la Gloria , llamamos
insistentemente para que el estacionero se despertara y luego de varios
intentos el tipo salió en pijama y con una cara de dormido a despacharnos
nafta. Las pocas estaciones de servicio que había a lo largo de la vieja ruta
11 tenían nafta común, gasoil y querosén. Las naftas premiun eran sólo
fantasía. Los surtidores de nafta también tenían lo suyo. Eran enormes como
gigante de marca Siam y mucho eran mecánicos, porque no había energía
eléctrica. Eran en definitiva grandes bombas reloj que accionaba el playero
para extraer el combustible de los tanques cisternas. Un dato pintoresco, esas
bombas extraían de a 5
litros de combustible por lo cual había que calcular
cuanta nafta teníamos en el tanque de combustible, de lo contrario el excedente
se iba irremediablemente al piso de la estación de servicio. Después fueron
grandes pero eléctricos y no eran bombas reloj, sino surtidores y por último
los conocidos surtidores marca Siam cuadrados que durante años estuvieron en
las estaciones de servicio de todo el país.
Había
tramos de la ruta 11 que eran túneles verdes, ya que los árboles de un costado
de la ruta se unían a los del otro lado, encima de nuestras cabezas. La frescura
era encantadora como la cantidad de aves que se podían avistar desde el auto en
movimiento. Flamencos, garzas, biguás, patos silvestres, cigüeñas se podían ver
a la vera del camino en algunas de las tantas lagunitas que se formaban. La
ruta 11 atraviesa una extensa zona de bañados de la provincia de Buenos Aires.
También estaban las inefables loras atronando con sus chillidos los oídos,
cuando decidíamos parar un rato a estirar las piernas y tomar unos mates. Uno
podía tranquilamente tirarse a un lado de la vieja 11 y tomar una siesta reparadora
para continuar el viaje hacia las vacaciones en la costa.
Un
espectáculo aparte lo ofrecían los cangrejos del río Salado o del río Samboronbón.
La comida de esos viajes familiares a la costa eran las milanesas con ensalada
de tomate, eran un clásico de los viajes estivales. Si uno les tiraba tomates a
los cangrejos estos lo tomaban con una de sus pinzas y con la otra lo pelaban
con sumo cuidado, para luego engullírselo. Esos cangrejos están mencionados en
la novela “Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes, para los caballos podían
ser una trampa mortal. Para los automovilistas desde arriba del un puente o la orilla del río eran un
espectáculo de la fauna de la costa bonaerense.
La
ruta 11 tenía pocos autos como tránsito, por eso era la que elegía mi viejo para
llegar a Mar de Ajó. Existía la vieja ruta 2, llamada por los medios periodísticos
“la ruta de la muerte”, lo cual no era del todo falto a la verdad. Los transeúntes
de la vieja 11 solían ser los empleados de Vialidad Provincial, encargados del
mantenimiento de la ruta. El consolidado de conchilla necesita de constantes
arreglos y mejoras. Los otros con los que uno se podía topar eran gauchos a caballo
de las estancias que estaban a la vera de la ruta. También te podías encontrar
en alguna de las curvas con un arreo de ovejas o vacas. Los cuales eran movidos
de un cuadro a otro dentro de una estancia determinada. Un estancia conocida,
por la cual pasaba la vieja ruta 11, era la Estancia Las Víboras, imaginen
porque el nombre.
Uno de los arreos de vaca que se podían ver en el recorrido de la vieja ruta 11 de tierra. Foto tomada desde el interior de un Chevrolet 1938 el 22 de enero de 1976. |
Las
caravanas de los circos podían ser otros de los que viajaban por la 11 de un
pueblo a otro, sobretodo en época de vacaciones. Imágenes salidas de una época
completamente diferente a la actual. Un circo en la ruta con todas sus casas rodantes
y trailers. Autos, camionetas, camiones y hasta algún tractor en una caravana
pintoresca y muy colorida.
La
ruta 11 tenía zonas sinuosas que a su vez eran encajadas, con lo cual no veías
al que venia de frente. Curvas y contra curvas para repetir lo mismo una y otra
vez más. Los lomos de burro eran los más divertidos. Por un momento creías que
ibas a bordo de una vieja cupecita de TC (Turismo Carretera) acelerando a fondo
y salías volando para caer del otro lado.
