domingo, 26 de septiembre de 2021

Amarillo Patito

Mi oficina tiene un gran ventanal a la calle, en realidad es una avenida. La cual tiene mucho tránsito durante todo el día. Es mi red social para despejar la mente. Tanto cuando no tengo trabajo, o cuando la inspiración se fue de viaje.

 


Mi pasatiempo es ver la masa gris de vehículos. Cada tanto me sorprende con un color diferente a la gama del blanco-negro. ¿Se dieron cuenta que la ciudad se volvió gris? Al igual que muchas personas.

 

Es como si se quisieran mimetizar con el entorno edilicio. Algo así como un camuflaje urbano. Lo mismo pasa con los autos. Una ciudad gris con autos grises. Cada tanto algún colectivo, o camión, rompe con la monotonía cromática.

 

Será que tengo tiempos muertos para reflexionar sobre este tema del color de los autos y la ciudad. Será que me molesta en forma visual. Será que soy el único que lo ve y piensa al respecto. Todas son dudas, pero lo cierto que nos hemos vuelto grises.

 

En ese pensaba, porque la inspiración se había quedado dormida en mi casa, cuando lo vi al Citro Amarillo Patito. Era un faro en medio de una noche de niebla. Ahí estaba parado esperando el semáforo en el medio de la cuadra.

 

Me quedé atontado viéndolo. Lo seguí con la miranda, y estirando mi cuello, hasta que lo perdí de mi campo visual. “Un 3CV amarillo patito”, repetía mentalmente y el recuerdo afloró. El Citro con el cual aprendí a manejar hace varias décadas.

 

Toda la mañana estuve pensando en ese Citroën 3 CV, como el que aparecía en un folleto, allá por la década del setenta del siglo XX. Mucho tiempo transcurrido y ya casi una pieza de colección.

 

Pero funcionaba perfectamente. Al menos eso parecía como se desenvolvía en el denso tránsito urbano. Está de más decir que desde el séptimo piso no puede ver al conductor. No tengo la vista de Superman.

 

Todo el día pensé en ese Citro Amarillo Patito y fue el que disparó la inspiración dormida. Así que algo se me ocurrió para mi trabajo creativo y logré hacer un par de bocetos, que estaban dormidos desde hacía días.

 

Pasaron dos, o tres, días no lo recuerdo con exactitud en esta masa gris, que es igual todos los días a todas horas. Un uniforme urbano. Porque hasta las personas se visten parecido. Nunca pensé que el presente, que era el futuro que imaginaba, sería tan, pero tan monocromático.

 

Lo cierto que salí a almorzar, ya que había llegado la primavera, y los días se habían templado como para comer al aire libre. Voy a un restaurante que tiene mesas en una ancha vereda. Una manera de ventilarme del encierro diario en la oficina.

 

Llegué al restaurante y solo había una mesa libre. Justo pegada al cordón de la vereda, la última. Por suerte esa calle es poco transitada y el ruido de los autos no molesta. Pedí mi almuerzo a la moza y me dispuse a esperar y tomar un poco de sol del mediodía.

 

Con los ojos entrecerrados lo vi. El Citro Amarillo Patito estaba estacionado unos metros delante de donde estaba sentado. “¡Qué coincidencia!”, pensé. Aunque no creo mucho en las coincidencias, pero bueno dejémonos llevar. Fluyamos, como suele decir en algunas partes de América Latina.

 

La sorpresa fue ver descender del Citro a una mujer madura vestida, totalmente, de amarillo. Engamada con el 3 CV. Simplemente era de no creer. La morocha cerró el auto y vino para el restaurante.

 

Por un momento pensé, viene a almorzar acá. Pero rechacé la idea, no puede ser que también suceda eso. La vi caminar con paso felino hacía el interior del restaurante. Mi corazón se aceleró. ¿Por qué? No lo sabía.

 

Mientras tanto tomaba un poco de agua fría, mi bebida de todos los días, esperando que llegaran mis milanesas con papas fritas. Cuando levanto la vista, la morocha, venía directo a mi mesa. Ni hablar del número de mis pulsaciones.

 

“Hola. Perdón que te moleste. No hay mesas libres adentro y afuera, la tuya, es la única ocupada por una persona. ¿Te jode mucho que almuerce con vos?”, me dijo en un tono de voz que me acarició desde el inicio y sus ojos negros, muy negros, me sonreían. Balbuceé algo parecido a un “no me molesta”.

 

“Gracias”, atiné a escuchar y ya la tenía sentada enfrente mío. Creo que las manos me temblaron un poco, pero solo un poco. Siguió hablando de que no había lugar, que se le había hecho tarde para comer y algo más que me perdí.

 

Perdido estaba entre sus ojos y sus rulos saltarines. Hasta que al desviar la mirada el Citro me salvó. “Así que el 3 CV amarillo es tuyo”, dije como una tabla de salvación en un mar de emociones y hormonas disparadas, que golpeaban dentro de mí.

 

Una sonrisa, de esa que puede descongelar al Glaciar Perito Moreno, en unos minutos, se le dibujó en el rostro. Evidentemente amaba a su Citro y yo también empezaba a sentir lo mismo por ella, y claro por su auto.

 

Fue como encender un motor. La mención de su auto derribó cualquier barrera que hubiera entre nosotros. De lejos podíamos parecer dos viejos amigos de toda la vida, que se habían juntado para almorzar.

 

Me contó su vida junto al Citro, que había sido de su abuelo, que la llevaba a pasear cuando era una niña. Ahora era su herencia y su legado. Tenía que seguir cuidando del 3 CV, así se lo prometió antes de morir.

 

Gloria, así se llama. Una gloria haberme cruzado con ella. Llena de luz y color, como su Citro Amarillo Patito. Ella y su auto son un faro de luminosidad en esta ciudad tan, pero tan gris. De un momento a otro llenó de luz mi vida.

 

¿Fue casual? No lo sé. Dos o tres días antes la había visto pasar por debajo de mi oficina. Ahora la tenía sentada frente a mí charlando, gesticulando y derrochando sensualidad. Todo natural, nada forzado ni provocado. Ella era así, genuina y original como su 3 CV.

 

Luego de almorzar fuimos a ver al Citro, no me lo iba a perder. De hecho, me llevó hasta mi oficina, que está a unas diez cuadras del restaurante. Ese corto viaje marcó una relación, con Gloria y con el Citro. Se selló ese mediodía en la vereda y cerca del 3 CV.

 

Un pacto de vida. Una alianza de color. Algo que no esperaba, y menos a esta altura de mi vida, que se había vuelto gris, como la ciudad, la oficina y los autos. Gloria me salvó de ese mono cromatismo de mi existencia. Me rescató de la grisura de la sociedad.

 

Nada volvió a ser igual luego de ese encuentro. La luz y el color entraron en mi vida. Ahora somos tres en la vida Gloria, el Citro y yo. Tal vez eso podría haber sido el título de esto que les cuento. La mejor definición de lo que pasó, y me sigue pasando.

 

Mauricio Uldane

 

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Mauricio Uldane

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