Mi
oficina tiene un gran ventanal a la calle, en realidad es una avenida. La cual
tiene mucho tránsito durante todo el día. Es mi red social para despejar la
mente. Tanto cuando no tengo trabajo, o cuando la inspiración se fue de viaje.
Mi
pasatiempo es ver la masa gris de vehículos. Cada tanto me sorprende con un
color diferente a la gama del blanco-negro. ¿Se dieron cuenta que la ciudad se
volvió gris? Al igual que muchas personas.
Es
como si se quisieran mimetizar con el entorno edilicio. Algo así como un
camuflaje urbano. Lo mismo pasa con los autos. Una ciudad gris con autos
grises. Cada tanto algún colectivo, o camión, rompe con la monotonía cromática.
Será
que tengo tiempos muertos para reflexionar sobre este tema del color de los
autos y la ciudad. Será que me molesta en forma visual. Será que soy el único
que lo ve y piensa al respecto. Todas son dudas, pero lo cierto que nos hemos
vuelto grises.
En
ese pensaba, porque la inspiración se había quedado dormida en mi casa, cuando
lo vi al Citro Amarillo Patito. Era un faro en medio de una noche de niebla.
Ahí estaba parado esperando el semáforo en el medio de la cuadra.
Me
quedé atontado viéndolo. Lo seguí con la miranda, y estirando mi cuello, hasta
que lo perdí de mi campo visual. “Un 3CV amarillo patito”, repetía
mentalmente y el recuerdo afloró. El Citro con el cual aprendí a manejar hace
varias décadas.
Toda
la mañana estuve pensando en ese Citroën 3 CV, como el que aparecía en un
folleto, allá por la década del setenta del siglo XX. Mucho tiempo transcurrido
y ya casi una pieza de colección.
Pero
funcionaba perfectamente. Al menos eso parecía como se desenvolvía en el denso
tránsito urbano. Está de más decir que desde el séptimo piso no puede ver al
conductor. No tengo la vista de Superman.
Todo
el día pensé en ese Citro Amarillo Patito y fue el que disparó la inspiración
dormida. Así que algo se me ocurrió para mi trabajo creativo y logré hacer un
par de bocetos, que estaban dormidos desde hacía días.
Pasaron
dos, o tres, días no lo recuerdo con exactitud en esta masa gris, que es igual
todos los días a todas horas. Un uniforme urbano. Porque hasta las personas se
visten parecido. Nunca pensé que el presente, que era el futuro que imaginaba,
sería tan, pero tan monocromático.
Lo
cierto que salí a almorzar, ya que había llegado la primavera, y los días se
habían templado como para comer al aire libre. Voy a un restaurante que tiene
mesas en una ancha vereda. Una manera de ventilarme del encierro diario en la
oficina.
Llegué
al restaurante y solo había una mesa libre. Justo pegada al cordón de la
vereda, la última. Por suerte esa calle es poco transitada y el ruido de los
autos no molesta. Pedí mi almuerzo a la moza y me dispuse a esperar y tomar un
poco de sol del mediodía.
Con
los ojos entrecerrados lo vi. El Citro Amarillo Patito estaba estacionado unos
metros delante de donde estaba sentado. “¡Qué coincidencia!”, pensé.
Aunque no creo mucho en las coincidencias, pero bueno dejémonos llevar. Fluyamos,
como suele decir en algunas partes de América Latina.
La
sorpresa fue ver descender del Citro a una mujer madura vestida, totalmente, de
amarillo. Engamada con el 3 CV. Simplemente era de no creer. La morocha cerró
el auto y vino para el restaurante.
Por
un momento pensé, viene a almorzar acá. Pero rechacé la idea, no puede ser que
también suceda eso. La vi caminar con paso felino hacía el interior del
restaurante. Mi corazón se aceleró. ¿Por qué? No lo sabía.
Mientras
tanto tomaba un poco de agua fría, mi bebida de todos los días, esperando que
llegaran mis milanesas con papas fritas. Cuando levanto la vista, la morocha,
venía directo a mi mesa. Ni hablar del número de mis pulsaciones.
“Hola.
Perdón que te moleste. No hay mesas libres adentro y afuera, la tuya, es la
única ocupada por una persona. ¿Te jode mucho que almuerce con vos?”, me dijo en un tono de voz que me acarició
desde el inicio y sus ojos negros, muy negros, me sonreían. Balbuceé algo
parecido a un “no me molesta”.
“Gracias”, atiné a escuchar y ya la tenía sentada enfrente
mío. Creo que las manos me temblaron un poco, pero solo un poco. Siguió
hablando de que no había lugar, que se le había hecho tarde para comer y algo
más que me perdí.
Perdido
estaba entre sus ojos y sus rulos saltarines. Hasta que al desviar la mirada el
Citro me salvó. “Así que el 3 CV amarillo es tuyo”, dije como una tabla
de salvación en un mar de emociones y hormonas disparadas, que golpeaban dentro
de mí.
Una
sonrisa, de esa que puede descongelar al Glaciar Perito Moreno, en unos
minutos, se le dibujó en el rostro. Evidentemente amaba a su Citro y yo también
empezaba a sentir lo mismo por ella, y claro por su auto.
Fue
como encender un motor. La mención de su auto derribó cualquier barrera que
hubiera entre nosotros. De lejos podíamos parecer dos viejos amigos de toda la
vida, que se habían juntado para almorzar.
Me
contó su vida junto al Citro, que había sido de su abuelo, que la llevaba a
pasear cuando era una niña. Ahora era su herencia y su legado. Tenía que seguir
cuidando del 3 CV, así se lo prometió antes de morir.
Gloria,
así se llama. Una gloria haberme cruzado con ella. Llena de luz y color, como
su Citro Amarillo Patito. Ella y su auto son un faro de luminosidad en esta ciudad
tan, pero tan gris. De un momento a otro llenó de luz mi vida.
¿Fue
casual? No lo sé. Dos o tres días antes la había visto pasar por debajo de mi
oficina. Ahora la tenía sentada frente a mí charlando, gesticulando y
derrochando sensualidad. Todo natural, nada forzado ni provocado. Ella era así,
genuina y original como su 3 CV.
Luego
de almorzar fuimos a ver al Citro, no me lo iba a perder. De hecho, me llevó
hasta mi oficina, que está a unas diez cuadras del restaurante. Ese corto viaje
marcó una relación, con Gloria y con el Citro. Se selló ese mediodía en la
vereda y cerca del 3 CV.
Un
pacto de vida. Una alianza de color. Algo que no esperaba, y menos a esta
altura de mi vida, que se había vuelto gris, como la ciudad, la oficina y los autos.
Gloria me salvó de ese mono cromatismo de mi existencia. Me rescató de la
grisura de la sociedad.
Nada
volvió a ser igual luego de ese encuentro. La luz y el color entraron en mi
vida. Ahora somos tres en la vida Gloria, el Citro y yo. Tal vez eso podría
haber sido el título de esto que les cuento. La mejor definición de lo que
pasó, y me sigue pasando.
Mauricio
Uldane
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Mauricio Uldane
Creador y editor de
Archivo de autos
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