Hay
un paraje, sobre la ruta 11, llamado El Centinela que tenía la última estación
de servicio antes de llegar a los pueblos costeros. Todos parábamos a reabastecernos
de nafta antes de proseguir nuestra marcha. Un día llegamos lloviendo y mi
viejo le pregunta al playero: “sigo o me quedo hasta que pare de llover”. “No
métale que adelante va el camión cisterna y no va a poder pasar por dos días”,
le contestó el tipo a mi papá. Mi viejo nos cargó a todos y salimos de nuevo a
la ruta con lluvia.
Alcanzar
el camión nos llevó un tiempo y creo que pasamos algunos autos en la ruta, lo que
notamos eran unos pocitos en la vieja 11. Al acercarnos al camión cisterna, que
tenía acoplado, nos dimos cuenta que era lo que hacía los pocitos en la ruta.
Las ruedas duales del camión y del acoplado levantaban conchilla mojada y la
lanzaban para atrás, como un bombardeo de barro.
A
mi viejo le llevó varios kilómetros pasar al camión con acoplado. El acoplado
bailaba sobre la ruta mojada y embarrada. Por supuesto que no según tirando
conchilla mojada a más no poder. Una vez puesto a la par del camión que mantenía
una velocidad media y sin que nadie venga de frente logró superar al camión
cisterna con su acoplado. Intercambio de bocinas y saludos. Nuestro viaje
continuó normalmente con una mejor superficie hacia nuestro destino en Mar de
Ajó.
Cuando
llegamos todos nos miraban asombrados, el auto color crema parecía salido de
una carrera de rally. El auto tenía barro y conchilla hasta el techo y el color
crema había quedado sepultado. Horas más tarde vimos al camión de YPF
(Yacimientos Petrolíferos Fiscales) hacer su ingreso a Mar de Ajó para
abastecer de combustible a la estación de servicio del pueblo. Recién al otro
día llegaron autos que habíamos visto en la estación de servicio El Centinela.
Un
viaje para el recuerdo en aquellos años de mi niñez. Paisajes, animales y gente
que no veía todos los días en el barrio porteño de Recoleta. Hoy sería una
buena idea dejar de viajar a 130 kilómetros por hora y tirar el auto a la
banquina, para ver los cangrejos del Samboronbón. Creo que valdría la pena
llevarles unos tomates para darles de comer.
Mauricio
Uldane
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muy buen relato Mauricio! (y las fotos tambien)
ResponderBorrarGabriel:
ResponderBorrarMe alegro que te haya gustado este pequeño viaje al pasado de mi niñez.
Saludos y Felices Fiestas.
¡Hola blogero!
ResponderBorrarAcabo de ver que tu también te has presentado a los Premios 20Blogs y me gustaría invitarte a pasarte por mi blog iPadSfera sobre el iPad & iPhone de Apple para que le echases un vistazo a ver si te gusta ;D
http://lablogoteca.20minutos.es/ipadsfera-25477
En enero vamos a cumplir ya 2 años con el blog y esta es la primera vez que nos presentamos a estos premios así que todo el equipo de redacción estamos muy ilusionados.
Si te gusta, ¿nos podrías dar tu voto en la categoría Ciencia, Tecnología e Internet? ¡Sería todo un honor! :)
¡Muchísimas gracias, un fuerte abrazo y feliz navidad!
Manu.
Manu:
ResponderBorrarPasaré por tu blog para ver de que se trata.
Saludos desde Argentina y suerte en el concurso.
que increíble relato Mauricio!!! me llamo Leonardo y tengo 31 años! tengo a mi flia en Santa Teresita! yo vivi 6 años allá! 2000/2006, pero mis viejos y mi unico hermano siguen viviendo allá! mi viejo es mecánico y desde el año 1968 siempre fue de vacaciones a la costa y me contaba lo mismo que relataste vos! era toda una aventura! yo voy una vez cada dos meses con mi fiel Peugeot 504 1984 Diésel! en 4 horas estoy alla! como cambio todo con el asfalto! me da mucha tristeza ver a "el centinela" todo abandonado a punto de derrumbarse, muchas gracias por compartirlo con todos nosotros! un abrazo!
ResponderBorrarLeo:
BorrarMe alegra saber que te guste este relato sobre la vieja Ruta 11.
Son historias vividas arriba de viejos autos hace tiempo.
La verdad que el abandono de El Centinela lastima un poco el corazón de los que conocimos su esplendor en los años '60 y '70.
Saludos.