Siempre
fue Don Suárez para mí. Pero en el barrio todo el mundo lo conocía como el
Gordo Suárez. Todo sabíamos que era un prestamista, en realidad un usurero, que
tenía el Bar La Biela Fundida, que a su vez era un garito.
Como
verán un encanto de persona, Don Suárez. Pese a toda esta carga de negatividad
de su persona, me llevaba muy bien con él. Tal vez porque le gustaba que le
contara de los autos del pasado, en especial le interesaba conocer marcas
raras, o desconocidas.
“Vení
pibe”, me llamaba con la
mano derecha anillada desde la mesa junto a la ventana de su bar. Para que le
contara algunas de las historias que lo atrapaban. Era un fiel oyente y no
interrumpía. Salvo que preguntara algo muy puntual, porque le interesaba
conocer más detalles.
Frecuentaba
el bar desde que me dejaron entrar. Solía ir a desayunar en las mañanas antes
de ir a mi laburo. Pero los sábados me quedaba más tiempo, perdiendo el tiempo.
Así que eran los sábados los días que solía contarles historias de marcas del
pasado.
En
un principio solo le contaba a él esas historias. Pero con el correr del tiempo
los demás parroquianos dejaban lo que estaban haciendo, como jugar al billar, o
a las cartas, o discutiendo de cualquier tema, que ameritara la polémica.
Así
que me fui haciendo de un grupete de oyentes, que seguían sin chistar mis historias.
No era cosa de hacerlo enojar a Don Suárez. El tipo se hacía temer y tenía con
que hacerlo. No solo por su presencia física, sino por los “muchachos” que lo
acompañaban a todas partes.
Pero
además de ser el dueño del bar, y de un garito que estaba detrás, que era el
verdadero ingreso mensual, era el prestamista del barrio y sus alrededores. Más
de una vez me dijo: “pibe pedime la guita que necesites, a vos no te cobro
interés”. Pero siempre me rehusé, aunque la guita no me alcanzara.
Ya
había visto como al Colorado Martínez, porque no pudo pagarle un día apareció
con el brazo derecho enyesado. Alegó que se había caído de una escalera en el
trabajo. Pero todos sabíamos que su lugar de trabajo era en planta baja, y que
no había ninguna escalera
“¿Viste
al Colorado lo que le pasó? Pobre”,
me dijo Don Suárez guiñándome un ojo. “Eso sí, con el brazo roto, pero me
pagó”, y soltó una carcajada que me heló la sangre. Si hubiera sido un
motor algo se me fundía.
Se
sabía en el barrio que las deudas no saldadas, el Gordo Suárez, se las cobraba
de alguna manera. A veces con un hueso roto, por culpa de una escalera. El
Colorado nunca reconoció que había sido uno de los matones que le partió el
brazo con una maza.
Sin
embargo, Suárez me quería, casi diría como a un ahijado, más que un hijo. En parte
era una carga porque muchos pensaban que tenía coronita. Solo tenía llegada a
él porque era un fierrero empedernido.
El
Comisario Martínez era otro personaje que frecuentaba el bar y no solo el bar,
sino el garito también. Pero hacía la vista gorda y jugaba a las cartas o
apostaba a algún juego. Ni hablar que nunca hizo nada por los “cobros” de las
deudas de los préstamos de Suárez.
El
Gordo Suárez tenía un Torino 380 blanco, que no hace falta que les cuente cómo
lo había comprado. Lo tenía de cero kilómetro y cuando lo trajo al bar, al
primero que se lo mostró, fue a mí.
“Vení
pibe”, me dijo un sábado
por la mañana desde la puerta del bar. Haciéndome señas que saliera. Detrás de
él estaba el Torino con toda su blancura. Recuerdo que en aquellos años
decíamos en el barrio que los Torino blanco eran de carniceros.
En
mi mente se encendió una luz roja. No vayas a meter la pata y hacer la mención
a los carniceros. No sea cosa que mañana vayas al bar con una pata enyesada.
Claro que todos podemos tener un accidente.
No
cabía en mi la alegría cuando me llevó a dar una vuelta a mí solo, ante la
mirada asesina de los demás parroquianos, parados en la puerta del bar. Me acababa
de ganar algunos enemigos pensé para mis adentros. Pero no iba a desairar a Don
Suárez. Me imaginé en silla de ruedas con las dos piernas quebradas.
A
los quince días cayó al bar Martínez haciendo alarde que se había comprado un
Tiwle. “Es usado, pero vean que cochazo”, dijo caminando hacía la
puerta. Don Suárez lo fusiló con la mirada. Pero se paró y lentamente salió
para ver el convertible, seguro que oyeron hablar de él, o llegaron a ver uno.
Lo
cierto que siempre me pregunté como un comisario pudo comprar un Tiwle, pero no
quise preguntar, tal vez porque me imaginaba la respuesta. Aunque el
convertible era usado no dejaba de ser un auto más que caro en aquellos años.
Ya
pasaron muchos años y todavía recuerdo los sucesos, como si hubieran ocurrido
ayer, a la noche. “¡Qué salto! De un 12 a un Tiwle”, dijo casi
masticando las palabras Suárez y mirando a Martínez. “Fue una ganga y para
ayudar a un amigo que anda en la mala”, dijo como justificativo de la
compra del auto. Nadie le creyó, menos Suárez.
Tal
vez en ese mismo momento comenzó a maquinar lo que vendría más tarde. La verdad
no lo sé. Puede ser que solo fuera la suerte y el destino. O recibieron una
ayudita terrenal. Nunca lo supe, o no lo quise saber.
Una
tarde, que no estaba en el bar, Suárez le apostó su Torino contra el Tiwle, en
un partido de póker. Fue un mano a mano, por lo que me contaron. Estaba
engripado y por unas dos semanas no pude salir de mi casa.
Martínez
perdió y se negó a pagar la apuesta. Además, amenazó a Suárez que iba a traer a
toda la comisaría para clausurarle el bar y el garito. Se fue a los gritos y
con la mano en la cintura acariciando la nueve milímetros. A ese grado había
llegado la situación.
Me
contaron, que Suárez, frenó a sus “muchachos” y Martínez se pudo ir con el
Tiwle. Pero las cosas no terminaron ahí. No iban a terminar así, menos con el
Gordo Suárez de un lado de la confrontación.
Pasó,
más o menos, un mes. Todo se calmó, pero Martínez no volvió al bar, y menos al
garito. Un sábado, como siempre, estaba perdiendo la mañana estirando un café
con leche con medialunas. Cuando entró Don Suárez.
“¿Viste
el diario de hoy, pibe?”,
me dijo casi exultante. Negué con la cabeza porque estaba adormilado. “Mirá”,
me dijo y abrió Crónica en la sección policiales.
El titular
decía que un comisario había chocado de frente con un camión. La muerte había
sido en el acto y el auto, un convertible, estaba totalmente destruido. Ya
sabía que el auto era un Tiwle y el muerto el Comisario Martínez.
Solo
leí para confirmar lo que ya sabía. La sonrisa en la boca de Suárez lo dijo
todo. “Todos tenemos algún accidente en la vida. A veces se te va la vida”,
me dijo y me guiñó un ojo. No sé si se dio cuenta que mis manos comenzaron a
temblar.
Me
quedé un rato estupefacto. Pagué la cuenta y no volví más al Bar La Biela
Fundida. Al poco tiempo me mudé para siempre del barrio. Lo hice como
autodefensa. Por eso es que hoy les puedo contar esta historia, que sucedió hace
muchos años.
Los personajes de esta historia no tienen sus
nombres cambiados porque es pura ficción fierrera, que a veces supera a la
realidad…
Pueden leer todos los
relatos, con anécdotas o de ficción, publicados en el blog de Archivo de autos
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Excelente!!! Los que ya llevamos un tiempo por aquí conocimos personajes así, y fueron parte del aprendizaje de vida . . . xD
ResponderBorrarHola, no sé tu nombre.
BorrarMuchas gracias por el elogio.
Si bien los personajes son de ficción, bien podría haber existido...
Saludos.